La Historia del padre de Acosta nos ilustra de la manera de pensar de
los que en el siglo dieciséis llegaron a América.
El padre
Joseph de Acosta (1540-1600) es autor de una la de las grandes obras que hablan
del mundo náhuatl precristiano. Pero la manera en que lo hizo más bien es un
documento valioso del pensamiento religioso cristiano del siglo dieciséis en
América.
Los autores clásicos de ese periodo en México son Fray Bernardino de Sahagún, Fray Diego Durán
y el padre de Acosta. Bernal Díaz del Castillo y Hernán Cortés más bien son
historiadores de la conquista. Todos ellos españoles.
Sahagún es
extraordinario. A semejanza de un paleontólogo, busca las piezas desperdigadas,
extraviadas o sepultadas, pregunta a los sobrevivientes inmediatos de la
guerra, coteja la información con los pareceres de otros indios conocedores
de diferente región, dirige la redacción de su monumental obra, aprende el
náhuatl y les enseñanza el español.
Es un enviado del
cielo para desarrollar esa magna obra. Joven, bien parecido, los superiores lo
esconden de las mundanas tentaciones y, tartamudo, no puede hablar en el púlpito.
Dedicará 60 años de su vida a escribir del mundo náhuatl. Vivirá dentro de los edificios recién destruidos del imperio azteca y en los pueblos de la cercanía.
Dedicará 60 años de su vida a escribir del mundo náhuatl. Vivirá dentro de los edificios recién destruidos del imperio azteca y en los pueblos de la cercanía.
Durán es minucioso y
en algunas cosas dice lo que no se encuentra ni siquiera en Sahagún. A él debe
la arqueología de alta montaña, y la historia del alpinismo deportivo, el relato del monte Teocuicani, sur del Popocatépetl, norte del pueblo de Tetela del Volcán.
También las noticias más abundantes que tenemos del monte Tláloc, sus
ceremonias, etc.
No conocer la Historia
natural y moral de las Indias del padre de Acosta es sin duda una gran
carencia en el acervo cultural. Al estilo del que no conoce La Ilíada,
El Cantar de los Nibelungos, el Popol Vuh o Una excursión a la región de los indios ranqueles.
Visto desde nuestro presente, en que está bien instituido eso
que se llama derecho de autor, en este caso de un trabajo cultural, el padre de
Acosta es muy controvertido.
En su gran obra hay capítulos enteros de otros autores, a los
que no da crédito ni, como ahora se acostumbra, poner entre comillas. En su
tiempo parece que tal cosa no era particularmente objetable.
La misma Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra celebrada Décima
Musa, siglos después, no escapará de
esta práctica.
En especial se menciona al padre Tovar, autor de todo un
capítulo que fue integrado a la Historia
y que se le conoce como Códice Ramírez.
Parece que el padre Tovar estuvo de acuerdo en ello.
Para el propósito de esta nota ello quiere decir que lo que
ahí se escribe tiene una especie de consenso de varios autores europeos. Que no
fue intención de solamente el padre de Acosta.
En materia de religión el siglo dieciséis en México es de
choque y el lector de la obra del padre de Acosta percibirá esta situación a
través de sus líneas. Si el lector es católico deberá tener información amplia
de este proceso para poder entender en sus dimensiones tan abrupto cambio.
Es un soliloquio el que el padre hace, lejos de la
dialéctica, del dialogo. Es el siglo en el que Santiago Apóstol y San Miguel Arcángel,
general de los ejércitos del cristianismo, sacan la espada y cortan cabezas de
indios y de sus dioses.
Leer el trabajo del padre de Acosta es como si estuviéramos
leyendo a Tertuliano, catorce siglos atrás. Ardentísimo en la fe cristiana
contra los dioses paganos del mundo europeo de la antigüedad. Igual hace el
padre de Acosta en contra de los dioses del cielo náhuatl. Y apoya su texto,
como Tertuliano lo hace, en abundantes citas bíblicas.
El siglo del padre de Acosta
es el de la conquista religiosa que debe imponer, no convencer, la cruz de Cristo,
y dejar de lado la Cruz de Quetzalcóatl, adorada por milenios en estas tierras.
En efecto, durante milenos los indoamericanos han estado
gobernados por el demonio y hay que arrebatárselos a fuerza de la espada y la
cruz y llevarlos a la verdadera religión.
Esa es la tónica de la Historia.
Poco dato histórico y más abundancia de citas bíblicas. Los dioses de Anáhuac
son los medios por los que el demonio se hace presente en las sociedades indias
para que se le adore.
De la prisa que el padre de Acosta muestra, por demonizar a los dioses mexicanos, tenemos una prueba cuando se refiere a Cholula y describe a su dios tutelar, Quetzalcóatl: "Llamábanle Quetzalcoaatl, que es culebra de pluma rica, que tal es el demonio de la codicia." Es como decir, fuera de todo contexto y simbolismo, que Jesús, por haber convertido el agua en vino, no lo hacía por otra cosa sino porque era un alcohólico. De esa magnitud es su apreciación que hace de Quetzalcóatl
Los informantes de Sahagún, en cambio, le comunican que sus dioses son buenos y los alimentan. Tláloc envía el agua, Ehecatl trae los vientos, Chicomecoatl da los frutos, pues es la representación femenina de la tierra generatriz, Huehueteotl el fuego. Quetzalcóatl habla de los valores vitales, más allá del tiempo y del espacio, como sería el conjunto de conocimientos de las cosas divinas que agruparían a la teogonía y a la cosmogonía. ¿Dónde está la maldad?, preguntan.
