Cayo Petronio y la leyenda del Hombre Lobo

Kant, Schopenhauer, Bakunin, Marx, Nietzsche...por orden de aparición. Representantes del pensamiento secular. De ahí mil variantes del razonamiento práctico. Y, sin embargo, esa misma cultura, la occidental, cree en el Hombre Lobo.
Recientemente Jack Nicholson protagonizó el film “Lobo”. Se mueve en el mundo moderno de Estados Unidos. Actuación que corresponde a este destacado artista. Todos recordamos el montón de filmes que se han rodado y exhibido con ese tema desde hace mucho tiempo. Algunos logrados, que se podían ver, otros de plano churros.  Hasta el cine mexicano le ha entrado al tema. Pero no se trata de ninguna puntada que haya inventado la industria cinematográfica. Como si esta pudiera inventar algo que no vaya más allá de la distorsión  histórica   y el empobrecimiento cultural de las masas.

Ya en El Satiricón, de Petronio, aparece el tema del “Hombre Lobo” con todos los elementos de las películas mencionadas. Sería más preciso decir que el trabajo de Petronio ha servido de base a la industria cinematográfica. Petronio, se recordará, fue contemporáneo de Nerón, el famoso emperador romano. Estamos hablando, entonces, de 2 mil años. Se trata de un relato acabado. Tiene todos los visos de cosa verdadera. Esto hace pensar que el origen de tal leyenda se pierde en la historia. Y no sería exagerado creer que arranca del mismo panorama paleontológico.

Cayo Petronio, elegante poeta del estoicismo, ofrece el siguiente relato: dos amigos se dirigen a través del campo  a la casa de una familia conocida. El camino los lleva a tener que atravesar por un cementerio. Uno  de ellos se detiene un poco. Cuando el otro voltea ve que su compañero  “... formó un círculo de orina en derredor de su ropa y al instante se convirtió en lobo. No os creáis que os gasto una broma; yo no diría una mentira por todo el oro del mundo...Cuando se hubo trasformado en lobo empezó a aullar y desapreció del bosque”.

Más adelante llega al lugar que ambos se dirigían, le comentan que un lobo había atacado la noche anterior a los animales del corral de la casa, alguien lo enfrenta y el amigo apareció herido, el médico lo atiende y el otro concluye que se trata de la trasformación que él había presenciado.

Como se ve, el asunto es parecido a nuestra creencia del nagual mexicano. Es decir, un humano que se trasforma en fiera. El principio y la finalidad de ambas metamorfosis difieren, pero los rasgos generales del asunto se parecen. Nuestros humanos- naguales (hombres y mujeres) aun existen en el campo mexicano y en  las montañas próximas al Distrito Federal. Se dice que tienen una trasformación mediante un intenso proceso mental hasta alcanzar los mundos de la metafísica. Su finalidad es tratar de remediar algún entuerto que padece la gente.

 En el caso del Hombre Lobo, de los occidentales, se trata de una trasformación bestial que tiende a seguir instintos animales sin otro fin que matar y devorar, como corresponde a un lobo. Si hay alegoría, sería recordar el submundo instintivo que llevamos  a cuestas. En especial  cuando hay luna llena  (alcohol,marijuana,), etc. Y de hecho no nos costaría mucho trabajo aceptar que ya no es necesaria la metamorfosis  aquella de que salgan pelos hasta cubrirnos el cuerpo. Las ciudades están llenas de cada ejemplar que asustarían a los mismos  lobos.


Cuando Nicholson siente que la mordida que le dio aquel lobo, en la carretera, empieza a trasformarlo, acude a la ciencia médica. Esta acaba por remitirlo con una especie de sahaman blanco. Doctor y toda la cosa pero que pronto se ve que tampoco va a poder hacer algo por aliviarlo. Ante el desconcierto del mordido, el doctor ofrece una frase interesante: “ Hace apenas 25 mil años que dejamos la jungla”. Muy científicos, muy racionalistas, muy espirituales, pero el paquete antropológico supervive en alguna parte de nuestros ser. Apenas hace 5 mil años se inventó la rueda, la ciudad más antigua no tiene más de 10 mil años, antes, la edad de piedra y, entre tanto, la selva...

La película “Lobo” tiene un final feliz pero original. No es como el monstruo Frankstein que se pierde en la soledad  ártica exigiendo a su creador, el doctor Frankstein, que le haga una compañera como él. Tampoco es Drácula que vive solo en sus fríos castillos balcánicos a través de los siglos. Nicholson ya no puede volver a su forma antropoide y adquiere definitivamente el aspecto y la naturaleza de lobo. Pero tras él va una güera, hermosa y decidida, que lo ama y que buscó a través del contacto sexual con el Hombre Lobo, volverse loba. Y como el instinto y el amor van más allá de muchas cosas, ella también se interna en el bosque buscando a su lobo Nicholson.

Ovidio, en Las Metamorfosis, se refiere con anterioridad a Cayo Petronio, al Hombre Lobo. En principio lo relaciona con los asesinos de Julio Cesar: Bruto, Casio y sus complices: "todos se estremecieron  y se llenaron de cólera pidiendo el castigo  del que a tal se ha atrevido...Más adelante se refiere concretamente a Licaón, personaje que encarnará al Hombre Lobo. Licaón invita al dios Jupiter a comer.  Quiere cerciorarse que en verdad es Jupiter y le pone la prueba de darle, como platillo, carne de humano, de un prisionero que acaba de degollar.Pero Jupiter descubre sus intenciones: " Con la espada corta la yugular de uno de los rehenes que le habían sido entregados...ablanda parte de sus miembros palpitantes en agua hirviendo, asando la otra parte en el fuego. Y en el momento en el que lo puso sobre la mesa, yo, con el vengador rayo, derribé la casa sobre su dueño...Aterrorizado se escapó y, al alcanzar la llanura silenciosa, se puso a aullar y en vano intentó hablar. Su boca concentra la rabia  que lleva dentro de sí mismo y emplea su desordenada pasión de matanza con el ganado y aun se goza en esa sangre. Sus vestidos se transforman en pelos, sus brazos en patas, pues se convierte en lobo...brillan los mismos ojos, es la misma imagen de la ferocidad."

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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