Eurípides con Ifigenia en Tauris

Ifigenia en Tauris  la construyó Eurípides con elementos de sus otras tragedias: Ifigenia en  Aulis y Orestes.

Ifigenia en Aulis va a ser sacrificada por indicaciones del oráculo a fin de que la flota de mil naves pueda despegar del puerto cuando apenas se dirigen a Troya, al rescate de Helena, la esposa de Menelao que ha sido llevada allá por Paris. Ulises rescata a  Ifigenia de ser sacrificada y, en su lugar, matan a una cervatilla para hacer creer al ejército griego que la sacrificada fue  Ifigenia.

 Artemis se la lleva al santuario de Tauris donde es sacerdotisa  de esta diosa. Aquí empieza a tejerse la otra tragedia de esta mujer. La misión que tiene es sacrificar, a la diosa, todo griego que llegue a esta región:”Es rito antiguo que ya existía  y a él habré de plegarme: todo griego que llegue a estos suelos tengo yo que inmolarlo”. Un día se verá en la situación de tener que sacrificar a su hermano Orestes y a Pílades, amigo de éste.

La manera como Orestes llega a Tauris es porque el dios Febo le ordena que vaya  a Tauris y robe  del santuario la estatua de Artemis. Sólo entonces Orestes quedará absuelto y libre  de la culpa de haber matado a su madre.

Cuando los habitantes de Tauris apresan a Orestes y a Pilades los conducen al santuario para ser sacrificados por Ifigenia, hija de Agamemnon y de Clitemnestra. Ifigenia y Orestes son hermanos pero no se reconocen. En el diálogo que sostienen  antes del sacrificio es cuando van  concurriendo elementos de las otras dos tragedias mencionadas.


Estos sucesos tienen lugar después de la tragedia de Orestes, que como se recordará, mató a su madre Clitemnestra. Aquí en Ifigenia, cuan do éste y su amigo llegan al santuario de Tauris, Orestes hace esta reflexión: “¡Ha Febo, a nuevas redes me empujan tus oráculos…!  Vengué a mi padre  ya y para ello maté a mi madre. Y las vengadoras Erinas me van acosando por todas partes”. En su respectiva tragedia, Eurípides ya había arreglado las cosas para que Orestes viviera feliz. Pero en Tauris Orestes vuelve a parecer cargado de remordimientos. Todavía tiene que hacer algo para quedar ya definitivamente libre de culpa. Robará la estatua de la diosa Artemis.

Como sea, aunque sacerdotisa de  Artemis, Ifigenia se siente prisionera en ese lugar y quiere regresar a  Grecia. Propone salvar a Orestes (sin saber aun que es su hermano) a condición que lleve una carta a Argos. Pero como el pueblo necesita ver un sacrificio, Pílades debe morir. Orestes rechaza la idea ya que Pílades es para él como su hermano en la amistad. Cambian las condiciones y será  Pilades el que se salve  y Orestes el que sea sacrificado.

Pílades teme que el mal tiempo en el mar borre  el contenido de la carta que lleva a Argos. Le pide a Ifigenia le revele el contenido de la misma. Para poder decirlo de memoria, si él logra salvarse. El contenido es un grito de auxilio que le hace a su hermano Orestes. L e pide que vaya por ella a Tauris y la rescate.   Pilades le hace saber a Ifigenia que el otro griego que está presente, y es el que va a  sacrificar, es Orestes. Sólo gira y le entrega la carta que va dirigida a él: “Orestes, esta carta yo te la entrego: te la envía tu hermana de quien la recibí”. Se ponen de acuerdo en escapar los tres.

Pero, por no haber guardado el santuario, el rey matará a Ifigenia. Las mujeres del coro  le comunicarán la huida. Ifigenia decide intentar convencerlas de guardar silencio. Hasta donde sabemos, Eurípides es el  primero, hace más de veinticuatro siglos, en que escribió una especie  de manifiesto para que las mujeres  se unieran  y se apoyaran  entre sí. O al menos una “carta de intención”. Más que ser un curioso dato antiquísimo es una interrogación por qué tardaron siglos las mujeres en intentar su organización.


 Ifigenia pide a las mujeres del coro, también estar en el secreto:” Mujeres somos todas. Un género que se apoya mutuamente, con un amor común. Para lo que es salvación de una, se puede apoyar una en otra. Sólo pido que callen”.

Cuando llega el rey y pregunta por el sacrificio y por la estatua de la diosa, Ifigenia logra engañarlo. Le dice que los dos griegos están impuros debido a que uno de ellos es un matricida. Por eso es necesario purificarlos con el agua del mar. Y como la estatua de la diosa también se contaminó con su presencia, igualmente se la lleva a la playa. El rey acepta la explicación.

Los tres llegan a la playa en donde se encuentra el barco en el que ellos habían llegado a Tauris. Lo abordan y se disponen a hacerse a la mar. El mensajero enviado por el rey para ayudar a Ifigenia es el que va a dar parte de la estratagema al soberano. Taos, el rey, al enterarse hace un reconocimiento extraño a la inteligencia de Ifigenia: “¡Pérfida raza femenina!”

Pero el barco griego, aun con cincuenta remeros que trabajan para alejarse  de la playa, no lo consigue y por dos  veces regresar a la orilla.  Así, la gente del rey puede apresarlos.

Pero en eso, como en casi todas sus tragedias, Eurípides recurre al deu ex machina. Aparece la diosa Palas Atena y le marca el alto al rey: “Deja de perseguir a los que huyen, refrena a tus soldados, Orestes va en acatamiento a los oráculos de Loxias…”

Y a los tres griegos les dice:  “¡Vayan en paz por la llanura del mar en su tranquila nave!”

El rey acepta de buena gana  y todo acaba bien. Lo único que Taos se pregunta resignado: “¿Es bueno contender contra los dioses?”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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