Hamlet de Shakespeare

Es el trasfondo filosófico que contiene esta obra por la que ha sido representada en el teatro desde el siglo dieciséis, en muchos países, y de la que se han hecho incontables miles de ediciones de libros.

También porque, a través de los siglos, a Hamlet se le ha dado la interpretación según la corriente ideológica, académica o lírica, que domine la década. Política, policíaca, metafísica, zenonizante, guerrera, monárquica, democrática, etc. Para esto y más se presta la obra Hamlet. Es el irresistible deseo de meter mano en el famoso texto. En el siglo veinte se vio favorecida por el psicoanálisis.

                                                          William Shakespeare

Después viene el desarrollo de la tragedia con sus antagonismos palaciegos. Y, el tratamiento, muy shakespeareano, como intervención del destino que, al estilo de Romeo y Julieta, de un vino envenenado que estaba dirigido a unos y por equivocación  lo beben otros.

Hamlet es una obra que viene desde los tiempos de la leyenda europea. Sin dejar de mencionar la afinidad que algunos han hallado entre el Orestes de Esquilo, en la época griega, y el Hamlet que nos ocupa. De lo que se ha investigado el primero que la escribió fue el historiador y eclesiástico danés Saxo Grammaticus. Lo hizo en latín, en el siglo XII. Avanzado el siglo XVI la paternidad de esta obra se le atribuye a Thomas Kyd. En el siglo XVI Shakespeare la conoció, la reescribió y desde entonces se considera que en él “Hamlet” encontró su expresión sublime.


Como veintiún siglos desde la antigüedad griega, comprendida la Edad Media, donde los humanos interactúan con personajes metafísicos como dioses, espíritus, gnomos, fantasmas, así en el Hamlet de Shakespeare son frecuentes estas criaturas.

Es hasta el siglo XIX donde se empieza a dar el proceso de zenonizar esta literatura. El psicoanálisis encuentra figuras como víboras, oídos por donde algo penetra, gotas de veneno, etc. Y es cuando el Hamlet de Shakespeare se llena de imágenes de complejo de Edipo, homosexualismo, parricidio…

Horacio, uno de los personajes de la obra, amigo de Hamlet, hace al final de la tragedia una reflexión que es como un resumen de la obra: “acciones crueles, bárbaras, atroces: sentencias que dictó el acaso, estragos imprevistos, muertes ejecutadas con violencia y aleve astucia, y al fin proyectos malogrados que han hecho perecer a sus autores mismos”.

Hamlet padre muere en el jardín de su palacio mientras duerme la siesta en el transcurso de la tarde. Se cree que una víbora lo ha mordido. En realidad su hermano Claudio ha vertido durante el sueño unas gotas de poderoso veneno. El psicoanálisis en el siglo veinte no pasará por alto este hecho para introducir una situación de homosexualidad.

Los guardias de palacio real de Elsingor, Dinamarca, son los que empiezan a ver el fantasma del soberano Hamlet recién fallecido.

A tan solo un mes que el rey Hamlet ha muerto, su hermano Claudio se casa con Gertrudis, la reina viuda. Ante esta situación Hamlet, hijo, vive la más fuerte desazón de ánimo.

En su soledad reprocha a su madre que apenas hayan transcurrido unas semanas y se encuentra ya entre fuertes festejos con motivo de su nuevo matrimonio. Esto le hace exclamar: “¡Fragilidad, tu tienes nombre de mujer!” Suficiente para que el psicoanálisis encontrara en Hamlet su complejo de Edipo.

Hamlet se reprocha su pasividad por no poner remedio ante la injusticia. Sabe que su padre fue asesinado (el mismo fantasma de Hamlet padre se lo ha dicho) y él nada hace para castigara a los culpables: “¿Nada merece un rey con quien se cometió el más atroz delito para despojarle del cetro y de la vida? ¿Soy cobarde yo?”.


Hamlet da muerte a Polonio, un enviado de Claudio el rey, para que espíe cuanto dice en una entrevista que el príncipe tiene con su madre Gertrudis. Polonio se esconde tras las cortinas y al menor ruido Hamlet saca su espada y lo atraviesa con todo y cortina.

Ofelia, hija de Polonio, al enterarse de la muerte de su padre pierde la razón y acaba suicidándose.

Después de esto Claudio el rey se da cuenta que su vida peligra a manos de Hamlet. Se da prisa de enviar a Hamlet a Inglaterra con cartas para que allá lo asesinen.

Laertes, hijo de Polonio, busca vengar la muerte de su padre. Claudio, el rey, azuza a Laertes, hábil espadachín, para que sostenga un duelo a espada con Hamlet. Está seguro que éste morirá. Para asegurarse de la muerte de Hamlet el rey pone veneno en la espada de Laertes. Y también en la copa de vino destinada para que beba Hamlet. De esta manera, si Hamlet logra lo imposible y da muerte a Laertes, al beber su vino, morirá.

Gertrudis, la reina, se pone tan nerviosa al presenciar el duelo que, sin saberlo, bebe de la copa envenenada destinada para Hamlet. El rey trata de impedir que beba pero ya es tarde. La reina muere.

En el duelo los dos contrincantes se hieren de muerte. Al ver a la reina que muere del vino envenenado, Laertes le descubre a Hamlet toda la conspiración del rey, y suya propia,.Antes de morir declara a Hamlet y a los presentes que el rey es el delincuente que tramó todo esto.

