LEIBNIZ, CONTROVERTIDA ARMONIA PREESTABLECIDA


 

Leibniz encuentra la existencia de Dios en su idea de la armonía preestablecida para este mundo.

Schopenhauer dice que, por el contrario, es el peor de los mundos dada la inclinación de los hombres al conflicto, agredirse y hacer trampas mil entre ellos.

Robarse “legalmente”   algunos políticos el dinero del pueblo, desaparecer el dinero de los jubilados, meter a la cárcel a inocentes,  etc.

A tal punto es la corrupción, y la impunidad, dice Schopenhauer, que es mejor que el mundo no existiera.

Pero, ya que estamos aquí, mejor confiar en los perros, que en los hombres. “Entre más conozco a los hombres más quiero a mi perro”, era su lema.

Edgar Lee Masters escribió en su obra sobre Emerson:

“La naturaleza se empeña  en crear cerebros con una diátesis (predisposición orgánica a padecer una enfermedad) para la superstición, la violencia, la codicia, la lujuria, la ignorancia incurable, por lo que su tarea no se encamina  siempre a conducir  al país por el camino que lleva a la justicia y a la nobleza.”
 (Emerson, Editorial Losada, S.A. Buenos Aires, 20 de julio de 1945)

Se llega a tener esta impresión, del mal dominándolo todo,  por los noticieros, los informativos. Más  los electrónicos. Destacar la nota roja como recurso  que la televisora rival no le gane en el rating.

Es una abstracción comercial que deja fuera toda otra actividad de la sociedad emprendedora. Una manera de romper la armonía preestablecida por la sociedad.

Copleston ha observado que no es tan sencilla la religión de la armonía  proclamada por Leibniz. Verla con detenimiento parece plantear más problemas que los que soluciona. La libertad del individuo, por ejemplo, que parece más bien quedar robotizada.

“La doctrina de la armonía preestablecida hace esos problemas aún más agudos de lo que son, en todo caso, en una filosofía teísta.”

Como sea, Leibniz busca alejarse del escepticismo, como el de Schopenhauer, y de toda corriente decadente que intenta llevar los valores esenciales al mundo de la fenomenología y que destaca, como los programas referidos, la nota roja en una abstracción sin hacer caso de la generalidad.

Es sólo un error (inducido) de perspectiva
creer que el mal tiene más estatura que el bien.
Grabado de Doré
(Siempre hay irresponsabilidad en utilizar el término escepticismo como sinónimo de ateismo. Copleston mismo anota que un escéptico puede tener una fe más profunda y por eso indaga, duda, cuestiona, practica la antítesis contra la tesis, al estilo de san Agustín, antes de su conversión al cristianismo)

El delincuente más famoso, de este lustro, ha ocupado la atención de millones de televidentes.

 Ya pocos se acuerdan que en el mundo hay miles de  investigadores científicos buscando la verdad, en la última revelación de la materia, que les permiten sus instrumentos de laboratorio. Pero estos no cuentan para el rating.

Y otros miles de individuos, de religión, que buscan la verdad en los mundos ininteligibles. Estos tampoco cuentan para el rating.

La idea de la armonía preestablecida de Leibniz  busca apoyarse en estas filosofías de progreso material y espiritual, no en las patologías sociales.

En cosas del bien y del mal no vale la democracia. No es cuestión de mayorías. Ya desde la antigüedad escuchamos que alguien  intentó detener la destrucción de una ciudad por estar habitada por perversos. Hasta a los ángeles, que llegaron de noche, querían tirarse.

El último justo, que quedaba en ese lugar, trató de salvar a la ciudad ¿si quedan diez justos suspenderías la destrucción? ¿Si quedan cinco justo suspenderías la destrucción? ¿Si quedara un solo justo suspenderías la destrucción? Un solo justo salvaría a todos.

La idea es que si una manzana podrida descompone a las otras, una virtud activa "alcaliniza" a las descompuestas.

Sabido es que no  perdonó porque la armonía preestablecida se había roto. Aléjate  y llévate a tu familia porque voy a destruirla.

Y con la destrucción se puso claro que hay recompensa y castigo. Así como entre los humanos hay leyes que hablan, y aplican las recompensas y castigos, cuando la armonía social se rompe.

Por eso hay contratos colectivos patrón-sindicato para dejar preestabelcida una armonía de trabajo. Y sus cláusulas de sanción cuando esa armonía se rompe.

La idea de Leibniz, dice Copleston, es que todo apunta en la vida hacia el bien, hacia la armonía:

“En todo caso, la pretensión general de Leibniz es que hay incomparablemente  más bien que mal en el mundo, y que el mal que hay en el mundo pertenece al sistema total al que es como totalidad como hay que considerar.”

Empero, la idea de la armonía preestabelcida no quiere decir  que la vida cabalga en la filosofía perenne, caduca, inmóvil, cuajada, fosilizada, y ¡vamos a echarnos a dormir en la hamaca porque ya todo está  hecho para nosotros!

Todo lo contrario, el espíritu de la cultura occidental es la acción, el movimiento, la persecución utópica de lo nunca alcanzable, porque  se es mediante el hacer. Por eso Copleston anota:

“Al decir que el mundo es el mejor  de todos los mundos posibles, Leibniz no quería dar a entender  que en cualquier momento dado haya alcanzado su máximo estado de perfección: el mundo progresa y se desarrolla constantemente.”

(Volumen 2, tomo IV, capítulo XV)

Leibniz
“Gottfried Wilhelm Leibniz, a veces von Leibniz1 (Leipzig, 1 de julio de 1646 - Hannover, 14 de noviembre de 1716) fue un filósofo, lógico, matemático, jurista, bibliotecario y político alemán. Fue uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII, y se le reconoce como "El último genio universal". Realizó profundas e importantes contribuciones en las áreas de metafísica, epistemología, lógica, filosofía de la religión, así como a la matemática, física, geología, jurisprudencia e historia.” WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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