Técnica de expedición alpina



"no busco la cumbre para morir, la busco para vivir"


Son 4 tipos de expedición alpina: ligera, pesada,  reconocimiento y mediana.


Ligera

Ligera
En la expedición ligera tres ya son muchos. Con formación de escalador la solución se busca mediante el “raid” o incursión lineal llevando el lema “ni un paso atrás”.
No hay montaña difícil ni lejana que no pueda ser abordada por una cordada de dos. La fuerza de la cordada radica en su mentalidad, fuerza física y preparación técnica. Sobre todo en su disposición de animo frente a lo inesperado.

En ocasiones, es cierto, los resultados aunque victoriosos, son dramáticos. Nosotros en los desiertos   dos veces el desenlace lógico era no haber regresado. En el primer intento que hicimos de la circunvalación al Pico de Orizaba, en la cota de los 4,200, nuestro avance se detuvo cuando se nos terminó el agua. Y tenemos otros veinte relatos de la imprudencia.

Aquí el modo es ir haciendo simples “depósitos” de víveres, agua y algo de equipo si se piensa regresar por el mismo rumbo. Si el final del recorrido es por otro lado pues entonces no queda más que seguir…

Hay plena conciencia que se está jugando  a los dados con la dueña de la casa. Pero eso no importa. Si el alpinismo es ya la practica de lo ilógico, abordar problemas alpinos de profundidad con una sola cordada es lo ilógico de lo ilógico. Pero no se crea que en este modo haya algo extraordinario. En escalada se acostumbra hasta la escalada solitaria. De manera que una cordada de dos ya es un grupo.
El alpinismo carece de filosofía porque este deporte es un juego.Un juego muy personal aunque se practique en grupo.Ir a la cumbre es el leitmotiv.Es un verbo.Un pretexto. Si tenemos suerte hasta podemos encontrarnos con que esta vez no pudimos alcanzar la cumbre. Ya tenemos ahí un reto, o un pretexto, para regresar a la montaña.En tiempos pasados no alcanzar la cima era un fracaso. Ahora es la perspectiva de un nuevo amanecer.
Pesada
Es la práctica de lo absurdo. Algunas expediciones europeas en los himalayas se componían de 30 miembros. Para llevar víveres, tiendas y equipo contrataban a 50 coolíes (cargadores) y serpas (cargadores y compañeros de altas cotas). Para estos 80 había que contratara otros 100 y tener  lo suficiente para los anteriores 80. Pero entonces era necesario cambiar la logística para 180. Y así el número iba creciendo de manera monstruosa. En ocasiones los cargadores bajaban la carga, se negaban a seguir, sacaban su bandera de huelga y pedían más dinero que el que originalmente había sido acordado. Tenían que intervenir las autoridades civiles de allá abajo y en ocasiones las embajadas del país de procedencia del grupo expedicionario. Pronto se abandonó esta manera caótica.

Reconocimiento
Es el modo más apropiado para localizar y subir  montañas desconocidas o abrir  nuevas rutas en montañas ya conocidas.
Requiere una infraestructura, tal como un club organizado, o algo así, solvente en lo económico. Que sea heredero de las observaciones que se cosecharon en la expedición de reconocimiento y luego sean llevadas a la  práctica.

Para que sea de aprovechamiento general hay que escribir, editar y distribuir el trabajo trátese de  revista,  libro o bien en la página de Internet.
Se requiere más que eso. La mentalidad casi altruista para facilitarles el trabajo a otros. La egomanía alpina dificulta mucho esta labor. Los integrantes de la expedición de reconocimiento quieren ir de una vez a la cumbre antes que otro se le adelante. Y si esto no es posible se esconden los resultados.

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Mediana
Cumple la idea de una expedición que es  precisamente planear para resolver situaciones y necesidades que presente el terreno. Sin dejar de considerar los modos de la conducta humana que en ocasiones son más difíciles que el más difícil de los problemas de la montaña.

