SCHOPENHAUER, ¿FELICIDAD? ¡NO TENER CALLOS EN EL PIE!


 

Callo en el pie es lo que este pensador entiende como lo habitual en la vida. Una cadena de sufrimientos durante todo el día.

Así es la vida para él. De una negrura espesa pero recubierta de los más sugestivos  placeres que acabarán aniquilando al individuo.

No tener ese callo es lo que toma como una feliz existencia. ¡Y cualquiera que ha padecido  callos en los pies sabe que es cierto!

La felicidad, entonces, no está en la alegría, y placeres mil que pueda proporcionarme, sino en poder evitar, hasta donde me  sea posible, los males y sufrimientos:

“Los dolores son positivamente sentidos: de ahí que su ausencia del dolor sea la medida de la felicidad en la vida.”(Parerga y Paralipómena)

 El aburrimiento es parte de esos dolores porque agrega: “Si a un estado indoloro se añade además la ausencia de aburrimiento, se alcanza en esencia la felicidad terrenal: pues lo demás son quimeras.”

“Una soda es malísima para la salud del organismo”,  se dice. La soda no es “buena” ni “mala”, no tiene poderes metafísicos. El predicado está en el uso que el humano haga de ello. El individuo decide si con el abuso lo convierte en su callo o con su temperancia evita el callo. Esta filosofía es así de objetiva.

Es la analogía de nuestro tiempo: la delicia que es beber un vaso de soda (o “refresco” como se le dice en el centro-sur de México).Démonos ese placer sostenido por algún tiempo y acabaremos con los dientes destrozados, los huesos descalcificados y con una diabetes sin retorno.

Schopenhauer no busca anacoretas o anacronismos que se abstengan de todo. Lo que dice es que si se es tan sensato como para no pasar de cierta medida, entonces se estará evitando una mal entendida alegría, o  patológico placer.

En otras palabras, la alegría de la vida es evitar el dolor.

Los filósofos de la escuela cirenaica(400 años a J.C.), principalmente Aristipo, su fundador,  enseñaba que la verdadera felicidad del humano es el placer, pero entendido este como "ausencia de dolores y tristezas."

 Anota Schopenhauer  por qué los filósofos cínicos de la antigüedad griega rechazaron todos los placeres: “Ellos estuvieron profundamente conmovidos por el conocimiento de la negatividad del placer y la positividad del dolor; de ahí que, consecuentes, lo hicieron todo por evitar el mal, para lo cual juzgaron necesario el rechazo pleno e intencionado de los placeres; porque en estos sólo vieron trampas que nos entregan al dolor.”

Los viejos filósofos griegos pitagóricos ya habían penetrado, a su manera, en este gran descubrimiento  de sacrificar un deleite para  evitar el dolor. ¡Quién lo creyera!, decían: “¡No coman habas!” No comer habas es evitarse una noche con la barriga inflada.

Y Empédocles exclamaba:” ¡Desgraciados, desgraciadísimos, no toquen las habas.”(Citado por F. Coplestón, Historia de la filosofía, Vol.1, tomo 1, parte 1)

La filosofía   de Schopenhauer, que se tiene como pesimista, es escéptica en realidad. Duda, para efecto de buscar una mejor solución.

 Una analogía que entenderán los artistas que dibujan a base de la técnica conocida como esgrafiado. A partir de un fondo negro ir descubriendo líneas de luz a través de “raspar” o levantar lo oscuro hasta tener completa la obra deseada.

 “No escribo para esta generación” dice en varios puntos de su obra (esta generación  es ya  presa de la diabetes, de la hipertensión y de la cirrosis hepática alcohólica), “escribo para sus nietos”. Agrega: “las cosas han llegado demasiado tarde para nosotros.”

La humanidad no puede seguir suicidándose. Los nietos sabrán disfrutar de una soda, de un vaso de vino o de un buen tarro de cerveza.

Cuando hables de humanidad, dice Ortega y Gasset, no hables por todos, sólo de mí humanidad. Porque del dolor de mi muela los demás nada saben y acaso nada les importe.

Resistir a la dulce vida para evitarse problemas psicofísicos futuros no es una moda amargosa de ir contra el sibaritismo (el sabrosismo) de la vida moderna. Es ir al encuentro del sentimiento de la existencia.

Para la destrucción no se piense ya en las adicciones de las llamadas “drogas duras”. Hay algo infinitamente más mortal que las drogas duras. Piénsese en qué hábitos nos llevaron (a los mexicanos del siglo veintiuno) a ser el número uno en el planeta en diabetes, hipertensión y sobrepeso.

Jean Wahl dice que Maine de Brian insistió en que la resistencia lleva a la afirmación del propio ser: “Por su sola acción sobre algo que resiste, nos da la voluntad la idea de existencia. Y al mismo tiempo nos da el sentimiento de nuestra unión con el cuerpo. La existencia es, por una parte, lo que nos resiste, y, por otra, el esfuerzo que ejercitamos sobre lo que resiste.” (J. W. El camino del filósofo)

Plotino habla que el hombre, es decir, yo, (evita el vago pluralismo) se distingue por su inteligencia. Mediante la cual puede evitar el desastre de la patológica dulce vida, a la que Schopenhauer se refiere.

F. Copleston apunta que si a un caballo le fuera dado pintar, autorretratarse, pintaría un caballo, un mono pintaría un mono, etc.

Plotino dice que el hombre pintaría la inteligencia: “En nosotros es por la inteligencia como conocemos la inteligencia. Sin esto, ¿cómo hablaríamos de ella?” (Quinta Eneada, libro tercero)

En la antigüedad los dioses griegos eran los culpables de los males que aquejaban a los hombres. Los hombres, aparte de quedar libres de culpa, quedaban como víctimas.

En la modernidad la soda y la “comida chatarra” son los malos. Les estamos otorgando poderes metafísicos, al enviarlos a las categorías del bien y el mal. Otra vez los hombres quedamos libres de culpa y víctimas de las circunstancias (además con el estómago satisfecho)

De modo que usted puede dedicarle todos los adjetivos calificativos que quiera a Schopenhauer, pero tal vez sus nietos estén agradecidos con él, y sean felices, a través de saber  evitar el dolor.

Schopenhauer reitera, para nuestros nietos: “Lo mejor que tiene el mundo que ofrecer es una existencia indolora, tranquila y soportable, y limitamos nuestras pretensiones a esta, a fin de lograrlas con mayor seguridad. Pues el medio más seguro para no ser muy infeliz es no pretender  ser muy feliz.”

A.SCHOPENHAUER
 “Arthur Schopenhauer [  'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?•i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”Wikipedia

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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