EMERSON, FINO SISMÓGRAFO


 

Edgar Lee fue el que dijo que Emerson es un fino sismógrafo.

Registra las diferentes intensidades de la vida humana tanto en el individuo como en el grupo:

“El poeta, el Emerson, es un fino sismógrafo que anota el temblor  de tierra más ligero, es un barómetro que señala  cualquier cambio de la presión atmosférica, es un microscopio que descubre  la presencia de cualquier germen  destructor que corroe  la carne del pueblo, es el análisis químico que revela las infecciones invisibles.”

(Edgar Lee Masters, Emerson, editorial Losada S. A. Buenos Aires, 1945)

Emerson dijo que eso de los dioses no es ninguna fabula. Andan entre nosotros, sólo que no nos damos cuenta. Y si eso sucede, los negamos. Con no seguirlos, o con no leerlos, los negamos:

“Cuando los dioses vienen a vivir entre ellos, no los conocen. Jesús no fue conocido y tampoco lo fueron  Sócrates y Shakespeare.”

Pero no fueron los únicos dioses. En un tiempo en que Nueva Inglaterra era una tierra estéril, pero con un enorme  potencial, Emerson pensó en un devenir que no fuera sólo lo material. Y, al estilo de Eneas,  y otros grandes guías fundadores de pueblos de la antigüedad, escribió:

“Leeréis a Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Platón, Plotino, Yámbico, Porfirio, Aristóteles, Virgilio, Plutarco Apuleyo, Chaucer, Dante, Rabiláis, Montaigne, Cervantes, Shakespeare, Jonson, Ford, Champman, Beaumont, y Fletcher, Bacon, Marvell, More, Milton, Moliere, Swedenborg y Goethe.”  
Mucha de la población no  invierte dinero en cuidar su salud corporal, es decir,  prevenir contra la enfermedad.
De la misma manera no invierte dinero en sanearse  en la cultura.
Los libros cuestan dinero. Pero no más que una botella de vino o que un celular.

 Dibujo tomado del diario El País,11 de junio,2016

Es fácil ver que Emerson no estaba recomendando lecturas  “para leer en vacaciones” o, como dice Enrique Jardiel Poncela “Para leer mientras sube el ascensor”.

Estaba diciendo que abrevar la cultura no es cuestión de algunos años para obtener el título académico. Lo que señalaba era que conocer la cultura es un plan de vida. Y un plan de vida se acaba hasta que se acaba.

Y lo vemos ir entre los bosques que tanto gustaba recorrer, sentarse bajo los árboles de “verdes cabelleras agitadas por el viento”, sacar de su morral un ejemplar de Platón.

“Vio en Platón-escribe Lee-una inteligencia que se apropiaba de los hechos cardinales, una inteligencia que percibió la unidad en la multiplicidad del mundo de las cosas. “El vidente Platón proporcionó las luces  y las sombras de acuerdo con el genio de nuestra  vida”. Emerson  -sigue diciendo Lee- no se contentó con un ensayo  sobre Platón y escribió Nuevas lecturas con objeto de poner al día sus juicios  sobre este filósofo.”

Después Emerson sacaba su diario (porque Emerson era de los que llevaban un diario) y anotaba:

 “’Qué haríamos sin trastos como el Tío Sol y el viejo Moore que duermen en la taberna del Doctor Hurd, y la roja casa de la caridad sobre el arroyo?”

 
EMERSON

“Ralph Waldo Emerson (1803 – 1882) fue un escritor, filósofo y poeta estadounidense. Líder del movimiento del trascendentalismo a principios del siglo XIX. Sus enseñanzas contribuyeron al desarrollo del movimiento del Nuevo Pensamiento, a mediados del siglo XIX. “Como conferenciante y orador, Emerson –apodado «el sabio de Concord»- comenzó siendo la voz líder de la cultura intelectual yanqui. Herman Melville, quien conoció a Emerson en 1849, pensó que tenía un “defecto en la región del corazón” y una “autoconciencia tan intelectualmente intensa que en un comienzo uno duda de llamarla por su nombre”, y más tarde admitiría que Emerson era “un gran hombre”. Theodore Parker, un ministro y trascendentalista, notó su habilidad para influenciar e inspirar a los demás: El trabajo de Emerson no solo influenció a sus contemporáneos como Whitman y Thoreau, sino que continuaría influenciando pensadores y escritores en los Estados Unidos y en todo el mundo hasta el momento. Nietzsche y William James reconocieron la influencia del «Sabio de Concord». También en Henri Bergson, cuyo élan vital es una transcripción literal de lo que él llamó “vital force”.

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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