La idea es llegar hasta la base de la montaña, en el lugar más protegido posible de los vientos y de los aludes, a una altitud adecuada para efectos de aclimatación, con tiempo, víveres, equipo y dinero. Aquí empieza el “juego”.
Sin perder de vista que lo más difícil de una montaña con frecuencia no está en la montaña sino en los factores climatológicos que rodean a esa montaña. A este respecto un militar argentino, gran conocedor de la cordillera central de los Andes, nos explicaba el “secreto” en el que reside la peligrosidad del monte Aconcagua. Lo dijo con la óptica de un militar “El Aconcagua es como un guerrillero: ataca de sorpresa, se retira de inmediato y deja tras de si un campo desolado”.
Y otro militar argentino, Lucio V. Mancilla, ya había escrito mucho antes: " Estar prevenido es la mitad de la batalla ganada"( Una excursión a los indios ranqueles, ver en este mismo blog)

La fuerza de una expedición consiste en eso: estar preparada para resolver las posibles sorpresas climatológicas. En otras palabras, sorprender al factor  sorprendedor.
Si el mal tiempo llega no queda otro recurso  que esperar  que las buenas condiciones climatológicas  se restablezcan. En ocasiones hay que esperar dentro de las tiendas semanas enteras.

Y aquí es cuando se presenta el problema de la conducta humana. Después de tres semanas la gente se vuelve irascible, se pone triste o lo invade la nostalgia. El ímpetu del principio ha perdido su fuerza. Levanta la puerta de tela, se asoma hacia fuera y dice desganado: “Es interesante la montaña esta”. La comida puede ser rica pero ahora extraña la comida de casa o del restaurante.

Esto sucede sobre todo en las expediciones tipo Club de Tobi, integradas sólo por hombres. Es cuando empiezan a pensar que lo más importante del universo está en otra parte. En las expediciones mixtas no sucede eso. La conducta es muy diferente. Las relaciones no llegan a tensarse hasta niveles incómodos.

En la actualidad las permanencias prolongadas son más llevaderas pues se tiene más recursos tecnológicos para soportar semanas bajo el techo de una tienda. Televisiones portátiles ligeras, películas, música, computadoras con programa Dragón al que sólo hay que dictarle sin necesidad de escribir. El de formación geológica puede seguir su investigación desde la tienda, el otro continuar escribiendo su novela, el de la  tienda de más allá ver la película Shane, Los Imperdonable, Hombre de familia, ¿Quién conoce a John Black?,etc. En la otra tienda está el fanático de las obras de Shakespeare o de Ibsen…El otro prefiere reirse con las caricaturas del Pájaro Loco y el Oficial Matute...

 Por fin regresa el buen tiempo y hay que ponerse en marcha hacia las alturas. Los dibujos de Manuel Sánchez nos ilustran la manera. Fueron sacados del libro de Técnica Alpina, editado en noviembre de 1978 (páginas137-143), por la Dirección General de Actividades Deportivas y Recreativas, de la Universidad Nacional Autónoma de México,  bajo al dirección del Ingeniero Alejandro Cadaval Torres.


Una última consideración  es la relativa a la aclimatación a las alturas. Este aspecto es algo  que golpea  y,  con tal fuerza, que el montañista debe dar marcha atrás (después de vomitar o desmayarse) y en ocasiones morir ahí mismo o en breve tiempo a consecuencias de lo mismo. En México ese asunto se le conoce como “mal de montaña”.Es el precio que pagamos por subir en pocas horas lo que debería llevarnos días.
Lo más propio es consultar a la ciencia médica del deporte respecto de este tema. Aquí damos una noticia sucinta del asunto. La intención es despertar el interés para que el individuo se documente más sobre este tema del mal de montaña.
Adolf Mokrejs, en su Guía practica del excursionismo II, (ediciones Roca, México, 1986, Pág. 112) dice que “El “mal de montaña o altura no es una enfermedad sino un indicio de que la aclimatación no ha tenido lugar”. Da enseguida unos datos. Se pueden dividir las diversas zonas de aclimatación. Abarcando cada una de ellas 1,500 metros de altura. Y exigiendo una semana de adaptación. Para la zona entre los 3,000 y los 4,500 se requiere una semana. Para la situada entre los 4,500 y los 6,000, dos semanas.
Es decir que para ir, de la Ciudad de México (2,200m.s, n. m.), a la cumbre del  Pico de Orizaba, necesitaríamos  ir subiendo, acercándonos,  gradualmente, de población en población, dos semanas. Como lo hacemos es en dos días. Uno de acercamiento y el otro para subir a su cumbre. Imagínese la tremenda deficiencia en nuestro modo de subir altas montañas. ¿Qué de raro tienen todos esos dramas originados por el mal de montañas que vemos con frecuencia?
Para subir al Popocatépetl, partiendo de la Ciudad de México, necesitaríamos una marcha de aproximación- aclimatación de  al menos una semana.  Lejos de eso,no es raro que salgamos en la mañana en automóvil de la ciudad, dos horas después estamos en Tlamacazcalco y tres horas más tarde en la cumbre del volcán. Cinco horas lo que necesitó una semana…


 Si alguien quiere tener una idea real de lo dramatico que puede ser el mal de montaña vea el video donde se muestra la muerte de un joven andinista argentino llamado Federico Campanini. Murió por esta causa en el Glaciar de los Polacos, filo noreste del Aconcagua, el 19 de febrero del 2009.Está en Geoogle Internet.





