L. Carroll con Alicia a través del espejo

 Es un sueño de Alicia que, al atravesar el espejo de su casa, ve las mismas cosas ya conocidas pero que ahora tiene otro significado. Tienen significado. Antes sólo eran cosas. Ahora las mismas cosas tienen presencia y comportamiento antropoide.


Eurípides insistió en sus obras, hace más de veinticuatro siglos, que lo excepcional en la vida de los humanos es la causalidad. Lo que se da con frecuencia es el azar. Si esta jugada del acaso nos gusta lo llamamos milagro. Si nos disgusta es una desgracia.

Es la manera de nuestro pensamiento lógico.  Pero la lógica del caos, que seguramente corresponde  a otra escala de tiempo, diferente a la nuestra, no la comprendemos. El niño llora si le negamos un dulce. No entiende por qué lo hacemos sufrir. No puede comprender que al final del dulce está la gordura y la diabetes. ¿Son estas las maneras del caos? No lo sabemos con certeza.

Tal vez a eso se refirió Alicia cuando menciona al extraño ser que ella llama “Snark”: “El Snark es un ente  que no puede ni admite  ser visto y capturado de una forma normal”. Pero si se insiste mucho en que nos aclare  que es el Snark, entonces Alicia dirá: el Snark no es más que un Bujum…

Alicia en esta obra vive lo increíble cada vez que cruza hacia el otro lado del espejo. Si bien declara que ella vive de manera  coherente. Cuando la reina le dice que  tiene más de cien años de edad, Alicia le contesta: “No se puede creer lo que es imposible”.

 La obra, publicada a finales del siglo diecinueve, a través del tiempo debió de verse apropiada por los más heterogéneos “movimientos” que este planeta ha visto pasar.  Desde los rebeldes del sistema que gustan de ver todo al revés, hasta los que encuentran  que esta obra contiene cosas como  “elefantes voladores” y “Billetes del tamaño de la gente”.


Aunque Alicia es una niña de apenas siete años y medio de edad, su modo de pensar  nos recuerda a Schopenhauer cuando dice que el hombre es como es. En la actualidad, al ver el ultrasonido de tres meses de vida intrauterina, el pediatra sabe ya que ese individuo va ser inquieto o de naturaleza tranquila.

 Alicia lo dice de esta manera: “Los buenos modales no se  aprenden con lecciones. Las lecciones son para aprenderá  hacer cuentas y cosas por el estilo”.

Alicia hace una broma al rey que en ese momento está escribiendo. Le mueve el lápiz y el rey escribe una cosa distinta a la que él se proponía escribir. Esto, que parecerá extraño, no es desconocido  entre los escritores. Por eso existen las frases: “perdí el control del escrito” o “El escrito se fue por una dirección distinta a como lo había planeado” o “El escrito rebasó al escritor”.

“El pobre rey, totalmente desconcertado, luchaba por recuperar el control del lápiz… Querida, es totalmente urgente que consigamos un lápiz más fino, pues con éste sucede que se escriben cosas que yo no estoy pensando”
 
"Me gustan mis poemas-dijo Emerson en cierta ocasión- porque no soy yo quien los escribe."

Irving Wallace consigna algunas experiencias que vivió en tanto escribía los borradores de su novela El Premio Nobel: " Esas  eran las ocasiones  en que la novela no resultaba el libro que yo me había propuesto escribir,o esperaba escribir, sino que iba adelante por su propia cuenta, de un modo extraño, que yo no podía reconocer ni corregir... En esas circunstancias, yo estudiaba mi plan esquematizado  de lo que venía después de lo escrito,y,gradualmente,los personajes,y el ambiente,y la situación, se salían el plan que yo había dispuesto,y reaccionaban por sí mismos, actuando como deseaban y hablando entre ellos  según sus apetencias ,comportándose como  mejor  les convenía a cada uno de ellos."

