PASCAL, M.SCHELER Y F. COPLESTON

Coherencia social y libertad individual.

Son dos de los puntos donde coinciden estos tres pensadores

El hombre es hábil inventando laberintos mentales (más complicados que el de Creta), tan complicados, que en ocasiones queda atrapado en su mismo juego.

Sucede con la prueba de la existencia de Dios.

Si fuera posible ver, como en los relatos de ciencia-ficción, desde un satélite el conjunto de las ideas del humano, contemplaría la parcialidad. Cada quien tiene su abstracción, su parcela ideológica:

M.SCHELER
“Tres grados de latitud echan por tierra toda la jurisprudencia, un meridiano decide acerca de la verdad…Valiente justicia, la que está limitada por un río. Verdad a este lado de los Pirineos, error aliado de allá.”(Copleston, Historia de la filosofía, en el capítulo referido a la obra de Pascal, Vol. 2, Cap.  VII)

Deseable que así sea. Está en la libertad de cada individuo y cada grupo ejerce, en libertad, su muy respetable y particular manera de ser. Eso enriquece la cultura local y global:

“La voluntad, que encuentra gusto en un aspecto mejor que en otro, aparta la mente de la consideración de las cualidades que no desea ver.”(Copleston)

El asunto es que ese eclecticismo no tiene síntesis integradora y Copleston agrega enseguida, siguiendo siempre el pensamiento de Pascal:

MONTAIGNE
“El hombre, dejado a sí mismo, está ciego y corrompido. Y los filósofos han sido incapaces de remediar ese estado de cosas. Algunos de ellos, como los estoicos, han proporcionado, ciertamente, al mundo elevados discursos; pero su virtud estaba inficcionada y corrompida por su orgullo.”

Pascal, gran matemático, inventor de una máquina de sumar (recordar que estamos hablado del siglo diecisiete),  “puso los cimientos del cálculo infinitesimal, el cálculo integral y el cálculo de probabilidades.”

Es, a la par que científico, un convencido cristiano que ve la posibilidad de unidad de los individuos en el catolicismo. En la revelación.

 En esto Pascal no se anda con rodeos de doble moral. Esa habilidad camaleónica que ya en su tiempo era común de ser cristiano en el templo y comunista en la asamblea sindical.

 Algunos no le perdonaron esa cruda sinceridad y lo excluyeron del cielo de los inmortales. Simplemente dijeron que no era filósofo. “Es un apologista del cristianismo” es lo más amable  que han dicho de él.

El mismo tratamiento  le aplicarían los inmortales a Séneca, a Montaigne y a Emerson: no son filósofos.

 Y la gente del común que ha leído a estos autores creen que, en efecto, no son filósofos porque ¡se les puede leer perfectamente! Su redacción no es oscura ni reborujada para, dice Schopenhauer, esconder deficiencias.
 
Por lo demás, opina Copleston: “Otros califican a Pascal juntamente con Descartes, como uno de los dos mayores filósofos franceses y sienten por él la admiración más profunda.”

Para “no picarle la cresta a los gallos”, como se dice en México, o “para no echarle más gasolina a la hoguera”, Copleston mismo trata de paliar los pareceres al decir: “Posiblemente los primeros no  llegan a hacerle justicia, y los últimos se exceden al tratar de hacérsela.”

En una sociedad de democracia vigorosa, bien organizada, el individuo puede irse por la libre para vivir, estudiar, investigar en el terreno de la ciencia o, en el de las humanidades, con la literatura de imaginación.

EMERSON
Empero, dice Max Scheler (en su obra Ética), es el individuo colectivo el que aportará fácticamente a la sociedad: “La persona colectiva corresponde a la salvación colectiva que no puede ser por esencia más que una.”

Y agrega algo con lo que Pascal estaría de acuerdo: “Es, por consiguiente un principio a priori la unidad de la Iglesia en la simultánea pluralidad de personas colectivas de cultura.”

Iglesia y contrato parecen para Scheler la fórmula adecuada para el mejor de los mundos posibles. Unidad dentro de la Iglesia y, paralelo a ella, libertad para coincidir o para diferir:

“Si en la sociedad domina el contrato y la convención, en la Iglesia la solidaridad; tenemos en ésta una persona colectiva, en aquella, una suma de individuos; de una parte, una salvación colectiva, de otra los grupos de intereses coincidentes, o en colisión, de muchos.”

Es semejante a lo que Pascal dice pero, hasta donde sabemos, a Scheler no lo han expulsado del Olimpo.

Pascal insiste en que la integración, la síntesis de la abundantísima y muy rica producción intelectual, tanto nominalista como universalista (en otros términos: atea y creyente) está en una especie de escolastimo donde razón y fe encuentran una zona en común.

La sola  cultura del bienestar económico no  convence a Pascal  y lo dice sin rodeos:

“He pasado mucho tiempo en el estudio de las ciencias abstractas y la escasa comunicación que puede tenerse en estas  me ha disgustado.”
(Pensamientos)

PASCAL
“Blaise Pascal fue un polímata, matemático, físico, filósofo cristiano y escritor francés. Sus contribuciones a la matemática y a la historia natural incluyen el diseño y construcción de calculadoras mecánicas” WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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