F.COPLESTON, SOFISTICA Y EL “ENGAÑO LEGITIMO”


 

Descubrir la verdad era el afán de los filósofos presocráticos.

Los filósofos sofistas, en cambio, se dedicaban a enseñar cosas prácticas.

Se les tiene  a los sofistas como los grandes educadores. Y algunos de ellos, como Protágoras, principalmente, tuvieron algunas ideas que impactarían al mismo Platón y al discípulo de éste, Aristóteles.

Su descrédito consistió en que, con el tiempo, cuando ya tenían muchos alumnos, empezaron a conducir las voluntades, no se limitaron a enseñar. Entraron a un terreno que podía ser bueno o malo para la sociedad, dependiendo ya de intereses propios o de terceros. Abonaron lo que se conoce como erística o conflicto.

 ¡No era campo apropiado para que floreciera la verdad ni la virtud ni la moral!

Destacados oradores que prometían cosas, o situaciones, al pueblo, sólo para llegar donde las arcas tenían monedas con muchos ceros. De lo que decían en campaña lo habían olvidado.

Para tal efecto, y sirviéndose del arte retórica, desarrollaron con maestría el arte de persuadir. No les interesaba la verdad, sólo conseguir el fin que perseguían:

“El arte retórica fue considerada por Gorgias como la maestría del arte de persuadir, y esto le llevó por fuerza a un estudio practico de la psicología. Desarrolló con plena conciencia el arte de la sugestión, susceptible de ser utilizado para fines prácticos, buenos o malos. En relación con esta última Gorgias habló del arte del “engaño legítimo.” (F. Copleston, Historia de la filosofía,Vol.1)

Hay que apresurarse a decir que los sofistas de la antigüedad fueron preclaros pensadores sociales, y en esto están de acuerdo W. Jaeger y F. Copleston:

“Otros sofistas- dice Copleston- de los que se puede hacer breve mención son Trasímaco de Calcedón, que aparece en la República como brutal campeón de los derechos del más fuerte, y Antifón de Atenas, que defiende la igualdad entre todos los hombres y denuncia, cual producto ella misma  de la barbarie, la distinción entre nobles y plebeyos, griegos y bárbaros. Para él, la educación era lo más importante de la vida; y creó el género literario, declarando que era capaz de alegrar a cualquiera por medio de la palabra.”

La fuerza de la palabra
Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
Fritz Redlich, 1968
Pero al desatenderse de la búsqueda de la verdad quedaron muy pegados al mecanicismo de la causalidad en el que, por medio de la retórica, como asegura Gorgias “el engaño legítimo es un arte.”

Los sofistas también se interesaban por enseñar el arte de la virtud pero como conocimiento intelectual, no como Sócrates que buscaba el descubrimiento de normas morales universales y constantes:

“El conocimiento intelectual de la virtud puede comunicarse mediante la instrucción, pero no la virtud misma.”

Para el pensamiento sofistico clásico de aquellos tiempos, aunque desatendido de la verdad, cabe señalar  una probidad probada. Para justificar trapacerías de algunos no prendieron, como suele hacerse, cortinas de humo contra  la religión:

“Conviene advertir otra vez que no hay motivos para achacar a los grandes sofistas la intención de dar al traste con la religión y la moral. Hombres de la talla de Protágoras y Gorgias no podían proponerse tal cosa. De hecho, los grande sofistas ayudaron a que se concibiese una “ley natural” y tendieron a ampliar las miras del ciudadano griego corriente; fueron, en la Hélade, una fuerza educadora.”

Consecuente con su experiencia, eminentemente práctica, donde mucho se mueve y cambia, los sofistas desarrollaron doctrinas relativistas. A diferencia de las definiciones universales que desarrollaron Sócrates, principalmente, y Platón, en las que los hombres encuentran modelos que no cambian, por ejemplo la Belleza:

“Para una ética relativista, la justicia, por ejemplo, varía de una ciudad a otra, de una comunidad a otra comunidad: nunca se puede decir que la justicia sea esto o aquello, ni que determinada definición suya valga para todos los Estados, sino solamente que la Justicia en Atenas  es esto y en Tracia esto otro. En cambio, si logramos de una vez para siempre  un definición universal de la justicia, que exprese su íntima naturaleza y sea válida para todos los hombres, entonces contaremos con algo seguro sobre lo cual construir, y podremos juzgar no sólo las acciones individuales, sino también los códigos morales de los distintos Estados, en la medida en que tales códigos encarnan la definición universal de la justicia o, por el contrario, se apartan de ella.”

Mentores, la mayoría, con la mejor de la sofistica, disciplinados, anodinos, rutinarios, enterados, actualizados. Ajenos a  la verdad como valor esencial, pero también sin interés de meter baza en la manipulación, ¡auténticos educadores!

Empero, como apunta Ramón Xirau, que la enseñanza académica está incompleta si carece de valores esenciales. Al hablar de la Edad Media apunta:

“Pero los nuevos humanistas saben también que la ciencia por sí sola carece de valor si no se añade un conocimiento del alma humana, esta maravilla superior según Da Vinci, a todas las maravillas naturales.”(Introducción a la historia de la filosofía, UNAM, México, 2010).

 
F.Copleston

“Frederick Charles Copleston S.J., (10 de abril, 1907, Taunton, Somerset, Inglaterra – 3 de febrero, 1994, Londres, Inglaterra) fue un sacerdote de la Compañía de Jesús y un escritor de filosofía. Copleston se convirtió al catolicismo romano mientras asistía al Marlborough College. Fue el autor de la influyente obra Historia de la filosofía, publicada en once volúmenes. Es conocido además por el debate que sostuvo con el famoso pensador inglés Bertrand Russell, transmitido en 1948 por la BBC. El debate se centró en la existencia de Dios. El año siguiente debatió con A. J. Ayer sobre el positivismo lógico y la significación del lenguaje religioso.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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