De la prisa que el padre de Acosta muestra, por demonizar a los dioses mexicanos, tenemos una prueba cuando se refiere a Cholula y describe a su dios tutelar, Quetzalcóatl: "Llamábanle Quetzalcoaatl, que es culebra de pluma rica, que tal es el demonio de la codicia." Es como decir, fuera de todo contexto y simbolismo, que Jesús, por haber convertido el agua en vino, no lo hacía por otra cosa sino porque era un alcohólico. De esa magnitud es su apreciación que hace de Quetzalcóatl
Los informantes de Sahagún, en cambio, le comunican que sus dioses son buenos y los alimentan. Tláloc envía el agua, Ehecatl trae los vientos, Chicomecoatl da los frutos, pues es la representación femenina de la tierra generatriz, Huehueteotl el fuego. Quetzalcóatl habla de los valores vitales, más allá del tiempo y del espacio, como sería el conjunto de conocimientos de las cosas divinas que agruparían a la teogonía y a la cosmogonía. ¿Dónde está la maldad?, preguntan.
Por lo demás, ¿qué es eso del demonio de que hablan los
frailes? Los indios no saben de ningún demonio ni del infierno. ¿Qué es eso de la
culpa antes de haber respirado siquiera en el seno materno? Ellos sólo saben
del paraíso llamado Tlalocan. ¿Que nuestros primeros padres nacieron en aquella
parte lejana del planeta que los frailes llaman Medio Oriente? ¡Lo que sabemos
es que nacieron en Chicomostoc, en algún punto de Aridoamérica!
Aparte de su celo cristiano el padre de Acosta no puede
ocultar su eurocentrismo:
“Más en fin, ya que la idolatría fue extirpada de la mejor y
más noble parte del mundo (Europa), retirose a lo más apartado, y reinó en esta
otra parte del mundo (Indo américa), que aunque en nobleza muy inferior, en
grandeza y anchura no lo es.”
El padre de Acosta (encarnación del siglo dieciséis) no hace
caso de las realizaciones astronómicas, matemáticas, arquitectónicas y de
escultura, en México, tan adelantadas como cualquiera ahora puede constatar en
los museos de Antropología de la Ciudad de México, particularmente en el del
Templo Mayor, en el “Zócalo”.
El padre de Acosta no puede ignorar lo anterior. El que
conoce su biografía sabe que fue un religioso doctísimo y además ocupó algunos de los más importantes
cargos en instituciones religiosas de España.
En su descargo diremos
que su obra, junto a los autores arriba mencionados, más parece un trabajo de
periodismo que una historia. Estuvo en México solamente un año, de mayo de 1586 a mayo del año siguiente. En su abundante
Historia habla prolijamente de cosas de Perú, México, China y las Filipinas.
Ni siquiera Sahagún, en 60 años de infatigable trabajo con su
equipo de naturales, muy sabedores de las cosas de su antigüedad mexicana, pudo
lograr a plenitud.
Era un gran indagador el padre de Acosta y escribía casi de manera
incontenible que alternaba con sus numerosos cargos administrativos en España.
La obra del padre de Acosta es más bien un amplio y valioso documento,
a manera de códice, o título, que tenemos los mexicanos, no de nosotros, los
mexicanos, sino de la manera de pensar de los que acababan de llegar.
Y por eso vale la pena leer esta obra con cuidado. Sobre todo
para tener más información qué es eso del Dios de los cristianos, que tanto
arrebataba a los frailes del siglo dieciséis.
Y sobre todo por qué ese
Dios aparece tanto en los trabajos de
los filósofos de todos los tiempos…
Joseph de Acosta |
“José de Acosta (Medina del Campo, 1540 – Valladolid, 1600)
fue un jesuita, antropólogo y naturalista español que desempeñó importantes
misiones en América desde que en 1571 viajase al Perú sosteniendo que los
indígenas americanos habrían llegado a América a través de Siberia. Aparte de
la narración de las aventuras de un lego en Indias (Peregrinación del hermano
Bartolomé Lorenzo), debe sobre todo fama a su Historia natural y moral de las
Indias, obra publicada en Sevilla, en 1590, y pronto traducida al inglés en
1604. En dicho libro observó las costumbres, ritos y creencias de los indios de
México y Perú… La influencia de la obra de Acosta fue extraordinaria. Tuvo
numerosas ediciones en latín, alemán, neerlandés, francés, inglés e italiano,
además de las que, ocultando el nombre de Acosta, publicaron los Bry en el
volumen noveno de su serie Americae historia, destinada al mundo protestante.
La primera traducción apareció en Venecia (1596), vertida al italiano por
Giovanni Paolo Galluci, traducción que fue reimpresa en 1608. La francesa de
Robert Regnault se publicó en nueve ocasiones entre 1598 y 1621 y la inglesa de
Edward Grimstone, en 1604.… ”WIKIPEDIA
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