Eurípides y Hécuba

Desarrollada la cultura mesoamericana de manera  independiente de lo que entendemos por cultura occidental, Europea-Cercano Oriente, hay sin embargo numerosas coincidencias.  Véase por ejemplo el trabajo del arqueólogo Manuel Gamio: Arqueología e Indigenismo (Ed. Sep. –Setentas, Secretaría de Educación Pública, México, 1972, Introducción y selección de Eduardo Matos Moctezuma). Grecas: Teotihuacán-Persia. Texcoco-Caldea. Azcapotzalco -Grecia arcaica. Decoración: Zumpango -Fenicia. Arquitectura: Uxmal Yucatán- Egipto. Cerámica: Teotihuacán- Caldea. Escultura: Caballero Águila México Tenochtitlán- Grecia. Teotihuacán-Roma, etc.

del libro de Manuel Gamio


Con motivo de esta obra, de Eurípides, nosotros anotamos otra coincidencia y está en lo que toca a costumbres de la sociedad con relación a la mitología, en cuanto a sacrificios humanos propiciatorios, para el logro de alguna empresa de ingeniería, de agricultura o de  de guerra. En el siglo diecinueve, todavía,  se escuchaban  en México leyendas de sacrificios humanos,  con motivo del inicio de la construcción  de una presa para el agua, por ejemplo. La religión mesoamericana está llena de este tipo de sacrificios para toda ocasión. En los últimos años las exploraciones de las pirámides de la Luna y de Tlaloc -Quetzalcóatl en Teotihuacán, han encontrado numerosos restos humanos sacrificados en el inicio de estas construcciones.

Otra lámina de la obra de Gamio


 En Hécuba se trata de sacrificar a una hija de esta mujer “para que el regreso del ejército griego transcurra con felicidad a Grecia después de la destrucción de Troya”.  Antes, en la obra, Ifigenia,  del mismo autor, también hay que sacrificar a la hija de ésta para que los dioses permitan “el éxito de la guerra que apenas se va a emprender contra Troya”.

Este es el tema, o leit motiv,  de la tragedia Hécuba

Polixena, hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya, es tomada cautiva cuando esta ciudad es destruida por los griegos. Es  sacrificada por orden de Agamemnon, y de todo el ejército de griegos, para asegurar “que sea un retorno feliz el que emprenderemos desde Ilión a la patria”.

Polidoro, otro hijo de Hécuba, lo enviaron lejos de Troya, con Polimestor,  rey de Tracia, para que no pereciera  si a caso se perdía  la guerra. Al enterarse el de Tracia que Troya había caído, mató  a Polidoro para quedarse con el oro que éste llevaba para su sostén.



Hécuba, aunque cautiva como botín de guerra, le pide a Agamemnon que vengue la muerte de su hijo Polidoro. Aquel acepta en principio  pero se encuentra en un conflicto diplomático. Hay buenas relaciones con Tracia. Ante esto Hécuba decide matar al rey de los tracios y lo que  le pide a Agamemnon es que no intervenga. Que lo haga venir al campamento y lo demás ella lo ejecutará.

Cuando  Polimestor llega donde está la ex reina de Troya, le pide que   él y sus hijos vayan a la tienda donde están alojadas las troyanas cautivas. Estos aceptan probablemente pensando en un botín femenino. Una vez dentro Hécuba mata a los hijos de Polimestor y las troyanas se le echan encima al rey tracio y le sacan los ojos.

Eurípides nos presenta en esta obra varias  hipótesis respecto del origen de  la naturaleza humana:¿ es el cielo, es el azar, es lo genético o es la educación?

Taltibio, un mensajero de Agamemnon pregunta: “¿No es el azar el que regula todo lo de los mortales?” Hécuba responde algo que recuerda a Schopenhauer respecto de la naturaleza de los humanos: “…el malo no produce sino males; el recto es recto siempre. No importa que los hechos  de la suerte ataquen su natural modo de ser: él se mantiene útil. ¿Es que así fueron dados a la vida?¿Es que la crianza marca la diferencia?”

Como sea, Eurípides quiere que el lector no pierda la brújula entre tanta pregunta y dice: “El bien es el arbitro de las acciones.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores