Eugene O´Neill |
Una soleada mañana del año 1912 da comienzo los hechos de esta obra de teatro de E. O´Neill. Aun así, una pantalla verde ilumina parte de la sala.
Eugene O´Neill fue hijo del famoso actor norteamericano de teatro, de finales del diecinueve y principios del veinte, James O´Neill, y de Mary Ellen Quinlan.
Mary Cavan Tirone es un personaje creado teniendo enfrente a su propia madre del autor. Esta mujer es, como el eje central del relato. Se recordará que en Una gata sobre el tejado de zinc caliente de T. Williams, una mujer también es la pieza clave de esta obra de teatro.
La familia fracturada por el comportamiento del grupo familiar. La madre es drogadicta y el padre es alcohólico. Edmund Tirone, hijo menor del matrimonio, también es aficionado a la bebida. En un diálogo con su padre, recuerda a los personajes de Malcom Lowry (cita unos versos de Baudelaire): “Siempre has de estas embriagado. Lo demás carece de importancia: esto es lo único importante. Sino deseas sentir el horrible peso del tiempo sobre tus hombres…” Edmund estaba tuberculoso.
No está ausente la afición a los estupefacientes. Al final va a encontrar este grupo la unidad. No es el clásico final feliz. Se trata de un buen contraste frente a la soledad que viven sus personajes en lo individual. En el principio del tercer acto de la obra hay un diálogo entre Mary Cavan Tirone y Cathleen, una doncella de la casa, ambas dicen sus cosas pero cada quien refiriéndose a su mundo.
Singular modo en que el autor describe la soledad de nuestro tiempo: cada quien arrebatando la palabra pero sólo para decir sus cosas sin importar lo que el otro, o los otros, estén diciendo.
Matrimonio deshecho, hijos suicidas, una madre drogadicta y un hijo alcohólico, es en efecto, Un largo viaje hacia la noche.
Esta autobiografía familiar de O´Neill nos trae a la memoria los contextos en los que se desarrollan los grandes problemas de la sociedad de las lecturas de Ibsen, Strindberg, Conrad y Yeats. Desde luego Shaw. Pero su libro de cabecera era Zaratustra. Dice que aprendió el alemán sólo para leer a Nietzsche en su idioma.
Podemos asomarnos el espíritu abierto de O´Neill al conocer las lecturas en las que nutrió su cultura. No se le puede encasillar entre los “intelectuales unilaterales”. Era católico de origen irlandés, escribiendo en la sociedad de los cristianismos liberales de Estados Unidos y teniendo como autor favorito a alguien que mata a Dios en cada página.
En una carta escribió al crítico y ensayista Benjamín de Casseres: “La influencia Zaratustra ha sido mucho mayor que la de cualquier otro libro. Lo encontré en la librería de Benjamín Tucker a los dieciocho años y, desde entonces, siempre he tenido un ejemplar y lo releo cada uno o dos años… O’Neill aprendió alemán para poder leer a Nietzsche en el original”.
Por un lado la crítica literaria le reconoce la utilización del monólogo interior, dejando congelada la acción de cada personaje. El espectador tendrá que imaginar lo que el actor siente o decide.
Y por otra parte, como una contradicción, s e le critica que sea tan explícito y sus personajes explique todo, no dejando nada la imaginación. En otras palabras, se critica a O´Neill por no dejar hablar a lo no dicho. A lo implícito.
Al final O´Neill tiene un pensamiento que puede ilustrar, en este tiempo en que s e tiene la firme creencia que el humano, trasladado a otros planetas, será diferente a como es aquí en la Tierra: “El problema, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nosotros”.
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