En este trabajo el punto es la conservación del idioma y el periodismo es tomado como el leitmotiv de su deformación.
La “cultura auténtica” por la que aboga Nietzsche es la que emana de la disciplina del cristianismo luterano. Del otro lado de la raya está la barbarie llámese como se llame la religiosidad o llámese como se llame la laicidad.
Dice tácitamente que le importan un bledo el humanismo que sale del catolicismo como el que después saldrá del jacobinismo: “debemos mantenernos apegados al espíritu alemán que se manifestó en la Reforma alemana y en la música alemana, y que ha demostrado, con la extraordinaria audacia y el rigor de la filosofía alemana. Esa fuerza resistente, hostil a cualquiera apariencia, de que podemos esperar todavía una victoria sobre la pseudo cultura de la “época actual” (Fábulas 85 y 147).
Desde luego que el ejercicio dialéctico no es del agrado de muchos. Tenemos ideas inamovibles. Cualquier fotógrafo sabe que no se llega directamente al foco exacto a la primera. Ni aun las cámaras digitales de enfoque automático. Tienen que enfocar y desenfocar para encontrar la óptima claridad. Este es el ejercicio que procuramos evitar. Nos gusta la cómoda abstracción y sacrificamos el todo. Nietzsche nos invita a mirar del otro lado de nuestra cómoda y “verdadera” posición. Lo hace a su manera, sin concesión. Sin importarle el gesto que hagamos en la cara.
Nietzsche urge tomar en serio la lengua que se habla en ese país. Se refiere particularmente a la lengua materna. “¡Tomad en serio vuestra lengua! Quien no consiga sentir un deber sagrado en ese sentido no posee ni siquiera el germen del que pueda surgir una cultura superior”. Para poder llegar a esta cultura superior es necesario buscar con afán la cultura de la Grecia clásica. Lo demás, dice, lo demás es puro periodismo…
Hace la observación que muchos aprenden a escribir a través de ser lectores de periódicos. Su opinión no es nada favorable a este respecto.”Hoy todos hablan y escriben naturalmente la lengua alemana con la ineptitud y la vulgaridad propia de una época que aprende el alemán en los periódicos”.
A este respecto el filósofo alemán coincide con el escritor inglés J. Middleton Murry. En El estilo Literario (FCE México- Buenos Aires 1966) Murry dice: “...el lenguaje, como medio de comunicación entre los miembros de un inmenso conjunto de personas, tiende siempre, como el dinero que pasa de mano en mano, a gastarse y a perder las aristas. Y este proceso se acelera grandemente con el crecimiento de los periódicos. Los que escriben en los periódicos, si acaso tiene voluntad de hacerlo, carecen del tiempo necesario para mantener el aliño y precisión de su lenguaje; más aun, si tuvieran tiempo y lo utilizaran para este propósito, pronto perderían el empleo. Su negocio es dirigirse a la mentalidad media, y para hacerlo tiene que utilizar el vocabulario de la mentalidad media: si no lo hacen así, recibirán el homenaje de ser declarados ilegibles, lo cual, cuando llega a oídos del dueño del periódico, equivale a una sentencia de muerte”.
A través de estas lecturas de periódico, dice Nietzsche, es como se va reduciendo la cultura del pueblo. Un pueblo que se supone culto y a partir de ahí va empobreciéndose culturalmente. Y, como individuo, alguien que va aprendiendo de un modelo de calidad deficiente: Agrega que: las escuelas no preparan para la cultura y ni siquiera para la erudición, sino que su cometido es sólo “preparar para el periodismo”.
Es de notarse que aquí los periodistas son la carne del sandwich.Por una parte la gran oportunidad de civilizarse el erial,las masas que se encuentran en el punto cero de la cultura ven en ellos,y con todo fundamento,la oportunidad de salir de las tinieblas de la ignorancia. Por la otra parte son los "culturalizados al vapor",así se trate de egresados de la academia.Andan tan a la carrera cubriendo eventos y escribiendo sus notas que poco tiempo y fuerza tienen para subir peldaños a la escalera cultural.A la gran cultura griega clásica, dice Nietzsche.
