F.Schiller y la fuerza de voluntad

 El espíritu y los sentidos  son para este pensador como dos contrincantes que se sientan  y sobre la mesa  prueban la fuerza de su pulso. En México se dice “jugar a las vencidas”. Aristóteles (s.IV a C.) Y Spranger (s. XX) están presentes. Es la ineludible confrontación, o convivencia, de los contrarios para llegar al nivel terapéutico. Sin contrario no hay contrario. No hay devenir. Movimiento dialectico. Como la amonita que, al iniciar el proceso de fosilización, cesó de moverse.

En los desiertos de arena son las diferentes temperaturas en el aire las que inician el movimiento. Llevado al plano de la política el devenir requiere una democracia fuerte y sana. La mejor disidencia se da en las democracias vigorosas. En las democracias desnutridas y en las dictaduras, del color que sean, los disidentes están tras las rejas. Cuando estos salen, meten a los otros a las mismas celdas que ellos ocupaban. Eso regresa, no deviene.

Por eso con Schiller se habla de contrarios igualmente vigorosos. Los sentidos y la idea que no dejan de probarse. El juego en  realidad se llama “devenir”. Todo pasará, pero en tanto exista el movimiento, todo volverá. En uno de sus poemas, Schiller  dice: “porque lo bello pasa, porque lo perfecto muere”.

Esto de la voluntad no es ninguna entelequia en Schiller. Safranski, uno de sus modernos y mejores biógrafos, cuenta que, cuando Schiller murió, su autopsia  reveló un organismo tan enfermo que se consideró imposible que alguien haya podido vivir y pensar como él lo hizo. Más allá  de los límites de la causalidad se considera este hecho un milagro de  voluntad. Haríamos la semejanza con el estoicismo de Séneca: “El idealismo actúa cuando alguien, animado por la fuerza del entusiasmo, sigue viviendo a pesar de que el cuerpo ya no lo permite”. Pero no se trata de elucubraciones líricas, a ese entusiasmo por la libertad, se “responde con proyectos”. A Schiller se le ha llamado el “atleta de la libertad”.

F.Schiller
Un atleta no se hace sentado frente al escritorio sino ejercitándose en la vida. Con sus altas y con sus bajas. Como es la vida diaria, con sus alegrías y sus sinsabores. Estamos ante una actitud positiva. ¿Quién sabe qué vaya a resultar  cuando  caiga la moneda que está  en el aire? Pero no arrojarla es el fin: “De ahí que su entusiasmo por la libertad tenga también la significación de una cura de desintoxicación ordenada por él mismo”.

Un espectáculo de vida más allá de la mismidad. Escapar de las trampas del ego, y hasta del yo (del obsesionante antropocentrismo), y sentarse como espectador a ver quién gana  por esta vez la apuesta de los contrarios sobre la mesa. Determinismo de Dios o determinismo de Darwin. Es la milenaria lucha sostenida en los monasterios tanto cristianos como budistas. Una batalla apremiante si tenemos en  conciencia que este juego de las vencidas se da  desde los Presocráticos.  En el centro del campus de la civilización occidental, de gran contenido religioso y laico.



Se considera que el idealismo de Schiller, “con el espíritu que construye el cuerpo”, adquiere un nuevo brillo. Lo podemos corroborar en cualquier momento. Tenemos a la vista una revista dedicada a gente de la tercera edad: Letra plateada, editada por el gobierno de la Ciudad de México, junio  del 2011. Se advierte aquí contra el uso irracional de los medicamentos. Su portada dice “Pastillas? ¡Sólo las necesarias!” Se dice que “el 49 por ciento  de este sector  de la población presenta  el problema de la polifarmacia… lo que se convierte en un gran problema de salud pública.”

 Hay depresión de ánimo, pensamientos fatalistas…Aquí  el cuerpo es  el que está arrastrando a la idea. Lo que propone Schiller es que la idea impulse al cuerpo… Ejemplos caseros como este pueden ayudarnos a  entender la filosofía de Schiller. Lo que parece un lirismo metafísico viene quedando muy al alcance de nuestra mano, si lo vamos llevando a la práctica, en  la escala de todos los días.

El detalle, al parecer baladi, de amarrarse los tenis para ir a caminar, es en la perspectiva de "el espiritu que construye al cuerpo".

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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