ERROR ALPINO EN EL DESIERTO


 

Los errores en alpinismo, y en el desierto, como los errores en la investigación científica, son más valiosos si se les publica que si se les oculta.

En el primer caso se trata de una valiosa aportación de la que otros pueden beneficiarse. En el segundo sólo es esconder la basura debajo de la alfombra.

La  idiosincrasia de los mexicanos (quién sabe cómo serán en este sentido los otros pueblos indoamericanos) es que reaccionamos mal contra los errores de una expedición. En lugar de estudiarlos y aprovecharlos.

El resultado debe ser luminoso, heroico, retocado. Todos sabemos cómo subir montañas pero no todos sabemos lidiar con el error en tratamiento terapéutico.

"La crítica-escribe P.B. Medawar en su libro Consejos a un joven científico- es el arma más poderosa de toda metodología de las ciencias; es la única seguridad que tiene el científico de que no persistirá en el error." 

Pero la autocrítica es más difícil dado que no tiene enfrente quien se oponga a su modo de ver las cosas.

La autocrítica es hablar de los aviones que  jamás pudieron volar o que por defecto cayeron en tanto volaban. Pero que  gracias a estos errores los otros si pudieron volar y progresar.

En nuestras travesías efectuadas en los desiertos, de Sonora y Chihuahua (NW y N de México), cometimos errores, unos buscados y otros inconscientes. De tal índole fueron esos errores que son de los que no permiten ver la otra orilla de las arenas.

Hay que apresurarse a decir que las travesías, a las que aquí nos referimos, fueron realizadas a pie, caminando, con mochilas al hombro.

La primera vez que tuvimos conocimiento del desierto fue en Altar, Sonora. Deliberadamente fue en la última semana de la primavera ¡La peor época en el hemisferio norte para los desiertos calientes!

Queríamos aprender los problemas que nos planteaban las altas temperaturas con mucho sol, sin sombras y sin agua y cómo reaccionaríamos nosotros que vivimos en lugares con temperaturas de 20-10 grados C. del Valle de México.

Este recorrido solar  nos dice cuáles son las condiciones menos calientes y cuáles las tórridas
para cruzar desiertos en México.
Esas temperaturas elevadas del desierto nos hacían consumir mucha agua y la marcha no era tan ligera. Sudábamos a chorros, literalmente, y eso nos obligaba a beber más agua. Pronto nuestras cantimploras se encontraron vacías.

La segunda vez, en este mismo desierto, fue en la primera semana de diciembre. Todo fue  diferente. Encontramos 15 grados menos en el cenit que la vez anterior, las reservas de agua duraron más (de todas maneras se nos agotaron)  y avanzamos mayor distancia de terreno en un día.

Necesario tomar en cuenta que 50 grados en la ciudad no es lo mismo que 50 grados en el desierto. No para el humano. En la ciudad la gente tiene( sin mencionar la calefacción artificial) al menos dos recursos para luchar contra ese calor tan elevado.1-la sombra de las casas.2- líquidos para rehidratarse y bajar la temperatura corporal.

En el desierto no hay nada de eso.


Otro error. Fue en Altar, este también conscientemente en el sentido que sabíamos que estábamos cometiendo el error de caminar en la noche. El agua se había agotado desde la mañana y para el anochecer el horizonte parecía seguir sin fin

¡Y nada de oasis, riachuelos  ni vegas verdes como aparecen en las películas!

Caminamos durante cuatro horas en la noche para aprovechar que la temperatura en los desiertos baja mucho, con respecto del día. De esa manera pensábamos acercarnos más al final del desierto y, dadas las temperaturas bajas, la sed, la deshidratación, sería menos intensa.

Más de  mil kilómetros hay en el norte de México, de llanura para cruzar a pie, como la que se ve en la foto.

( en la foto Armando A.A. y Luis B.P.Extremo oeste de la sierra de Samalayuca, en el desierto de Chihuahua. Foto de Armando A.G.)
Dos errores hay en esta situación:

A-Está la fauna nocturna, especializada, muy activa, para buscar comida en el frío de la noche. El caminante casi pierde toda visibilidad del terreno que va pisando y queda así a merced de cualquier peligro, en especial de las víboras que pueden atacar aun cuando estemos en movimiento.
Fauna de Altar. Falta la versión especializada nocturna.

En Altar lo que se ve cruzar en todas direcciones es el pinacate, en Samalayuca las hormigas.

En el día las víboras, y los monstruos de gila, buscan protegerse del sol bajo las pocas sombras que puedan encontrar entre los bajos matorrales, o en las dunas enterrándose en las arenas. Pero en las noches frías no tienen por qué buscar refugio y andan (se arrastran) por todos lados.

B-En el día se orienta la brújula en dirección de una duna lejana y hacia allá se dirige la marcha.