El padre del inspector Wallander ( la serie de televisión) era "pintor de cuadros",pintaba paisajes.Cada mañana se proponía pintar otro tema pero, al agarrar el pincel,empezaba otra vez a pinta un paisaje.

El rey y la reina de ese lugar le ofrecen mermelada a Alicia y ésta responde que no le gusta la mermelada. Entonces la reina le dice: “Aunque te apeteciera, de todas maneras no la tendrías, pues la ley dice: “Mermelada ayer  y mañana, pero nunca mermelada hoy.” “alguna vez tocará mermelada hoy, objetó Alicia.

 La reina  contestó que eso es imposible “ya que hoy no es otro día”. Eso es muy complicado para mí, dijo Alicia y la reina  aclaró que “eso es lo que sucede a la gente que vive al revés”. Alicia quiere aferrase a la racionalidad: “Yo nunca puedo acordarme de las cosas que aun no han sucedido”.

La reina, con la mayor naturalidad: “¡Ho, me acuerdo muy bien de lo ocurrido en las próximas semanas!”. Y era verdad, la reina se acordaba muy bien  del significado de todos los poemas que se han inventado y  de muchos que no se han inventado todavía…


La reina le urge a que se aparte de la banalidad ¿o tal vez quiso decir racionalidad?: “A ver, dime, ¿para qué sirve una niña  que no quiere decir nada? Hasta un chiste tiene que decir algo”. Acuérdese que estamos en el reino del significado de las cosas, no de la materialidad de las cosas.


Alicia, no obstante que es una niña, ya sabe que  la pasta humana se hace, fermenta, a base de prueba y error, como en las cámaras fotográficas, que para llegar al enfoque óptimo es necesario hacer viajes hacia la imperfección: “quien no tiene flaquezas es ajeno a lo humano”.

La perfección no es de  humanos. Quizá, mediante un proceso, se pueda aproximar a ella. Llegar a la perfección quiere decir que el devenir se detuvo. Ya no hay evolución, duda, investigación.
 
Sólo en teología ya todo está hecho, pero la filosofía es la cancha donde jugamos los humanos. Y donde el juego es la meta, no meter gol en la portería...

¿Regresar a la casa del otro lado del espejo? “Entonces volvería la vieja habitación de siempre, y ya no tendría la oportunidad de vivir estas aventuras…Entonces todo se acabaría”. La objetividad le parece una camisa de fuerza y quiere ir a lo desconocido.

 El autor se sirve, en el Prefacio de la obra, de dos metáforas. Una es el enroque para introducir a las tres reinas ( no a dos) al palacio y que empiece el relato. Y la otra metáfora es manipular, o inventar, otra semántica para decir cosas.

Es lo que suelen hacer algunos escritores  que inventan otros modos de decir para exponer el mismo discurrir que los filósofos utilizaron hace veinticinco siglos.

Propone: para decir: “humeante” y “colérico”, puede decirse “humérico”.

El caos mental es lo común a los humanos, lo contrario es un don. Que cada quien le ponga nombre a su donador y, entre tanto, Alicia dice: “El más raro de los dones es poseer  un gran equilibrio  de la mente”.  


Cuando se trata de llegar a la verdad, Alicia descubre que el proceso puede estar lleno de manipuladores: “Frases tres veces  dichas es la pura verdad”. La verdad no necesita decirse, es.

Lo anterior nos recuerda el  personaje de  aquel escritor (parece que fue Ibsen) que buscaba  la verdad a través de comprar tres ejemplares de diario, del mismo  periódico y  del mismo día.Como los tres decían lo mismo,esa era la verdad...

Todas estas cosas las recuerda el autor,Lewis Carroll, del tiempo que jugaba al ajedrez en la casa de las niñas Liddel. El ajedrez, otra metáfora. En una de esas, recuerda que Alicia dijo: “¡Están jugando una enorme partida de ajedrez!... ¡Una partida a nivel mundial!...”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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