Shakespeare en La Tempestad

Lo Legítimo es desplazado por el Usurpador. Tiene lugar una lucha para reconquistar el poder legitimo y de este modo  el caos social vuelve a ser corregido. Es una vieja  película que se repite en todos los puntos cardinales del planeta todos los días. Mientras esto dure, la obra de Shakespeare será vigente. 

Es una manera que tiene la literatura inglesa para ejercitar los valores morales y sus antípodas. Lo mismo sucede con la leyenda del Rey Arturo o en la novela  Genoveva de Brabante. El hermano o el administrador que se quedó a cargo del reino en tanto el soberano iba a tomar parte en las Cruzadas, el otro se pone ambicioso con lo que no es suyo  y se hace del poder.

La ausencia, o el debilitamiento, de lo Legítimo, es campo propicio para desatar las fuerzas negativas que empezaron a actuar en los centros del poder y, por intimidación o por seducción, se extienden hacia la sociedad. La Tempestad escrita por Shakespeare tiene el mismo tratamiento.

                                                               Shakespeare

Arrojados por la tempestad hacia una isla de las Bermudas, su tripulación debe seguir viviendo. Próspero es el legítimo  duque de Milán  y Antonio, su hermano, el usurpador de dicho ducado.
Entre otros personajes están  el rey y su hijo Fernando. A éste se  le cree muerto durante el naufragio. También Miranda, hija de Próspero, el duque de Milán, a la que, de igual manera, su padre el Duque  cree que murió durante la tempestad.

Al final, cuando la conjura se descubre y los malos  son perdonados, pues se destierra la idea de la venganza que daría lugar a otras venganzas, Fernando y Miranda, aparecen en escena y, muy enamorados, se unen en matrimonio. Se trata de una comedia alegórica mediante la cual, por estereotipado que parezca el tratamiento de la misma, nos revela “el mundo de Shakespeare con todo el esplendor de las cosas bellas del espíritu, y todas las sordideces de la realidad cotidiana.”
Muy adelantados al siglo del psicoanálisis, los personajes de Shakespeare trascienden porque su autor, “dirige sus miradas hacia su interior y proyecta a perfección su propia experiencia espiritual, con símbolos objetivos”.

Como es frecuente en la sobras de Shakespeare, intervienen personajes metafísicos que cumplen funciones de arreglo de situaciones o desarreglo, según convenga, o de voces de conciencia de alguno de los personajes. Así es en Macbeth, en Hamlet, en Sueño de una Noche de Verano, etc.

Shakespeare se adelantó a los escritores que se servirían de casos reales para componer sus temas. Al estilo de Emilio Zolá o Truman Capote. Se cree que esta obra, para teatro, está inspirada en la travesía de una flota de nueve navíos que, bajo el comando de Sir Thomas Gates y Sir George Summers, se hizo a la vela  con rumbo a América en mayo de 1609. Dos meses  después uno de esos barcos, el Sea- Adventure, fue separado por la tormenta del resto de la flota y fue a dar en las costas de las islas Bermudas, salvándose toda la tripulación. La cual no pudo abandonar la isla hasta nueve meses después.

Shakespeare  representó La Tempestad  en la corte por primera vez en 1 de  noviembre de 1611.





Parte de la biografía de Shakespeare posee, al igual que todos los grandes poetas, un gran poder de síntesis; escribía con todo el idioma y contaba con un léxico matizado y extensísimo. Cuidó la estilización retórica de su verso blanco, con frecuencia algo inserto en la tradición conceptista barroca del Eufuismo, por lo que en la actualidad es bastante difícil de entender y descifrar incluso para los mismos ingleses; rehuyó sin embargo conscientemente las simetrías retóricas, las oposiciones demasiado evidentes de términos.   Su estilo es el asiento sobre el que reposa su fama y prestigio como pulidor e inventor de neologismos comparables a los de otros dramaturgos y poetas de su época de renombrad a trayectoria, como los españoles Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Luis de Góngora








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores