A. Carrel y La Incógnita del Hombre

Alexis Carrel
Manera de alimentarnos, ejercicios al aire libre, nutrirse de la cultura y frecuentar la soledad terapéutica. Son la esencia de este libro del doctor Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina en 1912, que fue muy leído a mediados del siglo pasado. No es un libro de los llamados de autoayuda. Se trata de una de las críticas más severas a nuestra manera de vivir dentro de la civilización industrial. No es contra la civilización industrial sino cómo vivimos dentro de ella.

La ciudad es el gran invento antropocéntrico del humano.¡Pero un invento desde dónde?¡Desde la naturaleza!Con el tiempo abandonamos el orígen y nos fuimos  al invento.Después hicimos otro maravilloso invento: el consumismo.Después otro, no menos maravilloso, invento: el sedentarismo. Y, así,de invento en invento,nos hicimos ajenos a la naturaleza.

A mediados del siglo pasado se dio a conocer, en español, esta obra que cuestiona la vida moderna, la falta de convivencia con la naturaleza, el exceso de confort y el desorden en el modo de comer. El autor, científico francés estadounidense, quiso poner de manifiesto el peligro de la gordura en el que estaba cayendo el pueblo estadounidense de la primera posguerra. Dedicó un escrito lírico  con apoyo científico a sus causas y efectos.

Lejano, el pueblo mexicano veía este proceso de decaimiento en los norteamericanos sin reparar que, en muchos aspectos, no obstante la animadversión histórica, somos una copia suya  de las cuestiones menos trascendentes. Carecemos, no como individuo pero sí como pueblo, de defensas culturales para la necesaria  disyuntiva.

Un ejemplo. Consumimos más refrescos de cola que ellos, que fueron los inventores de esta bebida. Medio siglo más tarde las estadísticas se habían revertido. Ahora los mexicanos vivimos en la metamorfosis, mudamos la forma. Ocupamos,  en el mundo, el primer lugar de individuos con sobre peso corporal. Y con eso llegó un rosario de enfermedades.

Ahora el libro La incógnita del hombre no es tan leído como entonces. No perdió su vigencia, sólo que su presencia provoca remordimiento. Como cuando dejamos de lado la dieta salvadora en la comida. Abrir las hojas de este libro es encontrar que dejamos de hacer ejercicio, cultivamos el sedentarismo y abandonamos la terapéutica soledad. Un ejemplo: compro un teléfono celular y le proporciono mi número a cien conocidos. Al menos cincuenta de ellos estarán marcando mi teléfono en el trascurso del día.

“Junto con la disminución del esfuerzo muscular y de la adquisición del bienestar, los seres humanos han aceptado gustosamente el privilegio de no estar nunca solos, de disfrutar de las continuas diversiones de la ciudad, de formar parte de inmensas multitudes, de no pensar nunca.”

La soledad terapéutica y el caminar por las calles, nada más por el gusto de caminar, es considerado ahora como perteneciente a un estatus social  inferior: “La soledad se considera como un castigo o como un lujo raro…Hoy no es preciso andar. Los ascensores han substituido  las escaleras. Todo el mundo viaja en autobús, tranvías o taxis, aun cuando sea muy cerca la distancia a recorrer. Los ejercicios  corporales naturales, tales como andar y correr sobre terreno accidentado, el alpinismo, la labranza manual de la tierra…trabajar expuestos a la lluvia, al sol, al viento, al frío, al calor, han cedido su lugar a los deportes metódicos que apenas sí implican riesgos y las máquinas suprimen el esfuerzo muscular”.

Ponemos un ejemplo de lo anterior. Quien lo creyera, pero una de los más cuestionables inventos, en el espacio de la cocina, es la licuadora. Gasta energía eléctrica y requiere de agua para lavar el vaso. Dos recursos por los que ahora hay guerras en  el planeta y se eleva la temperatura local y global. Y su dentista le dirá que los licuados   vuelven blandengues las encías al ya no masticar cosas duras como la manzana, la zanahoria, etc.

Carrel insiste en el ejercicio al aire libre desde la óptica del hombre de la ciencia médica: “Correr por terreno áspero, escalar montañas, luchar, nadar, cortar leña en los bosques y labrar la tierra, la exposición a las intemperies, la temprana responsabilidad moral y una cierta rudeza de la vida proporcionan la armonía de los músculos, de los huesos, de los órganos y de la conciencia. De este modo los sistemas orgánicos  que permiten que el cuerpo  se adapte al mundo exterior, se ejercitan y se desarrollen plenamente”.

Feliz circunstancia que los gobiernos procuren la vida digna de los ancianos. Pero aun los viejos tendrían que seguir viajando en el devenir. Es una metáfora. No quedarse parados en la estación  viendo que el tren partió sin ellos. Durante la juventud muchos se refugian en alguna enfermedad inventada (ver en este mismo blog: “Stekel y la enfermedad inventada”) para seguir siendo el centro de atención del grupo. La vejez suele agarrarse con el mismo fin. Carrel lo advierte: “La vejez parce retrasarse cuando el cuerpo y el espíritu siguen trabajando”. Depender de los pasamanos para descender, o subir a los distintos niveles del metro, es una precaución que puede evitar alguna caída con la consecuente lesión, lo que sería más grave en la gente grande por las fracturas de huesos, ya no tan fácilmente regenerables. Pero también depender del pasamano evita ejercitar el equilibrio tan necesario para el sistema nervioso…

Eurípides, en su obra trágica: Orestes, advierte ya hace más de veinticuatro siglos: " Aunque sea una ilusión la enfermedad, agobia a los hombres y los hace incapaces de obrar"

El autor no está en contra de la civilización industrial sino en la preponderancia que ésta tiene sobre el humano. Lo único que en la sociedad laica  puede tener preponderancia sobre el humano, es el Humanismo: “En lugar de parecer una máquina producida en serie, el hombre habrá  de acentuar su unicidad. Para reconstruir la personalidad, debemos romper el marco de la escuela, de la fabrica y de la oficina, y rechazar los principios mismos  de la civilización tecnológica”.



"Alexis Carrel (Sainte-Foy-lés-Lyon, Francia, 28 de junio de 1873 - París, 5 de noviembre de 1944). Biólogo, médico, investigador científico y escritor francés. Por sus contribuciones a las ciencias médicas fue galardonado con el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1912. Julius H. Comroe, profesor emérito del Cardiovascular Research Institute (University of California at San Francisco) escribió: "Carrel ganó el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1912, y no lo ganó por alguna investigación oscura y esotérica, sino «en reconocimiento a su trabajo acerca de sutura vascular, y trasplante de vasos sanguíneos y de órganos». Entre 1901 y 1910, Alexis Carrel, utilizando animales de experimento, efectuó todas las acciones y desarrolló todas las técnicas conocidas hoy en cirugía vascular (...)"[1] En Francia, fue honrado con la Ordre national de la Légion d'honneur (Orden de la Legión de Honor). Fue miembro de la Accademia de Lincei (Pontificia Academia de Ciencias). En 1912 fue testigo ocular de una curación extraordinaria en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, lo cual significó el comienzo de un cambio progresivo en su vida, que lo llevó del escepticismo a la fe. Hoy es considerado uno de los conversos más famosos de Lourdes." Wikipedia

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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