Ya para morir Hamlet, herido por la espada envenenada de Laertes, corre y de una estocada da muerte al rey y, además, le hace beber el vino envenenado.

Entretanto se desarrolla el drama algunos de sus personajes se detienen en consideraciones filosóficas. ¿Qué nos espera después de la muerte, así haya sido un personaje famoso?: “Alejandro murió, Alejandro fue sepultado, Alejandro se redujo a polvo, el polvo es tierra, de la tierra hacemos barro”. Barro que no es suficiente para tapar la rendija por donde el viento se mete a la choza del labriego.

Otra de las lecciones que nos deja la obra Hamlet es el pleito entre dos adversarios que acabarán por destruirse. Y alguien, que ni siquiera metió las manos en el asunto, y quizá ni lo buscaba ni lo esperaba, fue el que ganó al heredar un lugar vacío. Esta es una situación vigente que se desarrolla cerca de nuestras vidas, todos los días, en la oficina,en los partidos políticos, por la rectoría de una universidad, por la dirección del laboratorio de investigación científica, la empresa, la fábrica, las escuelas, los amigos, en la academia, los amores, o en nuestra vida misma… Cerca de donde escribimos esta nota acaban de destruirse totalmente los miembros de una familia por la herencia. La casa quedó sola y un vecino simplemente se metió subrepticiamente, se instaló cómodamente y ahora la propiedad es suya.

Así pasó en la obra Hamlet con Fortimbrás. Al final Fortimbrás, príncipe de Noruega, que poco aparece en la obra, es el que se queda de rey de Dinamarca. Ordena se le hagan honores póstumos a Hamlet, quien era el heredero de la corona pero que, por vengar la muerte de su padre, ahora yace muerto. El rey espurio ha muerto. La madre de Hamlet y esposa de dos reyes, también ha muerto.
Fortimbrás da su primera ordene como nuevo rey: “Quitad, quitad de ahí esos cadáveres. Espectáculo tan sangriento más es propio de un campo de batalla que de este sitio”.

Y ahí acaba todo.




Algunos pensamientos que se encuentran en esta obra:

La juventud, aun cuando nadie la combata, halla en sí misma su propio enemigo.


Las malas acciones, aunque toda la tierra las oculte, se descubren al fin a la vista de los hombres.

Amor, como la suerte, es inconstante: que en este mundo al fin nada hay eterno

Si el pobre sube a prosperidad, los que le fueron más enemigos, su amistad procurarán


Tú me prometes no rendir a nuevo yugo tu libertad, esas ideas morirán cuando me veas muerto.

Al rocín que está lleno de mataduras le hará dar coces.

Si el poderoso de lugar sublime se precipita, le abandonan luego cuantos gozaron su favor.

La que se entrega al segundo señor, mató al primero.

Ya puede esperarse que la memoria de un grande hombre le sobreviva quizá medio año.

Dame un hombre que no sea esclavo de sus pasiones.

¿Habrá quien adule al pobre?

Aun en el torrente, la tempestad, y por mejor decir, el huracán de las pasiones, se debe conservar aquella templanza que hace suave y elegante la expresión.

La locura de los poderosos debe ser examinada con escrupulosa atención.

La acción debe siempre corresponder a la palabra, y esta a la acción, cuidando siempre no atropellar la simplicidad de la naturaleza.

¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra?

He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os dio una cara, y vosotras os hacéis otra distinta.

¡Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas engañamos al diablo mismo!

Como impíos y abandonados disolutos pisan ellos la senda florida de los placeres, sin cuidarse de practicar su propia doctrina.

Tan lleno está siempre de recelos el delincuente, que el temor de ser descubierto hace tal vez que él mismo se descubra.

(En la vísperas de una batalla entre Noruega y Dinamarca): Veo le destrucción inmediata de veinte mil hombres, que por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender.

Los males desesperados o son incurables, o se alivian con desesperados remedios.

Las razones agudas son ronquidos para los oídos tontos.

Palabras sin afectos nunca llegan a oídos de Dios.


El autor se refiere al poder de la costumbre como métodos terapéutico para enfrentar alguna situación: “La costumbre es capaz de borrar la impresión misma de la naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y alejarlas de nosotros con maravilloso poder”.

Una observación lapidaria para los que, de manera inconsciente o no, mediante hábitos patológicos, menoscaban su salud física: “el que no desea su muerte no se acorta la vida”.

Cuanto nos proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en el que lo deseamos, porque la voluntad se altera fácilmente, se debilita y se entorpece.








Parte de la biografía de Shakespeare posee, al igual que todos los grandes poetas, un gran poder de síntesis; escribía con todo el idioma y contaba con un léxico matizado y extensísimo. Cuidó la estilización retórica de su verso blanco, con frecuencia algo inserto en la tradición conceptista barroca del Eufuismo, por lo que en la actualidad es bastante difícil de entender y descifrar incluso para los mismos ingleses; rehuyó sin embargo conscientemente las simetrías retóricas, las oposiciones demasiado evidentes de términos.   Su estilo es el asiento sobre el que reposa su fama y prestigio como pulidor e inventor de neologismos comparables a los de otros dramaturgos y poetas de su época de renombrad a trayectoria, como los españoles Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Luis de Góngora






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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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