STo. Tomás visto por Copleston

Su obra El pensamiento de Santo Tomás  contiene ideas que el mundo tardó setecientos años en poner en práctica. Santo Tomás considera que el Estado y la Iglesia debían vivir en armonía pero cada quien por su lado: “En consecuencia, el Estado tiene una función positiva propia, y Sto. Tomás no lo consideró como un departamento  de la Iglesia, ni creyó que el gobernante fuera vicario del Papa.”
Su abundante creación intelectual  comprende principalmente la Summa Theológica y la Summa contra los Gentiles.
Copleston

En el discurrir de religión con otros cristianos, en el controvertido tema de la representación, Santo Tomás es directo. Copleston dice: “Santo Tomás no creía en un pensar sin imágenes y consideraba la necesidad de recurrir a ellas como un ejemplo de la dependencia real de la actividad mental respecto  de las facultades o poderes sensibles”.  Para representar una región los cartógrafos recurren a los mapas,  los arquitectos a las maquetas, los banqueros a las letras de cambio, los críticos gráficos a la caricatura…

F C. Copleston S. J. (10 de abril de 1907-3 febrero de 1994). Sacerdote de la Compañía de Jesús y escritor de filosofía. Se convirtió al catolicismo romano mientras asistía al Marlborough College. Fue el autor de la influyente obra Historia de la filosofía, publicada en once volúmenes. Es conocido además por el debate que sostuvo con el famoso pensador inglés, Bertrand Russell, transmitido en 1948 por la BBC. El debate se centró en la existencia de Dios. El año siguiente debatió con A. J. Ayer sobre el positivismo lógico y la significación del lenguaje religioso.

Copleston encuentra que el tomismo es una manera de pensar siempre en desarrollo: “es un pensamiento vivo y en desarrollo, que se inspira  en Sto. Tomás, pero que lleva a cabo su meditación a la luz de la filosofía y el desarrollo, cultural posteriores...El concepto de una filosofía perenne es el concepto de una comprensión en desarrollo, más que el concepto de la expresión,  estática y acabada, de tal comprensión… Se daba cuenta, como filósofo y psicólogo, de la importancia de los aspectos apetitivos y volitivos de la vida humana”.

El confesionario, la psicología y la filosofía, le facilitaron desarrollar temas como el de la “Idea operante”.Una idea, que después encontramos en Schopenhauer, es que algunos hombres viven bajo la letra que les inspira una ideología o alguna creencia, pero sus actos en la vida diaria no corresponden. Dice Copleston siguiendo a Santo Tomás: “Muchas veces sólo podemos decir lo que esta idea es, observando las acciones de un hombre, y viendo cómo organiza su vida conocemos el propósito que lo guía o sea su Ideal operante”. Filosofar hablando y filosofar actuando son dos maneras muy cultivadas. Estaba convencido, por el contrario, de que la filosofía es una forma de actividad intelectual que exige un esfuerzo mental paciente, amplio y constante.

 Creía que la fe y la razón van mano a mano en la comprensión de la realidad: “Si sólo hubiera un entendimiento en todos los seres humanos, dice el santo, sería imposible explicar la diversidad de nuestras vidas y actividades intelectuales”.  No es necesario parcializar al hombre. Santo Tomás sabía que desde la antigüedad clásica existieron escritores que página tras página mataban a Dios negando su existencia. Se pregunta extrañadísimo  ¿Por qué matar algo que no existe? : “Si el entendimiento humano no conociera positivamente algo acerca de dios, no podría negar nada de Él”.

Lo práctico del pensamiento de Santo Tomás se ve cuando dice que no es necesario ir por el mundo haciendo buenas obras por todas partes  como para llenar el día. Sólo las que, de no hacerlas, causarían algún mal: “Llevar a cabo sólo aquellas buenas acciones cuya  omisión  produciría mal”.


La contribución  más destacada a su formación de Santo Tomás fue Alberto Magno con quien estudió en Paris de 1245 a 1248.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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