CICERON Y LAS CUESTIONES ACADEMICAS

Cuestiones Académicas

El hábito, la costumbre, era un tema que ya se discutía hace más de dos mil años en Europa. Pero el hábito, como se verá,  no es un fin en sí mismo. Sólo es la herramienta para conservar algo. Puede tratarse de una costumbre patológica como el fumar o bien terapéutica como el acto de caminar.

En el año 45 antes de Cristo el filósofo y legislador Marco Tulio Cicerón se reúne en la ciudad de Cumas, Roma, con sus amigos Varrón y Ático. Se ponen a dialogar de cuestiones filosóficas que proceden de personajes griegos y latinos.

 El mismo Varrón, M. Terencio Varrón, fue un fecundo escritor romano, nacido en el año 116 de la época precristiana. Cicerón, como se sabe, fue amigo, admirador y seguidor de Bruto, el senador romano que encabezó la conjura contra Julio Cesar y terminó con el asesinato de este. Cicerón se expresa  en los siguientes términos de Bruto: “amigo eminente y adornado de toda clase de méritos...”

Se cree que cuando Cicerón escribe “Cuestiones Académicas”, tenía 62 años de edad.”Varrón y Cicerón, que son sus personajes principales, discuten en presencia de Ático. El primero sostiene las ideas de Antioco, fundador de la quinta Academia, y hace una exposición histórica de la filosofía, desde Sócrates hasta Arcesilao; el segundo toma a su cargo las defensas de la doctrina de Filón o de la nueva Academia, y continúa aquella exposición desde Arcesilao hasta Carnéades”.

En la plática se ponen de acuerdo en que ninguna diferencia había entre los pensadores griegos llamados peripatéticos y los académicos. Hacen hincapié en ello por lo que es de creer que a la sazón había confusión al respecto entre la gente de letras del imperio romano. Ambos procedían de la línea de Sócrates – Platón. Sólo que los discípulos de Aristóteles gustaban de caminar, en tanto discutían temas filosóficos. Por este detalle se les conoció como “peripatéticos” pero sin que en realidad existiera alguna diferencia en el terreno de las ideas de los otros. Sin dejar de anotar, para evitar confusiones,  que los aristotélicos será más “lógicos” y menos “idealistas” que los platónicos.

 Cicerón, que desde joven se aficionó a la filosofía, tuvo como maestros a los epicúreos que fueron Fedro y Zenón, al académico Filón, a Antioco de Escalona y a los estoicos Diodoto y Posidonio.

Unos de los temas que abordan en “Cuestiones Académicas” es que el hombre debe buscar el “bien supremo”.Después el cristianismo diría: la búsqueda de Dios. Pero estos pensadores, como seres de tiempos “paganos” y como filósofos que eran, buscaban algo que pudieran aprehender dentro del pensamiento lógico.

 En la antigüedad todos los pueblos eran paganos, menos uno. Menos el mío. Los griegos, muy cultos, decían que los demás eran paganos. Después los romanos, también cultos, consideraban a los otros paganos. Los chinos fueron tal vez los padres de esta idea y para demostrarlo  levantaron la Muralla. Los judíos eran los escogidos porque así lo decía el Libro y los otros eran los paganos. Luego vinieron los cristianos y los demás pasaron a ser los paganos. Sucede hasta en nuestros días. Cualquier secta de veinte individuos se refiere a los “otros” como paganos.

Estos pensadores romanos, no paganos de Cicerón,  se encontraron  al voltear la esquina con que para llegar al “bien supremo” se necesitaba  la “virtud”. Y hallaron que esta exige, aparte de ciertas normas de conducta, un requisito que no cualquiera puede dominar y es el hábito, la costumbre.

 Se puede ser virtuoso o santo por un día, pero al día siguiente quién sabe. Alguien se pondrá el tenis y echarse a correr por deporte, pero la siguiente vez que lo haga a lo mejor es hasta el otro año. Otro se pone a dieta para bajar de peso corporal pero al rato la abandona. Aquí no hay hábito.

Se necesita saber qué es la virtud, concluyeron estos pensadores de la antigüedad y, después, practicarla cuidando que, mediante la costumbre, no escape.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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