¿Quién vende
más? ¿Será alguien más famoso que yo
después que haya muerto?
Son las dos
preguntas que se hacen algunos novelistas en los países donde escribir es una profesión.
En los que se vive de escribir.
Una cosa
lleva a la otra. Hay países en los que el promedio de lectura por individuo son
quince libros de cultura al año, o más. La industria del libro florece y hay
que echar mano de todo, como sucede en cualquier línea del mercado. Hay demanda
y abunda la oferta.
En el
mercado cuando los jitomates están en su punto tiene un precio. Se les pasa el tiempo
y se busca la manera de que la gente los compre, a como haya lugar, antes de
echarlos a la basura.
En Estados
Unidos, del primer tercio del siglo veinte, se temía que las altas ventas de
ejemplares de Adiós a la armas de E. Hemingway descendieran debido a una baja en la economía del país.
Además en las librerías había otras novelas con el tema de la guerra, de otros autores,
también de mucha aceptación.
FITZGERALD |
Los editores
pidieron a Hemingway algunas frases para presentar su novela no como de guerra
y amor, sino de amor y guerra. Hemingway detestaba ese recurso, sin embargo, su
editor le escribió: “Tú vendes primero a los intelectuales. Luego tienes que machacar,
machacar, machacar, con lo que sea, para venderlo a los demás.”
La situación
se complica porque hay otros novelistas
en ese momento y otros que inmediatamente llegarán escribiendo de la primera y segunda guerras
mundiales, también de mucho impacto, como Norman Mailer con Los desnudos y los muertos, Faulkner con
La paga de los soldados, Jan Valtín
con La noche quedó atrás, etc.
Los
escritores van de editorial en editorial, hasta cuarenta editoriales, enseñando
su manuscrito buscando interesar al dueño de la imprenta para su publicación. Cada
vez su estado de ánimo se encuentra por los suelos, valen menos que una
cucaracha.
Entre tanto
es necesario trabajar, en lo que sea, antes de lograr ser famoso. Aquí algunos
de los empleos de novelistas conocidos:
Kurt Vonnegut
se dedicó a vender coches. Henry Miller fue jefe de personal en la
Western Union Telegraph Company, la compañía de teléfonos y telégrafos. James
Joyce trabajaba tocando el piano y cantando.
Hilary Mantel era trabajadora social en un geriátrico. William Faulkner
fue cartero en la universidad en la que
estudiaba. Harper Lee trabajaba para una aerolínea cogiendo reservas de
billetes. Margaret Atwood trabajó en una
cafetería. Servía café y se encargaba de la máquina registradora.
Pero ya famosos,
y sus novelas se venden por muchos miles de ejemplares, el editor es el que busca al novelista,
empieza otro proceso mental en el escritor. Ya no es quién vende más sino
¿quién es más famoso? Más aun, ¿Quién seguirá más famoso después de su muerte física?
Los
filósofos no se quedan ajenos a esta
competencia. Schopenhauer se anticipaba y decía: “Yo escribo para la generación
de sus nietos”. Sabía lo que decía. Se había pasado treinta años ¡una
generación!, con su manuscrito bajo el sobaco tratando que alguien se
interesara en publicar su obra. Siempre era rechazado. Se trataba de El mundo como voluntad y representación.
Era su obra fundamental de la que después se publicarían, y hasta la fecha,
millones de ejemplares.
En los
países en los que el promedio de lectura, por cabeza, es de dos libros al año,
o menos, la cosa cambia. Pocos leen muchísimo, muchos leen poco y el noventa
por ciento de la población ve televisión. Aquí nadie vive de escribir poemas ni
novelas. Tiene que ganarse la vida como mecánico, comerciante, burócrata, dar
clases en alguna escuela, biólogo o líder sindical. Pero, a diferencia de allá,
aquí la demanda no va a ser suficiente como para vivir de ello.
O pertenecer a una familia de tal posición económica que no le importaría vender cinco o seis ejemplares de su novela en un lustro. O, como hizo Nietzsche, con su primera obra, costear él mismo la publicación.
O pertenecer a una familia de tal posición económica que no le importaría vender cinco o seis ejemplares de su novela en un lustro. O, como hizo Nietzsche, con su primera obra, costear él mismo la publicación.
