Novalis un largo viaje hacia Augsburgs

Novalis
En su viaje de  Eisenach a Augsburgs, Enrique  se encuentra con la fabula, la historia, la poesía y el amor. Prefiere la fantasía  de la flor azul que sólo el entendimiento. Si acaso la fantasía de Novalis no puede evitar la realidad es en cuanto  a que viaja  al pasado, a la Edad Media, y se apropia de los nombres de dos juglares. Uno de ellos  Enrique de Ofterdingen y el otro Klingsohr. Uno de sus antepasados se llamaba Novalis. El Novalis de nuestro relato se llama Federico Leopoldo von Hardenberg, y vivió del año 1772 al 1801.  Era geólogo y poeta. Murió de tuberculosis a la edad de 29 años.

Novalis no es de ninguna manera un “intelectual unilateral” de los que habla Eduardo Spranger (Cultura y Educación).Frecuenta por igual la ciencia que la fantasía.  Su poesía estuvo cerca de la experimentación mística. Se le considera el arquetipo del romanticismo alemán. Creó el sueño de la flor azul, contemplación final y meta espiritual durante la existencia de la aventura interior romántica.

Germán Bleiberg, en su prólogo a Enrique de Ofterdingen (Colección Austral, 1951), dice que “La flor azul  es el ideal de Enrique, el ideal de Novalis y, por lo tanto, del Romanticismo. Y el ideal nunca llegará a ser realidad para los románticos”. La realidad termina, la idea no.

Novalis considera el sueño nocturno, no como producto de una existencia traumática, sino como una bendición del cielo en el que el individuo es libre de las restricciones de la vida. Condición necesaria para la libertad de la fantasía que necesita el poeta para ir a la  búsqueda de la flor azul: “Sin los sueños, envejeceríamos antes y, por ello, el sueño puede considerarse, sino como un don inmediatamente  enviado del cielo, sí como un obsequio divino, como un compañero amable en la peregrinación hacia lo sagrado de la sepultura”.
Como sea, no regodearse en lo traumático del archivo muerto  sino apuntar la proa al sol. En el archivo muerto todo movimiento ha cesado y ya no existe el devenir. El mundo, las cosas, están rodeadas de animismo. Son tan “familiares “que se les cuida y aprecia tanto, como parte de la familia. No son los arbolitos de Navidad, punto de reunión de la familia en el mes de diciembre y que para mediados de enero ya forman parte de la basura de las calles: “Los misterios de la naturaleza y la conciencia de las cosas interesaban más al espíritu: y, por eso, el arte exquisito con que los muebles  eran trabajados, el mismo  origen lejano que los investía de románticos matices, lo sagrado de su antigüedad, conservado con todo cuidado , los ajuares caseros convertíanse en patrimonio de muchas generaciones, aumentaba el cariño hacia estos silenciosos compañeros de nuestra vida… Y de su posesión hacíase depender muchas veces  la conservación de todo un reino y de familias muy extendidas”. Esto no gusta nada a los inventores del consumismo-desecho. De ahí el afán de desacreditar al  Romanticismo. Porque si se conservaban a tal punto unos muebles, con sobrada razón la amistad y todo aquello que llevará la solidaridad de las cosas y de las gentes. Por eso los  juicios de Novalis,  frente a los historiadores,  sean sin miramientos.



Novalis propone al individuo una vida balanceada. Los que en este mundo, del desempleo, tengan la oportunidad de trabajar, no deben enajenarse con la rutina del sólo trabajar. En nuestras vidas  deben estar igual la presencia de la cultura sin olvidar convivir con al gente. Sin olvidar el ejercicio físico. Esta obra fue escrita en el último tercio del siglo dieciocho y ya contemplaba  una existencia  para que la humanidad no desembocara en la tensión patológica. O lo que ahora llamamos estrés.

 El trabajo como rutina pero seguido de la cultura. De otra manera el precio que hay que pagar será alto cuando falte la salud mental. La enfermedad mental es una realidad y sólo basta observar a mucha gente que va por la calle, o los hospitales y clínicas, que para el caso existen. El peligroso sucedáneo de la modernidad es la televisión que nos ofrece comerciales  cuando creemos que nos proporcionará arte: “Y tanto como se aproveche el día para las tareas del trabajo, tanto más se desliga  uno del esfuerzo a la caída de la tarde, entregándose por entero al gozo ardiente de las bellas artes y de la vida de sociedad”.

Contra el espectáculo baladí, el individuo, el grupo, las masas, iríamos hacia la salud mental si frecuentamos la poesía. Si las musas no nos tocan, como creadores, siempre queda el recurso como lectores: “La voz del poeta tiene una fuerza mágica, y hasta las palabras corrientes  cobran en su boca  una sonoridad magnífica  y arrebatan al fascinado oyente”.

Luego de la jornada de acarrear tabiques nada tan gratificante  como encontrar la llama azul  leyendo a Byron, Schiller, Bukouski, Netzahualcóyotl… El mundo sería considerablemente menos patológico. Buscar la belleza, no sólo el plus valía del talonario de los cheques bancarios: “No es la corona, no es el reino lo que hace al rey, sino la posesión de aquella plena  y copiosa bienaventuranza, aquella sensación de conformidad con todo lo que la tierra no cesa de brindarnos”.

 Tratándose de escribir la historia Novalis advierte con respecto a los acontecimientos: “No hay que desvirtuarlos en su orden por caprichosas fantasías”. El poeta tiene a la historia humana como un legado inapreciable pues es la memoria del hombre que arranca con Dios, Con Lamarck y con Darwin. Pero que intereses aviesos  han desprestigiado esta respetable disciplina académica llevándola hacia una “turba mezcla de observaciones defectuosas”( Pág.90).

Lo que Novalis quiere evitar es la parcialización enajenante del humano. A la par de conocer,  el dos más cuatro, preciso es el sueño que no se deja aprehender: “Esa satisfacción de un sueño innato, la maravillosa alegría que nos brindan las cosas que parecen íntimamente  ligadas a nuestro ser , aquella labor para la cual  un hombre se cree predestinado y bien dispuesto desde la cuna , son sensaciones que no se pueden explicar”.

Más el cálculo y la poesía serán insuficientes sino nos ponemos el tenis para trotar: “He puesto mi vida  bajo la regla metódica  de una disciplina severa. Procuro mantenerme sano haciendo ejercicio”. Busca, como Alicia, la otra realidad, la fábula, del otro lado del espejo:” Y como esta virtud es la divinidad actuando directamente sobre los hombres, la fabula es como el reflejo sorprendente del mundo superior”.

Novalis aboga por la sabiduría interior y la soledad terapéutica, como después lo haría Nietzsche con Zaratustra. Más no se crea  que esté proponiendo un ser espantadizo que rehúye el trato social. Nos invita a dialogar con la ciudad: “La ciudad es rica en todos los aspectos, hay políticos expertos y comerciantes muy instruidos y resulta muy fácil conocer toda clase de estados , de oficios, de necesidades y de relaciones sociales”.

Desde luego Novalis nos recuerda no perder de vista lo más importante de la vida, y lo hace  como lo haría  un habitante de las pampas argentinas, en la boca del Martín Fierro, de José Hernández. Novalis dice:
“Y para honrar al cantor,
El dios del vino le asigna
El derecho de besar
Todas estas bocas lindas…”

 

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La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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