SAHAGÚN, LA MÁS GRANDE HISTORIA DEL MEXICO PRECRISTIANO


 

Materia y sustancia es lo que nos dice la extensa obra de Fray Bernardino de Sahagún, cuando escribe de las cosas del México precristiano.

Lo primero se transformó, por esos giros de mestizaje que da la historia, pero lo segundo, como cosa fuera del tiempo, sigue siendo como siempre fue.

El mestizo vive en lo factico, el espíritu permanece. Puede éste incrementar su información. Como hacen las mónadas de Leibniz, pero su filosofía es perenne en desarrollo, no una cuestión estática.

La obra de Sahagún, la más grande  de todas las historias del México indio (sin dejar de mencionar que hay otras de mucha calidad histórica, como la de Fray Diego Duran, dominico, por ejemplo, contemporáneo  de Sahagún en México) se encuentra entre las tres más grandes construcciones históricas que han escrito hombres en todos los siglos en el mundo. Y lejos del lirismo, con rigor en la consignación de los datos, que puede contarse dentro del método científico de investigación-comprobación.

Imagine el lector que Homero, a su poema de la guerra de los griegos contra Troya, como lo conocemos, hubiera escrito once libros más contando las costumbres, hasta sus mínimos detalles, de los habitantes de Ilión, fiestas, calendarios, creencias y todo el universo real con sus valores de civilización de los troyanos. Eso hizo Sahagún en México.

Esta labor, sólo comparable con la Paideia de W Jaeger, para la cultura griega, la llevó a cabo Sahagún durante sesenta años. Se considera que empezó a tomar notas en 1540, pero ya desde su llegada a México, en 1529, su espíritu fue impregnándose de la vida de los indios y esta impresión, todavía imprecisa, llegaría a culminar hasta 1547, en que terminó de escribir su obra, en lengua mexicana, y luego su versión en castellano en 1569.

Antítesis por completo, de los españoles que en ese tiempo seguían destruyendo en México pirámides y poblaciones indígenas. Sahagún se afanaba, con todas sus fuerzas, por reconstruir en el papel ahora que todo estaba todavía fresco y original.

 De pronto, de un año para el otro, la cultura desarrollada en Mesoamérica, través de milenios, fue destruida por parecer obra de salvajes. Pero no todos los españoles eran iguales. Sahagún pensaba que estaba frente principios universales, valores pragmáticos y valores esenciales, sólo que eran maneras distintas de representarlas. Sahagún debió haber pensado como dice Descartes en los umbrales para descubrir su Método: “En mis viajes observé que gentes que piensan y sienten de modo distinto al nuestro, nada tienen de salvajes. “De no haber pensado así Sahagún no hubiera empelado sesenta años de su vida en la tarea de rescatar maneras de pensar y de actuar del México precristiano.

Tartamudo y bello de rostro,  empezó a investigar y a escribir cuando contaba 29 años de edad (se llamaba “en el mundo” Bernardino de Ribera). Se le dificultaba hablar en público y como podía, por su presencia física, ser perturbado por las mujeres, sus superiores casi lo escondieron en el rincón más apartado del convento.

 Primero estuvo en Tlalmanalco, en la ladera suroeste de la montaña Iztaccihuatl. Luego en Tepepulco, región tezcocana, siguió Santa Cruz de Tlatelolco y San Francisco el Grande, de México- Tenochtitlán.


SAHAGÚN
Buscó la manera que, en cada sitio que vivía, le fueran presentados los indios sabios conocedores de las cosas del México precristiano que habían sobrevivido a la  guerra de la conquista.

Les preguntaba cosas y maneras del modo anterior a la guerra y ellos le contestaban. Luego preguntaba las mismas cosas a otros indios sabios de Tlatelolco, sin ninguna relación con los de Tepepulco, y así en otros lugares lejanos.

Hasta que los relatos coincidían los daba por buenos. Como ahora se hace con los trabajos académicos que se comunican a otros investigadores de otros países de la misma especialidad.

Sahagún procedía a escribirlos o dictarlos. Contaba con dos grupos y uno era el de informantes indios culturales y el otro de amanuenses. Aprendió el náhuatl y les enseñó el castellano. Los nombres de dioses, personas y lugares son, en su obra, como son, lejos del galimatías que con ellos hacen tanto Hernán Cortés como Bernal Díaz del Castillo.

Su celo cristiano presenta a un México espiritual, culto, bárbaro y habitado por el demonio. Los dioses mexicanos  pasaron a la categoría de diabolización para dar paso a la cruz.

Recibió la orden de sus superiores para que escribiera de las cosas pasadas de los indios. Su obra cumplió  el encargo de tal manera que Sahagún es la fuente por entero confiable para conocer al México precristiano. Sin Sahagún los mexicanos que  quieren conocer sus raíces no dispondrían de información tan completa.

Durán dice mucho de lo que dice Sahagún pero no por plagio literario, como sí era la costumbre en esas épocas, aun entre cronistas e historiadores religiosos. Lo dice porque sus informantes de Durán, otros informantes,  decían las mismas cosas. Lo que es todavía otro testimonio de verdad en lo que se lee en  los dos religiosos.

 Y aun Durán dice cosas que le faltaron a Sahagún, como lo relacionado con el  monte Teocuicani, ladera sur del Popocatépetl, adoratorio por excelencia de Tezcatlipoca. Pero aun así Sahagún es primordial.

Murió Sahagún a los 90 años de edad y no pudo ver publicada su obra. Era muy temprano y la jerarquía católica consideraba que podía estorbar el proceso de evangelización y relanzar el potencial de lucha que quedaba en el pueblo para ir al rescate de su cultura y sus dioses.

Sus  manuscritos, y sus dibujos que ilustraban la obra, estuvieron perdidos por doscientos años en algún convento de España.

HISTORIA GENERAL DE LAS COSAS DE NUEVA ESPAÑA
Fue hasta 1829 que, gracias a Carlos  María de Bustamante, apareció por primera vez publicada en México. La Editorial Porrúa llevó acabo su primera edición en 1956 a la que han sucedido otras once ediciones. La de 2013, en la Colección Sepan Cuantos…(número 300) como una especie de homenaje a Sahagún, en el sentido que su obra fuera conocida, por todos, la editorial la ofrece con un precio de venta accesible hasta para el bolsillo más precarista.

Murió Sahagún en México en 1590.Su cuerpo fue sepultado en el convento de San Francisco el Grande de México-Tenochtitlan (ahora calle Madero, primer cuadro de la Ciudad de México). Cuando tiempo después los frailes fueron exclaustrados, su cadáver se perdió y se cree que sus huesos hayan quedado en el subsuelo de ese lugar.

El padre Ángel Ma. Garibay K. escribió de él, en el Proemio General que hizo a  una de las ediciones de la obra de Sahagún: “

“Sencillo de corazón y de alma infantil, tuvo las dotes del genio  y la amable paz del santo que vive entre los humildes y los sabe amar.”

 

SAHAGÚN
 

 

Bernardino de Sahagún (Sahagún, España, ca. 1499 - México, 5 de febrero de 1590)1 fue un misionero franciscano, autor de varias obras en náhuatl y en castellano, consideradas hoy entre los documentos más valiosos para la reconstrucción de la historia del México antiguo antes de la llegada de los españoles. De entre sus escritos descuella la Historia general de las cosas de la Nueva España, verdadero monumento etnográfico, compuesto de doce libros, que apenas tiene precedentes comparables en ninguna lengua. Sahagún fue, a juicio de Jerónimo de Mendieta, el más experto de todos en la lengua náhuatl.2

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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