Lo peor es que la deficiencia de la cultura no se debe al desconocimiento de ese basto panorama cultural que la humanidad ha dado a través de los siglos. Esta deficiencia, dice, puede ser buscada por los mimos profesores. “…en el instituto, es el propio profesor quien esparce las semillas de un grosero y deliberado entendimiento incorrecto de nuestros clásicos: después dicho entendimiento incorrecto se hace pasar por crítica estética, y no es otra cosa que barbarie”.
Luego señala una manera de hacer abortar las potencialidades que con más tiempo darían frutos de calidad. En las escuelas se presiona al estudiante joven a elaborar, mediante la composición, aspectos psicológicos de su vida, cuando todavía no es tiempo para ello: “ todo un mundo de problemas, que requieren la meditación más profunda, se abre ante el joven estupefacto, hasta aquel momento casi inconsciente, y se confía a su decisión…En el instituto se presupone una cultura formal, que en la actualidad consiguen alcanzar sólo poquísimos hombres, en edad madura…en el instituto se inculcan continuamente a las nuevas generaciones todos los males de nuestro ambiente literario y artístico, o sea, la tendencia a producir de modo apresurado y vanidoso, la manía despreciable de escribir libros, la completa falta de estilo, un modo de expresarse que no se ha refinado, que carece de carácter o pobremente afectado, la pérdida de cualquier canon estético, el deleite en la anarquía y el caos, en resumen, todos los rasgos literarios de nuestro periodismo y al mismo tiempo de nuestro mundo académico”.
Nietzsche respeta mucho el campo del nivel tecnológico. Y por extensión las disciplinas universitarias de las ciencias exactas: "Sin embargo, no creáis, amigos míos, que desee escatimar elogios a nuestras escuelas técnicas y a las primarias superiores: respeto los lugares donde se aprende correctamente la aritmética,se llega a dominar una lengua, se aprende en serio la geografía y se provee uno de los sorprendentes conocimientos de la ciencia natural".
Pero es en el campo de las "humanidades" donde se da la deformación o, para decirlo con mesura, donde se da la "deliberada limitación".En este libro se anuncia el advenimiento de Zaratustra en la presencia del "filósofo". El viejo cascarrabias Zaratustra sabe que a la escalera, para llegar a la gran cultura, ahora le faltan algunos peldaños. ¿Cómo llegar a la mítica soledad de su montaña? "Si elimináis a los griegos, con su filosofía y su arte, ¿por qué escalera pretenderéis subir hacia la cultura?".
Estas ideas sobre la cultura Federico Nietzsche la expuso en 1872, en el trascurso de una serie de conferencias, cuando todavía era profesor de la universidad de Basilea. Y de inmediato, ese mismo año, por orden de Bismarck, canciller de Prusia (Alemania apenas se estaba unificando como nación), que el Parlamento prusiano aprobó este programa educativo que se conocería como kulturkampf (lucha cultural).
Tuvo su contexto en el complicado panorama político europeo de dos guerras que Prusia sostuvo primero con Austria y después con Francia. También con algo que el canciller protestante creía como "una conjura católica internacional" y otra conjura del marxismo que empezaba a levantar vapor. Y en general contra todas las maquinaciones palaciegas que en su tiempo se conoció como la "Liga de los Tres Emperadores". Frente a todo eso Alemania sentía necesidad de tener una definición cultural y Bismarck la llevó a cabo.
La política alemana, empero, con el tiempo dentro de Europa acabó por desatenderse de la kulturkampf como iniciativa de Estado.
Pero el impulso filosófico con el que fue dicho en Basilea por Nietzsche nada tuvo que ver con programas de Estado y sigue jugando en el mundo de las ideas.
Bismarck en la época en que proclamó la kulturkampf.
El alter ego de Nietzsche es, en este relato de las conferencias leidas en Basilea, un “filosofo” que junto a su “acompañante”, hacen una serie de consideraciones sobre cultura humanística. “¿Pero cómo llegar a la cultura humanística si se carece de guías auténticos?", pregunta el acompañante.
Sólo hay una manera: leer a los grandes pensadores.A los individuos “Se les habitúa a filosofar de modo independiente, cuando, en realidad, habría que obligarlos a escuchar a los grandes pensadores. El resultado de todo eso es que permanecerán para siempre alejados de la antigüedad, y se convertirán en los servidores de la moda”. Hablarás como hablan los periódicos, no como hablan los buenos libros.
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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