UN INVIERNO EN LAS MONTAÑAS DE PACHUCA HIDALGO




Terminamos de escalar el último tramo  norte de la pared Benito Ramírez.

Es la segunda ascensión después de la conquista llevada a cabo por Raúl Revilla, escalador de Pachuca. Metemos la cuerda en la mochila y empezamos a bajar caminando por el sur.


NORTE DE LA PARED BENITO RAMÍREZ
Regresamos al fondo del Circo del Crestón a desmontar las tiendas en las que pasamos tres días recorriendo diversas rutas del lugar. Dos agujas. El filo noreste de La Pezuña y la chimenea sur de El Crestón.

 Raúl Pérez, guía de Pachuca, iba por delante de la cordada en esta última escalada pero ese mismo día regresó por la tarde  a la ciudad.

 Un largo descenso por el Valle de Las Ventanas, la aldea de Cerezo y el viejo camino de las minas, hasta entrar por el barrio alto del Arbolito.

PRIMER TRAMO 
NORTE DE LA BENITO
RAMÍREZ
Pachuca tiene no más de 70 mil habitantes fijos. La zona noreste de la ciudad es un área solitaria con una ciudad fantasma, es decir, casas abandonadas cuando la minería empezó a decaer.

Dos días antes recorrimos la ruta Rosendo de la Peña que Eduardo Manzanos, gran escalador del Club Exploraciones de México, había abierto en el flanco norte de Las Monjas.

Planeamos vivaquear los tres en su repisa, cien metros sobre su base. La noche fue de tiempo despejado y luego de la cena nos entretuvimos, ya metidos en nuestras bolsas de dormir, en localizar los diferentes lugares entre las lucecillas amarillas lejanas que brotaban en el abismo negro de la noche.

En el norte Amajac. A la derecha Atotonilco el Grande. Más a la derecha las luces de Omitlán, bajo las estribaciones de Real del Monte.

FILO NE DE LA PEZUÑA
Dos semanas atrás pasamos tres días en el balneario de Amajac. Nuestras tiendas instaladas en las áreas verdes casi al borde de la alberca.

Nos zambullíamos en sus aguas calientes hasta la media noche. Leíamos. Tomábamos café en su restaurante de grandes vidrieras. Comíamos en los puestos sin salir de los terrenos del balneario. Leíamos más. A José Méndez le gusta hacer discursos de tinte político-sindicales. Alfredo siente pasión por correr en motocicletas.

Apostábamos a ver quién ganaba apurando la cerveza de un litro. José Méndez ganaba según su técnica que consistía en no cerrar la epiglotis en cada trago. Volvíamos a leer. Despertábamos un rato y de pronto saltábamos al agua otra vez hasta media noche.

-Pero un  día agarramos las mochilas y aquí estamos-

comento Eduardo desde el fondo de su sleeping. Eduardo Manjarrez es el que llevó a cabo cinco escaladas al Colmillo, en la región de los Frailes de Actopan, y luego la primera solitaria a la misma aguja. Era el tiempo en que en la base de esa roca había al menos diez cruces de los escaladores que habían muerto en el intento de subirla.

EL COLMILLO(CENTRO DE LA FOTO) EN EL CAMINO A SAN JERÓNIMO
Les platico de la semana que pasé subiendo los pequeños cerros del Xate, arriba del caserío de San Nicolás, más al norte de Amajac. Entonces incomunicado y era necesario caminar desde la carretera a Tampico, atravesar El Encinar y subir los cerros desde la planicie.



 

CUMBRES DEL CIRCO DEL CRESTON ENTRE LA TORMENTA
En el norte inmediato el cerro se ve al alcance de la mano pero en su cima siguen otras cimas y después otras. Luego abordamos la sierrita del sur del valle de San Nicolás. Subimos por el panteón. Se recorre en un día pero nosotros pasamos una noche en sus cumbres.


 En el vivac, en la repisa de la norte de la Rosendo de la Peña, no  son sólo  los focos amarillos que se ven a la distancia entre la noche, hacia Amajac. 

Comenta José Méndez que  hay modos de pensar entre los filósofos, por ejemplo, David Hume (1711) quien dice que la ciudad es buena porque está organizada para proteger la propiedad privada de los depredadores. Este utilitarismo le da estabilidad a la vida en sociedad.

Interesante, agrega Eduardo, pero no es  esa la ciudad de conveniencia que vemos los alpinistas al bajar de las montañas al valle. Es la humanidad cálida que llena calles y plazas públicas.
 

 
5- repisa del vivac.6-travesía hacia el oeste.

En la mañana después del vivac, en la repisa,  reanudamos la escalada de la Rosendo de la Peña. Una pequeña travesía a la izquierda, es decir, en el filo oeste de la pared. Es la llave de la ascensión. Algo para tragar saliva aun los más experimentados escaladores. Salientes muy pequeños y el escalador avanzando sus botas sobre un vacío de cien metros. ¡Increíble que por ahí haya salido Eduardo Manzanos cuando trazó la primera. Pero lo hizo hasta alcanzar una grieta vertical del otro lado y desde ahí asegurar a los otros.



El punto rojo es la altura de la repisa (5) del vivac

Regresamos por los senderos del sur. Acampamos en El Cedral, un bosque a la entrada de Estanzuela. A la orilla de un gran estanque natural de las aguas que bajan del lado del Valle de Las Ventanas. Hicimos una gran fogata y asamos carne y salchichas. Está El Cedral en el lindero del bosque pero  es un lugar por demás solitario.

Mañana bajaremos a Pachuca y ya pensamos en la larguísimas “colas” que se hacen en su terminal para México. Solamente hay una línea de pasajeros. Su terminal está en la calle Matamoros y, cosa curiosa, en México también se llama Matamoros la calle de la terminal de esta ruta de camiones.

En la noche llovió y cayó nieve. No es frecuente que eso pase aquí, a estas alturas de los tres mil metros, pero esta vez sucedió,

-Como corresponde a una noche de diciembre-dije.

En la mañana el tiempo estaba despejado y el sol rojizo pero ya intenso. Abandonamos por esta ocasión la costumbre de descender al valle por la ruta de Cerezo y empezamos a caminar, por el sendero de animales de carga, que rodea por el sur de Estanzuela y da la vuelta hasta llegar a Cerezo, por  la parte baja, hasta encontrar el camino de las minas que nos llevarían al barrio del Arbolito, a la entrada de Pachuca.

Las pocas casas  de Estanzuela tenían cubiertas de nieve sus techos de tejamanil. Son casa muy rústicas de paredes de grandes troncos de árboles del valle del Diego Mateo (León Alado le llaman los escaladores) y adobes pegados con lodo y paja para más cohesión. Tal vez no sean más  de veinte casas esparcidas por toda la ladera, algunas entre las peñas del rayo, en el lado oeste. Dos veces hemos practicado rappeles en sus ajugas.

-Mañana será Noche de Navidad-comentó Eduardo Manjarrez, cuando nos echábamos  las mochilas al hombro.

-Noche de Navidad de 1956-dijo José Méndez.

Mis dos compañeros de escaladas hace algunos años que se salieron de este planeta.

Yo sigo caminando en las calles de la gran ciudad. Abriéndome paso entre el humo de gasolina de 170 grados IMECAS.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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