Las Fenicias son los conocidos temas de Edipo Rey, de Sófocles y de Los Siete Contra Tebas, de Esquilo, tratados por Eurípides como unidad. Desde el principio en que Layo abandona en el campo al niño Edipo recién nacido, el encuentro de estos dos más tarde , la muerte del primero a manos de su hijo, el incesto no buscado, el auto sacrificio de Edipo al sacarse los ojos, la guerra entre dos de sus hijos por quedarse con el mando del reino, la muerte de estos, la muerte de Yocasta al no poder soportar ver a sus hijos muertos, la expulsión de Edipo, viejo y ciego, de las tierras de Tebas y la decisión de Antígona, su hija, de acompañarlo en su miserable destierro.
L a obra recibe el nombre de Las fenicias pero en realidad estas mujeres, habitantes de Tebas, tienen una muy breve actuación en la obra. Su papel se limita a dar gritos de alarma cuando el ejército de Polinice sitia a la ciudad. Es todo.
En la primera parte de la obra se destacan los aspectos del parricidio y del incesto. Edipo dando muerte a su padre Layo y Edipo casándose con su madre Yocasta. De ambos temas algunas ciencias de la conducta humana han hecho abstracción sirviéndose con la cuchara grande. Facilitándose así la tarea de explicar todo por el sexo.
Sigue la pugna entre los hermanos Eteocles y Polinice, hijos de Edipo y Yocasta. Ambos quieren gobernar Tebas. Hacen un trato de turnarse en el mando pero una vez en el poder, Eteocles no cumple la promesa. Polinice arma un ejército y va hacer la guerra a su hermano. Le dice a Yocasta, su madre, cuando ésta quiere meter la paz: “Por mi propia voluntad salí de este suelo y le dejé su turno para regir el suelo patrio por un año entero…El accedió, juró por los dioses. Pero no quiere ahora cumplir con sus promesas…Y ahora mismo estoy dispuesto a recibir mi parte y alejarme con mis tropas de esta tierra”
Por lo general, ante estos filones para la especulación, ya sea la lírica, ya sea la teórica científica, se dejan de lado ideas de la misma obra de contenido didáctico. Hay inclinación por el desastre y la nota roja.
Los hombres se pelean y gritan pero el papel de las mujeres es central. El famoso misoginísmos de Eurípides, estudiado con seriedad, es en realidad un reconocimiento a toda la intrincada potencialidad física y mental de la mujer. Sólo Shakespeare e Ibsen se han acercado a ese universo desconocido para el hombre:
“¡Tremendo a las mujeres es el dolor del alumbramiento y el amor a los hijos es como la esencia del sexo femenino!” . Pero en sus obras de Eurípides la mujer es con frecuencia el personaje central que con su conducta trata de darnos una clave para el misterio femenino: Helena, Hécuba, Andrómaca, Medea, Ifigenia…
El hombre hace la guerra, devasta ciudades, mata millones de hombres, acaba las cosechas y el ganado…Las mujeres soportan la economía de guerra, reconstruyen ciudades en ruinas, sufren la esclavitud cuando la contienda se pierde, repueblan las ciudades, bañan y educan a los nuevos niños, escriben libros, pintan, hacen manifestaciones de protesta y, como dice Ezra Pound, por la tarde, vestidas de seda, se emborrachan.
Eurípides, heredero de toda una cauda de filósofos de antes y contemporáneos de Sócrates, escribe párrafos que van a inspirar en los siglos venideros a pensadores como Séneca, y cautivarán a escritores cristianos como San Agustín y Santo Domingo. Eurípides, por boca de Yocasta, le dice a Eteocles, uno de sus hijos: “¿Quieres pasar innúmeros afanes amontonando bienes en tu casa? ¿Y qué esa abundancia? ¡No tiene más que el nombre! Para los verdaderos sabios lo necesario basta. No en propiedad poseen las cosas los mortales: teniendo lo que es de los dioses, sólo las administramos. Propiedad no dura: efímera es”.
Eteocles y Polinice, ambos hijos de Edipo, entran en conflicto por ser herederos de la ciudad de Tebas. Pero no quieren ceder la parte que le corresponde al otro. Cada uno de ellos quiere todo para él. El tema es y será vigente en todo el planeta mientras dure la humanidad. Se trate de un lote de cinco por cinco o de una residencia, hacienda, ciudad…Polinice dice a su hermano: “Una vez más exijo mi parte del país” Y Eteocles contesta: “Nada de reclamaciones: yo mando en mi propia casa”.
Finalmente los dos hermanos deciden dirimir personalmente el problema, dejando de lado a sus respectivos ejércitos. Los dos mueren. Yocasta, al ver a sus hijos muertos, toma una espada y se corta el cuello muriendo junto a ellos.
Al final Creón, hermano de Yocasta, tío de los dos hermanos muertos y cuñado y tío de Edipo, se queda con el poder del reino. Otra lección que nos ofrece Eurípides. Suele suceder que el que no mete las manos en el pleito se queda con todo, sin haberlo buscado.
La primera disposición de Creón, ya como rey, es expulsar a Edipo del lugar. Considera que acarrea desgracias a donde va. También prohíbe que a Polinice s e le dé sepultura. El que lo haga morirá. Antígona, hermana de Polinice s empeña en sepultarlo. Esta hija de Edipo está destinada para casarse con el hijo de Creón pero al ser expulsado Edipo prefiere ir con él.
Edipo y Antígona se alejan de esa tierra. En adelante vagarán pobres y sin patria. Los dioses le tiene reservado a Edipo el descanso final en una tierra fértil, como recompensa a todo las tragedias de que estuvo rodeada su existencia. Pero eso aquí no se dice. Los de Tebas ven partir a la muchacha llevando del brazo al pobre ciego.
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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