Eurípides en Las Troyanas

Las Troyanas es el tema de las mujeres que sobreviven a la guerra pero en el lado que ha perdido la contienda. Humilladas, repartidas como sirvientas y esclavas sexuales. Y de los niños que son arrancados de sus padres ya muertos en la contienda y de sus madres cautivas. Por lo general asesinados para que crecidos no tomen la revancha.

En esta obra se enfrentan Hécuba, madre de Héctor y de Paris (también llamado Alejandro), y Elena. Ya ha caído Troya y los generales griegos  s e reparten el botín humano. Hécuba, la ex reina de Troya, esposa de Príamo, ya vieja, irá de esclava al palacio de Menelao.



Elena es condenada a muerte por su esposo Menelao, al que abandonó por seguir a Paris a Troya. No quiere cambiar palabras con ella y le pide a Hécuba en su nombre hable con Elena. Elena en su defensa dice que no fue culpa suya seguir a Paris, sino obra de la diosa Cipris, que la arrojó a tomar esa decisión.

Hécuba, resentida con ella porque fue culpa de Elena que los griegos destruyeran Troya, dieran muerte a su esposo, a Héctor y a Paris sus hijos,  perdiera a  Andrómaca y a Casandra, sus hijas, le reprende sin miramientos. Dice frente a Menelao que cuando en los combates  ganaban Troya  Elena se alegraba y decía cosas despectivas de Menelao. Cuando los griegos ganaban Elena se alegraba y ponderaba su valor para atormentar a Paris. Ese era el juego de la bella Helena. Amaba a Paris pero ahora que éste ha muerto dice que fue a Troya contra su voluntad y extrañando siempre a Menelao.

“No fue Cipris sino tu ligereza que hizo abandonar el lecho de tu esposo Menelao”. Éste apoya las palabras de Hécuba: “Buscando extraño tálamo dejó por su gusto el hogar. Mezclar a Cipris  en el asunto es necia petulancia suya”.
Elena, como la Malinche en México, heroína de Hernán Cortés y de los tlaxcaltecas, es una de esas mujeres muy protagónicas en la historia, en determinado momento, a costa de una posteridad desoladora. Elena dice: “Y lo que fuera un mérito, resultó para mí una afrenta. Una corona merecía yo: me dieron maldición de infamia”.

Bellas y trágicas son las palabras que Hécuba pronuncia ante  su nieto, hijo de Héctor, ambos muertos ya. Por temor a que el niño, una vez crecido, tomara revancha contra los griegos y reconstruyere Troya, lo mataron arrojándolo desde lo alto de las torres de la ciudad. Es un tema que los niños viven en todas las guerras. Mueren antes de tener  conciencia de lo que está sucediendo. Hécuba se dirige al cadáver  de su nieto: “¡Bella cabeza, noble cabellera, con que esmero tu madre la arreglaba, la que mil veces en ternura besó…Roto tu cráneo, mana sangre aun y de tus huesos brota  toda inmundicia…” Y agrega: “La que sea madre, llore”.

Destruida Troya, los griegos vencedores regresan a su patria. Uno a uno irá muriendo de manera nada heroica. Hécuba pronuncia en su dolor unas palabras que advierten de lo azaroso de la vida: “¡vano y loco es el hombre que en la dicha se deleita creyendo que es segura!”

Y  Hécuba declara aun cuál es el precio de la inmortalidad para las naciones, como Troya, como Cartago, como México-Tenochtitlán y como Roma misma: “¡Troya, la grande entre los pueblos barbaros: muy en breve habrás perdido tu renombre orgulloso! Te hacen arder, te arrancan tus hijas para hacerla esclavas”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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