EHECATL, CINCO SIGLOS DESPUÉS


 

“El oro vale según quien lo encuentra”, dijo Jack Reacher en la película del mismo nombre.

En la primera semana del mes de junio de 2017 se dio la noticia, en los medios, del descubrimiento de la pirámide de Ehecatl-Quetzalcóatl, dios del viento, cultura náhuatl, en el “Zócalo” de la Ciudad de México.

El viento espiritual que mueve, para bien, la conciencia de los humanos. El que movió a los dioses teotihuacanos, estáticos recién emergidos de la hoguera purificadora. El que mueve las nubes y lleva el agua para que los campos den sus frutos.

Fray Bernardino de Sahagún se refiere a este dios como que también era hombre. No se crea  que es al modo de Jesucristo que, de dios, se hizo hombre. En este caso hubo un rey, de Tula, que también se llamó Quetzalcóatl.

 Con frecuencia el rey,  o los grandes sacerdotes, se sobreponían el nombre del dios al que servían.

“Este Quetzalcóatl, aunque fue hombre, teníanle por dios y decían que barría el camino a los dioses del agua y esto adivinaban porque antes que comienzan las aguas hay grandes vientos y polvos, y por esto decían que Quetzalcóatl dios de los vientos, barría los caminos a los dioses de las lluvias para que viniesen a llover.”

Fray Bernardino de Sahagún se refiere a esta pirámide:

“El décimo quinto se llamaba Quauhxicalco. Este edificio era un cu  pequeño redondo, de anchura de tres brazas o cerca, de altura de braza y media; no tenía cobertura ninguna; en este incensaba el sátrapa de Titlacauan (Tezcatlipoca) cada día hacia las cuatro partes del mundo.”

El recinto de Templo Mayor.
La letra A indica la ubicación de la pirámide de Ehecatl
(maqueta del MNA)
 

Para muchos, muchos, mexicanos, tal hallazgo seguramente no dice algo. Es una de las tragedias de nuestros sistemas pedagógicos de la educación pública. ¿Cómo querer, o respetar, a México, sino se le conoce?

Dos acontecimientos, de mucho valor, para los mexicanos, quedaron del desastre de la conquista española del siglo dieciséis.

1) La cultura occidental

2) Fray Bernardino de Sahagún.

Llegó,  a los pueblos indoamericanos, la gran cultura grecorromana, con sus aportes de filosofía griega de los tiempos de Platón, y el Derecho Romano. Y esa misma cultura grecorromana, pagana, pero ya con el aporte del cristianismo romano. Dos grandes etapas de la historia cultural europea y ya fundidas en una.

Merced a la expansión del Imperio Romano, hacia la península ibérica, el pueblo español formó parte de aquella gran cultura. Como conquistados, o bien de muchas otras maneras, fueron los ibéricos entrando a Roma.

Como ahora los mexicanos nos vamos para Estados Unidos y algunos llegan a desempeñar cargos de la administración estatal o federal de aquel país.

Así, algunos emperadores romanos tuvieron sus raíces étnicas ibéricas,  como también  hombres prominentes en el plan intelectual, como Séneca.

Así que no fue el pueblo español el que trajo su cultura a América sino el modo de pensar occidental con aquellas raíces griegas, romanas y cristianas.

Primero la Iglesia( con sus diversas ordenes religiosas, franciscanos, dominicos, jesuitas y agustinos) fue la que enseñó y medio siglo más tarde la universidad.

Lo mismo hicieron los aztecas con la gran cultura olmeca-teotihuacana que heredaron, conservaron y la llevaron a todos los confines del extenso Imperio Mexica.

Lo que recibimos de auténticamente español se llama Fray Bernardino, nacido en Sahagún.

Sin Fray Bernardino de Sahagún, y sin Fray Diego Durán, otro español, y sus obras que escribieron del México precristiano, los soldados conquistadores españoles, y las administraciones virreinales  que les siguieron, hubieran sido recordados   en el muy bajo nivel cultural en el que se encontraban sus tribus aliadas contra los aztecas.

Por mucho que digan las sendas historias de la colonia española, sus  administraciones  virreinales sólo vinieron para explotar al pueblo, proporcionándole le educación indispensable para seguir propiciando la conquista y la explotación.

Pero esos dos frailes lo cambiaron todo, absolutamente.

Frailes, por otro lado, que en su tiempo no pasaron de ser anodinos e ignorados tanto por las jerarquías civiles  como por las  religiosas.

Sin dudar decimos  que el mexicano que no  conoce estas obras no se conoce como mexicano. ¡No sabe de dónde viene ni sabe por qué en la actualidad es como es!

 Sahagún y Durán lo investigaron  y lo dejaron por escrito.

