Shakespeare y Cariolano

Cariolano es un formidable guerrero, de fuerza bruta. Pero, sincero.  Le falta la malicia y disposición al trato subterráneo del político. Es un Cuauhtémoc defendiendo a México- Tenochtitlán, no es un Fouché tratando de pisarle la sombra al mismo Napoleón. Con la espada en la mano, Cariolano  vence  varias veces  a su odiado, y también formidable, adversario, Tulio Aufidio, general de los volscos, enemigos de Roma. Pero en el juego político es un inepto  (en otras palabras, no tiene malicia). Y pierde.  Se supone que esto sucedió en 493 a C..

Cariolano y su ejército entran en combate contra los volscos. Cariolano los hace retroceder hasta obligarlos que vuelva a entrar en su ciudad. Los sigue pero su ejército no lo secunda en la persecución, los volscos cierran las puertas y Cariolano queda solo dentro  y en poder del enemigo: “Pisando los talones   está solo ahí adentro, haciendo frente a toda la ciudad”. Logra salir y su ejército se apresta  a ir en su auxilio.  Este detalle da idea de la temeridad de Cariolano como luchador. La batalla no ha concluido y Cariolano sangra por todos lados. Sus guerreros lo conminan a que descanse. Él les contesta: “MI trabajo aun no me ha calentado. Que les vaya bien. La sangre que  gotea es más bien benéfica que peligrosa para mí, con que iré a buscar a Ofidio y lucharé”.

En reconocimiento al valor  que demostró luchando luego s e le conocería como Cayo Marció Cariolano. Esto último por llamarse  “Cariolos” la ciudad por él conquistada: “¡Y desde ahora, por todo lo que hizo frente a Cariolos, llámenle con todo el aplauso y clamor de la hueste CAYO MARCIO CARIOLANO! ¡Lleva siempre con nobleza este sobrenombre!”



Cariolano expone su vida mil veces para defender a Roma. Lo que esto significa en fuerza y cultura civilizadora para el mundo del momento y del que estaba por llegar.  Quiere llegar a ser cónsul, pero, si ha de buscar apoyo no será con los pobres. Le es imposible tratar  con el populacho porque eso significa “buscar sus votos hediondos”. Una de las causas de su animadversión es que  los siente sin defensas culturales frente a los astutos tribunos del pueblo. Menenio, su amigo, le aconseja que guarde mesura  pero eso es algo imposible para él. De esta indisposición política se aprovechan los tribunos para voltearle a la gente. Ya lo exhiben como un dictador.     Sicinio y Bruto son los tribunos intrigosos contra Cariolano.

Aristóteles, en el capítulo sobre la amistad, en su obra Gran ética, ya había señalado, hace veinticuatro siglos, “el que odia  es el enemigo cercano, que echa por tierra hasta los méritos reales del otro”.

Prefiere perder la oportunidad de ser cónsul: “¡Preferiría perderlo que solicitarlo por un conducto distinto del de los patricios y la influencia de los nobles”. El senado romano tiene una tercia de candidatos para nombrar a otro senador. Se cree que Cariolano ganará  pero ya la insidia ha extendido su rumor: “Debemos recordar al pueblo el odio que le ha tenido hasta ahora, y que si hubiera dependido de él  habría hecho de ellos mulos, mandado callar a sus representantes y desposeyéndolos   de sus libertades…”

Sicinio y Bruto se pone de acuerdo para juntar votos en su contra: “Díganle a los amigos   que han escogido un cónsul que no les dejará más  votos  que se deja  a los perros…” Estos tribunos dicen la verdad, porque así es Cariolano,  y al mismo tiempo ocultan sus méritos que hasta el momento ha mantenido alejado de Roma a los aguerridos  volscos. La idea de los tribunos es hacerlo enojar pues saben que, en ese estado de ánimo, pierde toda mesura. Y, en efecto, Cariolano exclama sin concesiones: “¡Que las llamas de lo más hondo del infierno  envuelvan al pueblo!“

 Menenio Agripa  lo defendió ante el pueblo: “Consideren el servicio guerrero que ha prestado, piensen en las heridas que su cuerpo lleva encima, que parecen sepulturas en un sagrado cementerio”. Pero Sicinio  y Bruto vuelven a la carga: “Te acusamos de haber intentado arrebatar a Roma toda magistratura tradicional y encaminarte tú mismo  hacia un poder tiránico, por lo cual eres un traidor al pueblo”. Estos tribunos logran excitar suficiente al pueblo hasta lograr que Cariolano sea expulsado de Roma. Cuando esto sucede, los tribunos exclaman: “¡El enemigo del pueblo ha partido!”

Sólo que cuando Cariolano se ve rechazado por el pueblo de Roma reacciona contra este pueblo por el que de manera indirecta luchó tanto enarbolando los altos valores tradicionales de la patria. Ahora piensa en vengarse. Busca y logra una alianza guerrera con su tradicional enemigo, Aufidio para marchar contra Roma. Así lo hacen y un día están a las puertas de la ciudad. No hay poder militar que se les oponga. Ya Aufidio solo con su ejército era una amenaza y ahora con Cariolano a la cabeza  de los volscos todo está perdido para ellos.

Los magistrados tiemblan ante su inminente muerte a manos de Cariolano. En su pánico intentan un recurso desesperado. Piden a la madre de Cariolano vaya hasta el campamento de los volscos y le pida a su hijo que desista de tomar la ciudad. Ella  está convencida, también, que es necesario intentar ese recurso. Los magistrados piensan en su garganta pero Volumnia habla en nombre de la patria romana. Los criterios que le expone, de madre y de romana, logran convencer a Cariolano en no atacar la ciudad.

Es el momento que Aufidio se revela como todo un calculador político. Acusa a Cariolano de niño blandengue que cedió a unos ruegos de su madre. Y de traición a los volscos. Ahí mismo estos  lo asesinan…

Tal vez el mensaje de esta obra es que  hay que jugar el juego que uno sabe y puede jugar. Cuando Cariolano quiso ser cónsul, dejó la espada…

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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