No es que en
estos países sean menos buenos para escribir que aquellos, es sólo que no hay
demanda suficiente para vivir de ello. Es un problema estructural,
institucional, a nivel nacional. Las artes florecen cuando la economía es sana
en ese país…De otra manera el cerebro está al servicio del estómago.
¿Qué hace el
del puesto de jitomates sino hay compradores de jitomates?
Una ocasión
coincidimos en la librería Porrúa, la de República Argentina 15, Ciudad de
México, el doctor X y yo para ver cómo iba la venta de nuestros respectivos
libros, que Porrúa distribuía.
Mi libro era
del tema de alpinismo y el de él un trabajo académico. De esos que se llevan
treinta años de investigación a nivel universitario. De hecho toda la vida del científico.
A la sazón, el doctor X era la máxima autoridad en murciélagos del país. No
había en ese tiempo una obra de más valor académico que la suya.
No obstante,
la venta de sus ejemplares, en ese momento, no era como para echar las campanas
al vuelo. El comentario que me hizo soslayaba el aspecto económico y dijo algo
así como: “Hay que escribir y publicar con espíritu de información académica
para nuestro pueblo.”
En los
países de dos libros de cultura leídos
por año vale la expresión: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Se
busca la publicación a costa del erario público.
El novelista va con su amigo el diputado, el diputado con su amigo de la
televisora para la entrevista. Es el proceso invertido. Primero la fama y con
ello se busca propiciar la venta de la novela.
Por eso, en muchos casos, la portada del libro lleva el nombre del autor en 78 puntos y el título del mismo en 12...
Por eso, en muchos casos, la portada del libro lleva el nombre del autor en 78 puntos y el título del mismo en 12...
Desde hace
veinticinco siglos que el oráculo de Delfos dijo que Sócrates era el hombre más
sabio de la tierra, después Sócrates dijo quién era el segundo, así hasta
llegar a cinco. Cerraron la lista de “los mejores” y Aristófanes ya no pudo
entrar al Olimpo de los intelectuales. Después, como pasó con Schopenhauer, sus
obras se vendieron por millones de ejemplares.
En
entrevistas, publicadas, a escritores famosos norteamericanos, les preguntan a los
entrevistados qué opina del otro novelista, también famoso. “Escribe basura”,
dicen, o “Escribe como secretaria.” Etc. O como Hemingway, más sutil, apenas en
ascenso literario, decía de Fitzgerald, ya tempranamente famoso por su novela El gran Gatsby, que tenía mucho
potencial y ojalá algún día lograra madurar como escritor…
Hemingway
contra Fitzgerald, Bunny Wilson contra Fitzgerald, Hemingway contra
Faulkner…Abundantes referencias se encuentran de tal anti solidaridad en el
libro de Scott Donaldson Hemingway contra
Fitzgerald:
“La dureza de las críticas que Wilson habitualmente escribía contra cualquiera, en
el caso de Fitzgerald se exacerba debido
al recuerdo que de él tenía en tanto un estudiante universitario algo alocado y
pretenciosamente ambicioso. Wilson no era capaz de borrar ese recuerdo de su mente y reconocer que Fitzgerald había
escrito cosas de verdad importantes.”
Donaldson
cita a Lingemand que dice: “Los amigos literarios van andando sobre cascaras de
huevo, porque los demonios de los celos, la envidia y la competitividad
merodean constantemente una veces en la sombra, pero otras abiertamente.”
W. FAULKNER |
A todo esto
hay que agregar las discrepancias ideológicas, muy naturales, en los sistemas
democráticos, donde se puede expresar libremente las ideas.
En el caso
de los novelistas, norteamericanos, de mediados del siglo pasado, escribe
Donaldson: “La batalla comenzó en la primavera de 1947, cuando Faulkner confeccionó una clasificación informal de los
escritores norteamericanos contemporáneos durante una conferencia en la universidad de Mississippi. Los
mejores, dijo, eran Wolfe, Dos Passos, Caldwell, Hemingway y él mismo…Colocó al
final de la lista a Hemingway…”
El pleito
que siguió es largo de contar.
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