Esto dos frailes españoles nos recuerdan el mismo aporte que Europa debe a Varrón y a Plinio el Viejo, grandes rescatadores de la cultura antigua de la Hélade y de la propia Roma pagana.

El que conoce la obra de Sahagún esta tentado en decir que no tiene parangón entre los historiadores del mundo anterior (se le considera como el que inició  la disciplina de etnología en México) al siglo dieciséis.

 Si una figura, una escultura, admite en la actualidad el área que fue  coatepantli de los aztecas (y no más de una, al lado del busto de Cuauhtémoc), es la de Fray Bernardino de Sahagún.

Es una obra monumental (Historia general de las cosas de Nueva España) que escribió (que dirigió) a lo largo de toda su vida, que fue de 90 años (1500-1590).

Otro escribieron de la historia de los aztecas sin siquiera haber conocido nunca México. Escribieron barbaridades  sobre lo que otros escribieron que había oído de otros que tampoco estuvieron jamás en México.

Con Sahagún no fue así. Llegó a México en 1529, apenas a 8 años de haber caído México-Tenochtitlán y aun había montones de escombros del destruido  gran coatepantli sagrado de los aztecas. Y eso debió haber impactado profundamente su espíritu.

Anota, en el apéndice del libro II, que este coatepantli tenía 78 recintos, entre pirámides- templos y casas de adoración:

 “Era el patio de este templo muy grande: tendría hasta doscientas brazas en cuadro. Era todo enlosado y tenía dentro de sí muchos edificios y muchas torres; de estas torres unas eran más altas que otras, y cada una de ellas era dedicada a un dios.”

Para la crónica de la guerra de conquista de México-Tenochtitlán debemos mencionar a Bernal Díaz del Castillo. Un soldado español común, es decir, sin grado alguno en el “ejercito” de Cortés, que escribió las batallas con  naturalidad, sencillez y detalle. Ni siquiera Julio Cesar alcanzó eso cuando relata sus guerras contra los bárbaros germanos y demás tribus.

Este soldado fue el que se quedó maravillado al ir entrando, desde Mexicaltzinco, por la calzada de Iztapalapa, en medio de la laguna, al coatepantli, y expresó que en ninguna parte del mundo, que ellos conocían, ni siquiera  en las fabulosas ciudades de Persia, habían visto algo tan bello.



Otra vista del coatepantli sagrado de los aztecas.
En primer plano se ve el muro (coatl) de serpientes.
La letra A es la gran pirámide de Huitzilopochtli, ahora conocido como Templo Mayor.
Junto a su  Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, las Cartas de Relación de Hernán Cortes,  sólo son notas, epístolas, como él mismo las llama, por cierto de no entera confiabilidad histórica.

La historia de Díaz del Castillo sería la continuación de la obra de Sahagún. Semejante  a La Eneida de Virgilio es la continuación de La  Iliada de Homero.

Ese es el contexto histórico en el que el gran coatepantli sagrado, en medio de la laguna, de México-Tenochtitlán, fue destruido por españoles y sus aliados tlaxcaltecas.

El templo-pirámide   de Ehecatl está ubicado inmediatamente, casi pegado, diríamos, en el lado oeste del Templo Mayor, como se le conoce ahora a la gran  pirámide  edificada en honor del dios de la guerra, Huitzilopochtli.

Templo Mayor era toda el área del coatepantli (todo el Zócalo, diríamos ahora)  pero ahora lo nombramos  así lo que propiamente es la pirámide mayor, la de Huitzilopochtli.

 Está Ehecatl en  lo que en la actualidad es el predio número 16 de la calle de Guatemala, a espaldas de la catedral metropolitana. 

A propósito del descubrimiento del templo de Ehecatl, el arqueólogo Matos Moctezuma  ha declarado que “Hay congruencia de lo que decía Fray Bernardino de Sahagún con lo que ha ido descubriendo la arqueología.”


Sahagún 
“Fray Bernardino de Sahagún. (Sahagún, España, 1499 o 1500 - México, 1590) Eclesiástico e historiador español. Estudió en la Universidad de Salamanca. En 1529 se desplazó a América e inició el estudio de la lengua de los indígenas mexicanos. Con una finalidad estrictamente catequística escribió en lengua náhuatl Psalmodia cristiana y sermonario de los Sanctos del Año (1583). Su obra fundamental es Historia general de las cosas de Nueva España, recopilación en doce tomos de costumbres, mitos y leyendas aztecas. Lo más destacable de este tratado es el método de investigación empleado, precursor del que aun hoy aplican los etnólogos, ya que confeccionó un cuestionario previo, seleccionó a los informadores y recurrió a intérpretes nativos que escribían al dictado náhuatl. En su día, la Iglesia confiscó la obra al considerar que se oponía a la labor misionera.” WIKIPEDIA

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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