En la noche toda visibilidad es limitada. El recurso de emergencia, que encontramos, fue escoger una estrella (de entre millones que se ven en las noches en el desierto) grande que estuviera cerca de la línea del horizonte arenoso en la dirección que íbamos siguiendo y hacia allá nos íbamos.

Pero nuestro planeta, es sabido, gira. Aunque lo que se ve que gira es nuestro   cielo luminoso teniendo como fondo  la  impresionante, casi aterradora, Vía Láctea.

"Nuestros ojos sólo alcanzan a ver dos mil" dijo Robert Redford a su amigo de aventura, mirando el cielo en su travesía por el sendero de los Apalaches, en la película Grandes Amigos,  señalando un cielo llenísimo de estrellas. Y agregó: " ¡Somos pequeños!"

Pero seguir “nuestra” estrella por más  tiempo es ir a dar a un rumbo que no era el nuestro y quedar así extraviados.

Lo que hacíamos era cambiar de estrella, por otra que correspondiera en nuestra brújula con la dirección que seguíamos. Y en esto todavía juega lo que se conoce como efecto coriolis. Una cierta desviación debido al eje magnético.

Luego sigue lo que podríamos llamar no el peligro de la fauna sino el multipeligro porque se trata de al menos cuatro “personajes”, mortales cada uno de ellos. A saber, las víboras, los escorpiones, las arañas  y los monstruos de gila.

Lo sensato en el desierto es parar de caminar en el atardecer, con el tiempo suficiente para levantar las tiendas, cenar, y  salir por la noche sólo para atender alguna urgencia fisiológica.

 O bien no retirarse más allá de unos metros si es que se decide por la clásica fogata frente a las tiendas.

Siempre hay la suposición de caminar en la noche para aprovechar las bajas temperaturas.  Es posible, nosotros lo hicimos, como acabamos de mencionar, por necesidad, pero, más vale adelantar que es un riesgo que no vale la pena correr.
Monstruo de gila del desierto de Altar

El error fue no llevar sueros anticrotálicos y anti lo demás. Preguntamos y buscamos pero no encontramos respuestas y así nos fuimos con la impresión que en esos años, de los setentas,  del siglo pasado, que es el tiempo del que estamos hablando, había carencias en ese sentido en el país. Esperamos que con el paso del tiempo eso sea más accesible para los que vayan al desierto con la idea de caminar y cargando su mochila, no en jeep ni en motocicleta.

Además los sueros de entonces tenían que permanecer en temperaturas bajas y no soportarían en buenas condiciones las elevadas del desierto. Nos preguntábamos cuánto tiempo podía durar una caja con hielo seco. El asunto nos pareció impracticable  caminando por un terreno que, sin ánimo de exagerar la nota, es como un campo minado dada su peligrosa y activa fauna.

Otra cosa para tomar en serio, pensarlo con detenimiento, es que el desierto, como la alta montaña, requiere de un proceso de adaptación para acercarse a él.

En la montaña los habitantes de cotas bajas necesitan subir gradualmente (cosa que nadie hace) para propiciar positivamente la nivelación de glóbulos rojos y blancos requeridos en esas altura. Se  previene así lo que se tiene como “mal de montaña” que puede ir, en cosa de pocas horas, desde un ligero malestar hasta la muerte del alpinista. ¡Y  esto no es ninguna fabula!

Para meterse al desierto, los que vivimos en lugares de temperaturas que oscilan entre los 20 y 10 grados C., necesitamos un acercamiento gradual (que tampoco nadie hace).

Permanecer al menos un día en cada ciudad o población en tanto marchamos  en dirección al desierto. De esa manera nuestros sistemas de adaptación tendrán el tiempo suficiente para no resentir los efectos adversos de los 45 -55 grados que encontraremos en el desierto.

Como anécdota recordamos la vez que fuimos, por primera vez al desierto de Samalayuca, en nuestra travesía Samalayuca-Sapelló- Ciudad Juárez(el último tramo en ferrocarril) partiendo de la Ciudad de México,(20-10 grados)donde vivimos, llegamos al lugar de descenso en la calefacción artificial del autobús (20 grados).Al abrirse la puerta del trasporte para descender  recibimos un golpe (literalmente) de 30 grados más de lo que estábamos acostumbrados.

Ignoramos cómo funcionaros nuestros sistemas de adaptación de manera tan brutalmente  violenta, para  salir bien del paso, pero desde luego no aconsejamos que alguien se exponga de esa manera.

 Para los habitantes de esas latitudes, aunque la sufren cotidianamente, no es nada excepcional. Para nosotros es algo no solo de tomar precauciones empíricas, sino de estudiar tales procesos, y trasmitirlos a los que después tendrán que ir a los desiertos bajo la concepción de deportiva.

Las crónicas detalladas de las dos travesías al desierto de Altar se encuentran en este mismo blog con los títulos “Desierto de Altar” y “Segunda travesía al desierto de Altar”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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