Es este el lugar donde tenemos que detenernos para considerar que en la filosofía alpina  hay más preguntas que respuestas.

Después de seguir las indicaciones de la medicina del deporte, y ser disciplinados con el riguroso programa de entrenamientos, hay que cerraron los ojos a todo razonamiento y lanzarse hacia la cumbre, la travesía de la montaña o el cruce del desierto. Igual cierra los ojos  el matador de toros o el militar en el frente de batalla. Si los abre, si razona, perece. Si los cierra tiene más posibilidad de regresar con vida.

La vida misma va en juego y en el valle han quedado los padres o tal vez la esposa y los hijos que esperan y necesitan nuestro regreso. Eso lo sabemos, porque mil veces lo hemos pensado, y, no obstante, cerramos los ojos y nos lanzamos. Algunos regresan al valle y otros ya no. .. ¿Cómo explicar esto? La psicología, ciencia académica reciente, no resiste la tentación de meter baza en el asunto. La filosofía, ciencia tan antigua como el hombre, ha batallado mucho para encontrar la congruencia…

A su  manera, cada generación persigue la inmortalidad (lo que esto significa para cada individuo). Y es a tal punto cierto lo anterior que es un hecho que  en las montañas se muere la gente en el intento de subirla. Si los alpinistas fueran seres racionales,  prácticos, estuvieran dedicados por entero a ganar dinero en el  valle, comodidades y prestigio social o escribiendo sendas obras de  literatura o charlando y tomando una taza de café con una chica.… Pero, en cambio, les da por perseguir sueños de conquistar lo inexplicable. Y es un hecho que en la montaña iguale mueren los reyes y demás de la nobleza, que hombres de ciencia que habitantes de las colonias precaristas.

Hace tres mil años Homero contó la leyenda de Odiseo. Este personaje  durante años, empezando por su participación en la guerra de Troya, persiguió la inmortalidad. Era invencible y famoso y, tan inmortal, que a treinta siglos seguimos recordándolo. Sin embargo, al final del viaje lo único que deseaba, por sobre todas las glorias inmortales, era llevar una vida mortal común. Regresar a Ítaca, a   su hogar, con su mujer y su hijo.

Lo mismo sucedió con Peer Gynt, personaje de Ibsen. Durante cincuenta años persiguió la fantasía y vivió mil aventuras. Por fin un día regresó a su aldea entre los fiordos. Ahí lo esperaba Solveig. ¡Solveg lo esperó medio siglo! Ambos se encuentran y se abrazan. El tiempo  real sexual había pasado ya para ambos,no el tiempo esencial,lo intemporal, que es la banda donde se halla el amor,  se reencontraron y llevaron una vida común.


La pregunta que s e hace todo escalador, o que debería hacerse, es ¿qué es lo que quiere? En ocasiones hay que decidirse por la vida de los inmortales, como Odiseo,  o bien por la vida de los mortales, como Odiseo. Pero no siempre se pueden ambas cosas…

Parece que el ejercicio ideal, el más sabio, en la práctica del alpinismo, es el que reside en el justo medio, lejos por igual de la cortedad como de la temeridad. Tal vez sirva para algo si citamos las palabras  que Ramón Xirau, hablando de la temeridad y su contraparte aristotélica,  escribió en su  Introducción a la historia de la filosofía: “El justo medio no es el acto mediocre entre dos extremos más o menos atractivos. Por el contrario, puede ser y suele ser el acto más difícil. El valor es más difícil que la cobardía o la temeridad”…




2 comentarios:

  1. Gracias ItalianTrek
    Como Escuela de Alpinismo ustedes conocen la necesidad que todos intercambiemos información en derredor de la experiencia alpina, tanto técnica como subjetiva.
    Nuestros aciertos y errores tal vez les sirva a los demás...

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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