Juan Carlos Dávalos es de esas presencias literarias más allá de los premios bajo los reflectores o de las figuras apropiadas por las sectas culturales internacionales. Su mundo no es de muchos. Está lejos de las ciudades. La soledad de las montañas o la aridez de la llanura mantienen lejos a muchas plumas (o computadoras).
El sol quema, el viento seco mata y la nieve congela. El que es uno con el vivaque de la sierra no gusta de cualquier argumento . No de manera preferencial. Para escribir El viento blanco hay que haber estado dentro del viento blanco.
Dávalos es El Narrador de Salta. De la ciudad hay quien se ocupe. El está hecho para otros vientos. Nallim escribe: “Quien leyó a Juan Carlos Dávalos y conoce Salta observa rápidamente la verdadera comunión entre el autor y el medio”
Este es el panorama al que Dávalos canta
"Un panorama ajeno al planeta"
Foto tomada de En Förgangen Värld Un mundo que se va, de Eric von Rosen
Stockholm.1916
Carlos Orlando Nallim escribió un ensayo sobre Dávalos que fue publicado en Revista de Literaturas Modernas, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, en 1973. La Universidad Nacional Autónoma de México editó Cinco Narradores Argentinos (Mansilla, Álvarez, Dávalos, Arlt, Di Benedetto.) en 1978. Juan Carlos Dávalos nació en 1887y murió en 1959.
El mundo que conoció Dávalos
Foto tomada de Un mundo que se va
Es una narrativa fresca, vigorosa, frente a un mundo repleto de literatura neurótica. Un “Viajero de soledades”, como es Dávalos, necesariamente, inevitablemente, hablaría soliloquios que después se le ocurriría pasar al papel. Después de cierto tiempo en la soledad el individuo habla en voz alta con él mismo, con su mismo, con mí mismo.
Pero no habla de sí mismo. Habla con la naturaleza: “Hay en el norte argentino, más precisamente en el noroeste, una provincia que abarca colosales cumbres andinas alineadas en cordillera, con su presencia sobria, sus altiplanicies desiertas, sus puertos escabrosos, que la separa de Chile. Con sus estepas y salitrales asume características de paisaje ajeno al planeta, con sus montañas interiores que implican quebradas ásperas o valles fertilísimos, se alarga hacia la llanura…”
No es lo mismo escribir entre el barullo que, como decía ese otro sobrio escritor argentino, escribir de la soledad. Lucio V. Mansilla en: Una Excursión a los indios ranqueles, dice: “Por bien templado que tengamos el corazón, es indudable que el silencio, la soledad, el aislamiento y el abandono, hacen crecer el peligro en la medrosa imaginación...Es por eso que el valor a medianoche es el valor por excelencia…Las tinieblas tienen un no sé qué de solemne, que suele helar la sangre en las venas hasta congelarla”.
Dávalos tiene el mismo sentimiento frente a los panoramas naturales: “Una y otra vez el paisaje de valle y bosque, de indefinidos rumores que dan encanto o silencios que dan miedo”.
Uno de los ritos de iniciación de los aztecas, para que el joven fuera considerado mayor, era pasar varias noches solo en los lejanos bosques. Dávalos dice: “Las acciones no se desarrollan en el paisaje, sino que el paisaje se configura y vive narrativamente”.
Nallim considera que Dávalos es un escritor que “permanece un tanto olvidado…Ha permanecido arrinconado en algunos manuales de literatura”. Esto es cierto si se considera globalmente el universo de la cultura. Necesariamente tiene que ser así porque la literatura de la ciudad contiene mucho de antropocentrismo, es su leitmotiv. En cambio un “viajero de las soledades” lo que hace es vivir en el casi fantástico universo andino.
Dávalos intuye y percibe, no se queda en el sólo percibir,que es la herramienta yoica de la literatura de ciudad "contemplo,más que pienso",dice.
Dávalos fue a estudiara Buenos Aires y conoció el mundo de los intelectuales. Desencantado dice: “…mi catecismo se sublevaba contra el aparatoso palabrerio y la manera afectada de simbolistas y decadentes”.
Dávalos describe su amada Salta, su gente, sus costumbres y su arquitectura. No es apartado de la sociedad pero lo que domina es el relato del silencio. En la llanura y el estruendo de la avalancha de nieve precipitándose por los glaciares de las altas montañas: “Caminaron así toda la tarde; caminaron así toda la noche, cruzando llanos, salvando cuestas, bordeando laderas, siempre bajo el mismo cendal de nieve silenciosa, sutil, continua, inacabable. Caminaron hasta el momento en que la cerrazón, cada vez más tupida, se anticipó a la noche del segundo día. La tropa al detenerse fue derritiendo la nieve con el calor de sus cuerpos y quedó como encerrada en un corral fantástico”.
En este relato suyo, conocido como El viento blanco, el que quedó arrinconado fue el antropocentrismo. La naturaleza es la que marca el rumbo.
Uno de sus cuentos, el mencionado Viento blanco, da idea de su modo de ver la vida. “El cuento tuvo su primera edición- escribe Nallim- en 1922. Han pasado cincuenta años y sin embargo no ha perdido frescura”.
Cuando escribimos esta nota ya han pasado 88 años y la literatura de los grandes premios internacionales hace que Viento blanco alcance más altura...
Su pluma mueve a los personajes en sus hábitos centenarios, pero son figuras de segundo plano junto a la geografía. Dijo en una conferencia: “Yo estoy hecho a las cordilleras donde reinan en toda su majestad salvaje las fuerzas eternas y ciegas del mundo. Estoy acostumbrado a contemplar más que a pensar. Soy esta cosa sencilla: un buscador de belleza en el paisaje natal y en las almas ingenuas de mis comprovincianos”.
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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