La unidad cultural del imperio bizantino
El imperio bizantino
Norman H. Baynes
1925
La gran lucha en el terreno religioso que se vivió aquí fue entre la esencia romana, llamada “paganismo” y el cristianismo apostólico de Pedro Y Pablo.
En tanto que los valores antiguos, como la virtud, fueron observados, desde la turbamulta hasta los salones imperiales y senatoriales, los dioses procedentes de la Helade griega fueron inconmovibles y Roma siguió conquistando.
Con reservas culturales el pueblo es como es. De otra manera será como lo hagan. La parte oriental del imperio romano, llamado imperio bizantino, duró, como tal, mil doscientos años. Da idea de una solidez ideológica, social, guerrera, tecnológica y espiritual. Diferente al galimatías social que le han dado no pocos historiadores.
Por conveniencia administrativa, y mejor conservar las tierras conquistadas, la otra cabeza del impero romano fue fundada en tierra de los griegos, en el lugar llamado Bizancio, al que luego se le llamaría Constantinopla, a partir del 8 de noviembre del año 324. Esta fecha corresponde a la elevación de Constantino como Cesar. Durante los siguientes seis años se construyó la muralla que rodeaba a la ciudad y a su término, el 11 de mayo de 330 se celebró la inauguración de Constantinopla.
Un imperio, el romano, que se resiste más de mil años en morir, es un baluarte de recuperación de energías. No la Babel traumática, confusa y agonizante que presentan los historiadores. Con algunas excepciones, casi la totalidad de estos escritores redactan como un personaje de Shakespeare, en Medida por Medida: “Escribiremos desde nuestro tiempo y según nuestros intereses”. Como resultado de eso, lo que conocemos del imperio romano del este es, en efecto, un galimatías.
La virtud pagana del imperio de occidente empezó a decaer, sus emperadores se volvieron blandengues, las costumbres se corrompieron y la corona se compraba entre los pretorianos al mejor postor. Fue cuando el pueblo empezó a tratar de recuperar aquella “virtud pagana” y encontró a los predicadores que llegaban del este del imperio romano.
Olía a oriental pero decía cosas que eran inverosímiles hasta entonces como perdonar las ofensas y que las mujeres ya no murieran apedreadas. Pero encontró a estos predicadores de la nueva virtud en medio del Foro, frente al hocico de los leones y que servían como diversión en tanto morían y con su carne alimentaban a las fieras. Seguían a un hombre al que habían llamado Jesús- Cristo y a ellos se les conoció como “cristianos”. Durante trescientos años fueron perseguidos.
No obstante, con el tiempo la nueva religión ganaba adeptos y en adelante los ejércitos romanos estaban compuestos por “paganos” y cristianos. Y más adelante estos fueron más que aquellos en número. Esa fue la gran visión de la madre de Constantino, cuando éste se enfrentó a Licinio “Con éste signo vencerás” dice la tradición que le presentó una cruz a su hijo antes de la batalla. Y ganó. Era una manera de decir que en esa batalla su ejército tenía más cristianos que paganos. Y si tomamos en cuenta que en el ejército enemigo, también romano, menudeaban igualmente cristianos…
El cristianismo pasó a ser, de perseguido, a religión de Estado. La batalla religiosa se dio en adelante entre el paganismo, que seguía fuerte, el cristianismo romano y las sociedades evangélicas que protestaban contra el cristianismo apostólico de Pedro y Pablo. Nunca el mundo antiguo conoció una confrontación dialéctica más rica en ideas metidas en un mismo caldero.
No obstante, Constantino tuvo una gran apertura para los otros modos de pensar, fueran laicos, paganos o religiosos. De él se dice que, en materia de religión, persuadía, pero no obligaba. Cuando el cristianismo, ya romano, abrió las puertas, entraron los cristianismos liberales o sectarios. Todo en el mismo caldero. Ese intercambio dialéctico de ideas duró más de mil años. Esta gran apertura ha sido señalada como confusión. Cuando el Islam conquistó Constantinopla ya no hubo “confusión”. Se había acabado la discusión.
Como sea, la fusión de esas esencias helena, romana y oriental, son claves decisivas en la vida espiritual del mundo. Es lo que conocemos como “cultura occidental”. Misma que ahora también pertenece a los pueblos originales del Nuevo Mundo. Debido a las olas de la historia aquello tan lejano en la distancia, y en el tiempo, ha venido a ser también lo nuestro. Y hay una cierta fusión de Constantinopla con Ullman, Teotihuacán, Mayapan, Inca, los ranqueles, etc. En cuanto a maneras de pensamientos abstractos y concretos, idiomas y tecnologías. Culturas de calidad invaluable. Para ser precisos se llama Imperio bizantino a la fusión de las tradiciones helenística y romana.
Con la exigencia que hay que conocer este sobre saber o esta sobre información. D e otra manera no sirve de nada positivo. O se nos presentan deformadas y quedan fijas en la mente como si fueran legítimas. A la expresión “bizantina” s e le han dado connotaciones patológicas no obstante ser la confluencia de grandiosas manifestaciones culturales y espirituales de la antigüedad. Imperecederas porque aun viven en nuestra existencia diaria, común y corriente, así como en las expresiones de la gran cultura.
El imperio romano oriental dio principio en el primer tercio del siglo IV y duró hasta el año 1204. Después de esta fecha siguió la cultura occidental pero ya bajo el dominio de las Cruzadas que pronto se alejaron del esquema imperial y derivaron hacia el feudalismo. El gran centro cultural había terminado pero de alguna manera esta cultura subsistía. Hasta que en 1453 Constantinopla fue conquistada por los turcos y el Islam.
Constantinopla esta al norte del Mediterráneo, frente al Mar Negro. Un poco más allá del emplazamiento de la Troya cantada de Homero. El imperio romano, el de occidente y el de oriente, eran uno solo en lo administrativo. Con sus cuestiones lógicas debido a la distancia. Lo mismo la iglesia cristiana católica, ya llamada Iglesia cristiana, católica, apostólica, romana. Cuando Constantinopla cayó ante los turcos ya la parte oriental de la Iglesia había penetrado en las extensas regiones al norte este del Mar Negro. Conocida como Iglesia ortodoxa, que es la misma que la romana.
“Es a Constantino a quien debe Rusia su cristianismo. La conversión de la princesa Olga en 957 parece que rindió pocos frutos, pero cuando Vladimiro, después de la captura del Quersoneso en 988, recibió el bautismo de la iglesia de los Panagia-la Santísima Madre de Dios- en aquella ciudad, y se casó con Ana, la princesa bizantina, el príncipe impuso su nueva fe a sus súbditos paganos y Kiev se convirtió en un estado cristiano, y en aliado del Imperio. La conversión del poderoso señor de Kiev es seguramente uno de los acontecimientos más sobresalientes de la historia universal”.
Por lo demás, gracias a la Iglesia, el helenismo nunca desapareció de Bizancio: “ En los siglos oscuros de la opresión turca fue la que mantuvo vivos los fuegos casi apagados del helenismo y esa misma Iglesia existe hoy , leal todavía a su empeño de tantos siglos”.
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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