WAHL, TESTIGO DE EROSIÓN


 

Lo permanente y el cambio componen la dicotomía que Wahl estudia con el nombre de sustancia:

El Peñón Martínez, a los 6 mil metros de altitud, en la ladera oeste del Aconcagua, Argentina, cordillera central de los Andes, es un testigo que  en su derredor todo cambia, se erosiona.

Desarrollar (en libertad y salud corporal) , nuestra potencialidad existencial durante el día y el balance al atardecer nos dirá que así somos. Es decir, si la jornada tuvo calidad, sustancia, o sólo nos levantamos para dejar pasar el tiempo.

“El pensamiento del Ser es lo mismo que el Ser” decía Parménides.

En Walden Thoreau trina contra la religión del progreso (puramente materialista) que mejora nuestras casas pero no mejora, con programas de la enseñanza pública de calidad, a quienes las habitan.

 “Cuando pensamos en la sustancia, tenemos la idea de algo permanente por debajo del cambio, de una unidad por detrás de la multiplicidad.”

El problema de la sustancia lo vamos a considerar desde la realidad de nuestro subjetivismo.

Es el caso de la montaña vista por un alpinista, que será accesible, difícil o imposible de subir, según el individuo la vea, lo que no vale como criterio universal  para los otros. 

Wahl: “Para un físico no se presenta la cuestión de la sustancia en la misma forma  que para quien se queda en el plano del sentido común, o para quien retorne  a una manera  de ver más concreta  que la del sentido común.”

Definir la sustancia es más accesible si recurrimos a los que niegan la existencia de la sustancia como algo infinito y para ellos, en cambio, todo  es finito.

Bajado el asunto a nuestra vida diaria sería una comida que no tiene sustancia, que carece de la  calidad alimenticia que nos sugiere el “plato inteligente”: balance en verduras, frutas, carbohidratos, poca carne.

Sin hacer caso compro para el desayuno una “guajolota” (comida popular en la Ciudad de México)  que consiste en un tamal dentro de un pan blanco (hecho con harina huera) y un vaso de atole: ¡carbohidratos + carbohidratos+ carbohidratos!

Otra dicotomía sería una charla banal, un programa de entretenimiento, igualmente huero,  que son tan comunes en los canales televisivos, en contraste con el desarrollo de algún tema  formal, para decirlo de alguna manera, en uno de esos mismos canales televisivos.

Los filósofos lo refieren, para afirmar la sustancia o para negarla, como infinito y finito. Lo que permanece y lo circunstancial.

No es un juego ocioso de intelectuales mercenarios  este asunto de la o las sustancias.

La sociedad tiene, o debería tener, su gran interés en este asunto de la sustancia. Un individuo que no ha puesto en claro su identidad poco responsable es ante el grupo.

Wahl: “La sociedad nos quiere conscientes de nuestra identidad, de suerte que podamos ser conscientes de nuestra responsabilidad.”

De donde se pasa a considerar que lo atómico, lo material, está siempre en el cambio, como dice Demócrito. Lo permanente radica en lo inmaterial, como las Ideas de Platón, en lo espiritual que sería la monada, Dios, de Plotino.

Como se dice que un predicado es inherente a un sujeto, tendríamos como sustancias la belleza, la bondad, el amor… Para Sócrates los predicados son el Sujeto.

Es una larga y complicada historia esto de la sustancia finita y la sustancia infinita. La materialidad y la espiritualidad.

Unos aceptan dialécticamente ambas sustancias,  lo que sería de naturaleza universal, o al menos democrática. En cambio otros sólo se quedan con la finita, tal es el caso de Nietzsche, de Schopenhauer...

Un ejemplo de la diversidad de pareceres lo ofrece  Wahl:

“Nietzsche y los pragmatistas y los positivistas lógicos niegan la idea de sustancia…Fichte, Schelling y Hegel reinstalaron la idea de sustancia. Hegel hizo de la sustancia el sujeto y trató de unificar la manera de ver de Fichte y de Schelling. Y cuando Kant pasa a la razón práctica restaura las tesis clásicas de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma.”
Dibujo tomado de El País
17 de junio de 2017

Como una (deseable) contradicción, es decir, como una rica posición dialéctica, parece que vivimos todos los días en la dicotomía de las cosas finitas, lo práctico, lo material, y también con pensamientos en lo permanente que puede oscilar en cuestiones filosóficas o espirituales.

Coincide con lo que San Agustín decía, y lo decía como parte de su biografía, que nadie, en sus cabales, es espiritual de tiempo completo y nadie es siempre de pensamiento laico.

Como sea, el mundo lo vemos desde nuestro particular modo de ser. “Nos proyectamos a nosotros mismos en las cosas” De ahí que unos digan: “En esta vida sólo estamos de paso” y el Otro: “Aquí se acaba todo.”

Que cada quien compre el boleto que más le guste

Este oscilar constante de la razón hacia lo subjetivo, dentro de un mismo individuo y dentro del mismo día, al que se refiere San Agustín, Wahl lo dice:

“Hay un movimiento dialectico del espíritu, un constante pasar de las propiedades  a la sustancia y de la sustancia a las propiedades que une y separa  la una y a las otras sin cesar.”

Whal
 “Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).”WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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