Cariolano y su ejército entran en combate contra los volscos. Cariolano los hace retroceder hasta obligarlos que vuelva a entrar en su ciudad. Los sigue pero su ejército no lo secunda en la persecución, los volscos cierran las puertas y Cariolano queda solo dentro y en poder del enemigo: “Pisando los talones está solo ahí adentro, haciendo frente a toda la ciudad”. Logra salir y su ejército se apresta a ir en su auxilio. Este detalle da idea de la temeridad de Cariolano como luchador. La batalla no ha concluido y Cariolano sangra por todos lados. Sus guerreros lo conminan a que descanse. Él les contesta: “MI trabajo aun no me ha calentado. Que les vaya bien. La sangre que gotea es más bien benéfica que peligrosa para mí, con que iré a buscar a Ofidio y lucharé”.
En reconocimiento al valor que demostró luchando luego s e le conocería como Cayo Marció Cariolano. Esto último por llamarse “Cariolos” la ciudad por él conquistada: “¡Y desde ahora, por todo lo que hizo frente a Cariolos, llámenle con todo el aplauso y clamor de la hueste CAYO MARCIO CARIOLANO! ¡Lleva siempre con nobleza este sobrenombre!”
Cariolano expone su vida mil veces para defender a Roma. Lo que esto significa en fuerza y cultura civilizadora para el mundo del momento y del que estaba por llegar. Quiere llegar a ser cónsul, pero, si ha de buscar apoyo no será con los pobres. Le es imposible tratar con el populacho porque eso significa “buscar sus votos hediondos”. Una de las causas de su animadversión es que los siente sin defensas culturales frente a los astutos tribunos del pueblo. Menenio, su amigo, le aconseja que guarde mesura pero eso es algo imposible para él. De esta indisposición política se aprovechan los tribunos para voltearle a la gente. Ya lo exhiben como un dictador. Sicinio y Bruto son los tribunos intrigosos contra Cariolano.
Aristóteles, en el capítulo sobre la amistad, en su obra Gran ética, ya había señalado, hace veinticuatro siglos, “el que odia es el enemigo cercano, que echa por tierra hasta los méritos reales del otro”.
Prefiere perder la oportunidad de ser cónsul: “¡Preferiría perderlo que solicitarlo por un conducto distinto del de los patricios y la influencia de los nobles”. El senado romano tiene una tercia de candidatos para nombrar a otro senador. Se cree que Cariolano ganará pero ya la insidia ha extendido su rumor: “Debemos recordar al pueblo el odio que le ha tenido hasta ahora, y que si hubiera dependido de él habría hecho de ellos mulos, mandado callar a sus representantes y desposeyéndolos de sus libertades…”
Sicinio y Bruto se pone de acuerdo para juntar votos en su contra: “Díganle a los amigos que han escogido un cónsul que no les dejará más votos que se deja a los perros…” Estos tribunos dicen la verdad, porque así es Cariolano, y al mismo tiempo ocultan sus méritos que hasta el momento ha mantenido alejado de Roma a los aguerridos volscos. La idea de los tribunos es hacerlo enojar pues saben que, en ese estado de ánimo, pierde toda mesura. Y, en efecto, Cariolano exclama sin concesiones: “¡Que las llamas de lo más hondo del infierno envuelvan al pueblo!“
Menenio Agripa lo defendió ante el pueblo: “Consideren el servicio guerrero que ha prestado, piensen en las heridas que su cuerpo lleva encima, que parecen sepulturas en un sagrado cementerio”. Pero Sicinio y Bruto vuelven a la carga: “Te acusamos de haber intentado arrebatar a Roma toda magistratura tradicional y encaminarte tú mismo hacia un poder tiránico, por lo cual eres un traidor al pueblo”. Estos tribunos logran excitar suficiente al pueblo hasta lograr que Cariolano sea expulsado de Roma. Cuando esto sucede, los tribunos exclaman: “¡El enemigo del pueblo ha partido!”
Sólo que cuando Cariolano se ve rechazado por el pueblo de Roma reacciona contra este pueblo por el que de manera indirecta luchó tanto enarbolando los altos valores tradicionales de la patria. Ahora piensa en vengarse. Busca y logra una alianza guerrera con su tradicional enemigo, Aufidio para marchar contra Roma. Así lo hacen y un día están a las puertas de la ciudad. No hay poder militar que se les oponga. Ya Aufidio solo con su ejército era una amenaza y ahora con Cariolano a la cabeza de los volscos todo está perdido para ellos.
Los magistrados tiemblan ante su inminente muerte a manos de Cariolano. En su pánico intentan un recurso desesperado. Piden a la madre de Cariolano vaya hasta el campamento de los volscos y le pida a su hijo que desista de tomar la ciudad. Ella está convencida, también, que es necesario intentar ese recurso. Los magistrados piensan en su garganta pero Volumnia habla en nombre de la patria romana. Los criterios que le expone, de madre y de romana, logran convencer a Cariolano en no atacar la ciudad.
Es el momento que Aufidio se revela como todo un calculador político. Acusa a Cariolano de niño blandengue que cedió a unos ruegos de su madre. Y de traición a los volscos. Ahí mismo estos lo asesinan…
Tal vez el mensaje de esta obra es que hay que jugar el juego que uno sabe y puede jugar. Cuando Cariolano quiso ser cónsul, dejó la espada…
No hay comentarios:
Publicar un comentario