MAX SCHELER, EL CÍRCULO CULTURAL


 

Hobbes piensa en un Estado emanado del soberano, o de la asamblea, ya no de la divinidad.

Así la cultura brotará de los hombres y no bajará de las nubes.

Era el siglo dieciséis (Thomas Hobbes  nació en  1588, bastantes años antes de la Revolución Francesa).

Dieciséis siglos antes Jesús había dejado claro la procedencia divina de todo poder terrenal.

En un intento de Pilatos, de salvar a Jesús de la inminente muerte a la que había llegado su predicar, lo urgía a que se defendiera: “Habla, tengo el poder para evitar tu muerte.”

Y las palabras de Jesús: “No tendrías poder sino se te hubiera dado desde lo alto.”

Revolucionaria palabras de Hobbes al declarar que el poder del Estado ahora emana del soberano o de la asamblea. Explicando el pensamiento de Hobbes Copleston escribe:

“La soberanía ya está investida en un hombre o en una asamblea, se deriva del contrato social y no de la elección divina.”

En realidad ya antes que él Poncio Pilatos reafirmaba la hegemonía del soberano al decir: “Tengo el poder…”

No olvidar que el país más poderoso, en la actualidad, tiene su gobierno que dice el voto del pueblo, pero jura sobre la Biblia. Es como una especie de síntesis de aquellos memorables alegatos.

Pero no era una defensa a ultranza del Estado lo que Hobbes profesaba como independencia frente a una presencia religiosa.

Era el temor a la maldad de los hombres, y la inclinación a la anarquía de estos, por lo que Hobbes pensaba necesario concentrar  el poder en el  soberano.

Es en realidad una enorme  semejanza la idea que tiene Hobbes con el pensamiento del agustinismo, trece siglos antes, respecto del mismo tema. Sólo que Agustín piensa en Dios de los cielos. Pero a ambos los mueve prevenir la anarquía. Copleston lo dice así:

“San Agustín considera al Estado, o por lo menos tenía tendencia hacerlo, como consecuencia del pecado original, es decir, como un medio necesario para controlar los malos impulsos de los hombres, que son resultado del pecado original. Esta concepción tiene alguna analogía con la de Hobbes, considerando al Estado como remedio de los males que se derivan de la condición natural de los hombres, en guerra todos contra todos.”

(Copleston, Historia de la filosofía, volumen 2, tomo V, capitulo II)

Como sea, Hobbes no quita el dedo del renglón y quiere dejar bien establecido que el soberano, es el soberano, en todo lo que abarca su poder territorial:

“La filosofía no tiene por qué ocuparse de Dios y afirma de manera explicita que era el soberano el que tenía que determinar lo que era bueno y lo que era malo, pues en el estado natural lo bueno y lo malo dependen solamente del deseo de los individuos. Es aquí donde  Hobbes se desprende de toda idea  o teoría metafísica trascendente.” (Copleston)

Copleston  señala también  la posición de  Agustín: “San Agustín no creía que el soberano debiera decidir  sobre las distinciones  morales. Para él existe una ley moral objetiva con raíces  de carácter trascendente  independiente del Estado. Y a la cual han de ajustar su conducta tanto los súbditos como el soberano.”

Sería otro santo,  Tomás de Aquino, que concebiría el asunto desde una posición filosófica, no teológica (Estamos en el siglo trece cuando era el soberano el que todo lo decía). Tomás dice, como también lo dejaría establecido el mismo Jesús, el conocido “Dar al cesar lo que es del Cesar”:

“Santo Tomás, por el contrario, siguiendo la tradición griega considera al Estado como una institución natural, cuya principal función es promover el bien común y que sería necesaria  aun cuando el hombre  no hubiera pecado originalmente y no tuviera instintos malos.”

A Tomas no lo mueve el argumento tanto de Hobbes, ni el  de Agustín, de justificar la autoridad suprema del sobrenado terrenal, o del soberano de los cielos, por la maldad de los hombres.

Tomás dice, al contrario, que en cuestiones de las leyes civiles está el soberano aunque en  los hombres no existiera la maldad.

Implícitamente quedaba así establecido la otra parte de la oración: “Y a Dios lo que es de Dios.”

Max Scheler extiende más el análisis al decir que un soberano lo es de su frontera territoriales adentro. Pero que los valores esenciales, de espiritualidad, de cultura,pertenecen  a un “círculo cultural”. Este círculo cultural, por ejemplo, puede ser Europa o dos continentes o los cinco continentes.

Todo Estado tiene su cultura muy propia de ese territorio o país. Está  en los granos de arena con que se alimentaron sus raíces y sus habitantes. Como la  Scarlett Ó Hara que juró, ante Dios y ante los hombres, que jamás volvería a sentir hambre, en tanto arrancaba un fruto  de la tierra de Tara.

Pero esa cultura, local o nacional, además, por sí pertenece a un ámbito más allá de cualquier frontera:

“Todo Estado, debido a su misma esencia, tiene una persona cultural unitaria como fondo de su existencia y su ethos; pero la persona cultural, incluso como unidad, no necesita la unidad de un Estado para su existencia... No es necesario que sea una nación, pueden también ser círculos de cultura” (M. Scheler, Ética)

Los millones de indoamericanos, que ahora viven en Estados Unidos, siempre que pueden regresan a festejar a su Tezcatlipoca en Coyoacán, o al santo o a la virgen de su pueblo, o el 12 de diciembre a su diosa Chicomecoatl-Guadalupe, en la sierra del Tepeyac.

Estén  donde estén, los mexicanos siempre regresan al Tepeyac
Lo anterior se ajusta a lo que Scheler dice del círculo cultural: “Las personas colectivas culturales-nación y círculo cultural-no precisan, en cambio, de un contorno ni de un territorio. Sus personas miembros  pueden cambiar de domicilio, país, patria, y Estado sin perder por ello  su unidad nacional de asociación. En esto justamente se manifiesta la nación como realidad predominantemente espiritual.”

Un matrimonio de argentinos que vive en México, hace cincuenta años, siguen contando, como si fuera el ayer de un día, de la calle Florida de Buenos Aires y del olor a churrasco que por la tardes empieza a invadir las calles de la  capital.

En nuestro libro sobre la ascensión que hicimos al Aconcagua, filo noreste, en 1974 (Los mexicanos en la ruta de los polacos), relatamos de una mexicana, que vivía en Córdoba desde hacía varias décadas, casada con un argentino, nunca había vuelto a México. Pero escuchaba boleros, rancheras y toda clase de música mexicana. Y al platicar casi lloraba de emoción al escucharnos hablar el español de México.

Para Scheler aquellas eternas tesis y contra tesis, Estado-Iglesia,  era una cuestión casera pero en tanto que una entidad es finita, la otra no lo es.

 Igual que la cultura es, está o pertenece a todos, y a ningún pueblo, así la Iglesia por lo que toca a la cultura.

“Es una idea absurda la Iglesia de Estado, como absurda es también la teocracia…La Iglesia una  (Scheler se refiere a la católica pero tácitamente es para todas las iglesias) es por su naturaleza una persona colectiva  que es sobrenacional, y está por encima de los círculos culturales, a la vez que es inmanente a todos los círculos culturales y a todas las naciones posibles.”

SCHELER

“Max Scheler (22 de agosto de 1874, Múnich – 19 de mayo de 1928, Fráncfort del Meno) fue un filósofo alemán, de gran importancia en el desarrollo de lafenomenología, la ética y la antropología filosófica, además de ser un clásico dentro de la filosofía de la religión” Wikipedia





 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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