Schopenhauer y fracasar triunfando

Arturo .Schopenhauer
El individuo  alcanzó su meta  y se detuvo el devenir.

Considerando ese estado de ánimo que llamamos “aburrimiento”, es lo que Arturo  Schopenhauer llama una desgracia  al éxito y algo positivo al fracaso. Mejor sería decirle  “todavía- no- éxito”. Juntaste finalmente tu  millón de dólares, descubriste después de cuarenta y cinco años, de investigación en el laboratorio, el bacilo fulano, llegaste a la cumbre de la montaña más difícil, lograste  ocupar la presidencia de tu país,  te uniste con aquella encantadora muchacha…

Se lucha para conseguir algo. En tanto la actividad se orienta con ese fin, hay movimiento. Tiene lugar  el fenómeno conocido como “devenir”. Cuando el anhelo se ha cumplido, llega,  como dice el lugar común: el principio del fin. Conocemos el fantástico desarrollo de las aventuras  de los individuos  mientras estas son acciones. Después del término de éstas parece que todo pierde interés.  Nadie sabe ya cómo le fue a la princesa encantada después que el príncipe la despertó con un beso. Homero se detiene en el esplendor cuando los héroes de la Helade incendian Troya. Sólo Eurípides, Sófocles y Esquilo, nos cuentan el vulgar, aburrido y en ocasiones cómico,  final de estos héroes.

La historia de algunos pueblos también es muy ilustrativa a este respecto. De manera particular la de los grandes imperios. Cuando dejan de luchar llega el fin, como tal. Empieza el descenso. Podríamos citar los ejemplos conocidos de Grecia, Etruria, Roma, España. En México tenemos abundancia de estos casos: Ullman, Teotihuacán, Tula ( y todos los imperios del área maya). Después de conquistar su mundo, y las estrellas por medio de las matemáticas, ahora ni siquiera se conoce el nombre de sus fundadores ni de sus últimos guías…

Como el jubilado que, de un día para otro, de pronto, abruptamente, ha dejado de trabajar. Llega el aburrimiento. Dice Schopenhauer que mucho de la vida en sociedad, reuniones, bailes, festivales, vacaciones, etc.se dan para escapar del aburrimiento. La reunión de los jubilados, pobres o ricos, en los cafés.

En tanto fueron “activos”(no jubilados) se ignoraban o, si estorbaban  a sus intereses, se hacían la guerra. Pero ahora, ya aburridos, se reúnen en frecuentes, interminables y estereotipadas charlas. El teléfono celular vino a salvar de la locura del aburrimiento, y la soledad patológica, a no pocos: “El aburrimiento no es un mal que se deba tener en poco; deja en el rostro la huella de una verdadera desesperación.  Hace  que los hombres, que tan poco se aman, se busquen unos a otros, siendo por esto el origen de la sociabilidad” ( El mundo como voluntad y representación, L.IV-Cap. LVII).



Schopenhauer cita el riguroso  sistema penitenciario de Filadelfia, cuyo suplicio, al   que se sometía a sus presos, no eran los golpes, sino el aburrimiento. Y era tanta la soledad y la inacción que: “los penados recurren al suicidio”.

Mucho de las diversiones que los  gobiernos ponen, gratuitamente, al servicio del pueblo, es para apartarlos del aburrimiento que, tal vez, podría hacerlos pensar en…:”El mismo Estado se previene  contra el aburrimiento de los ciudadanos como contra otras calamidades, porque este mal, así como su contrario, el hambre, puede lanzar al hombre  a los mayores excesos”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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