Ganar la carrera imposible





Estoy listo para la “Gran Carrera de los Noventa Centímetros de Cintura”. Esta mañana me he puesto los tenis, los cortos y la camiseta. He cambiado egos por centímetros.

 No había calibrado antes la realidad. La carrera inolvidable es la que tiene como meta alcanzar los noventa de cintura. Esto me vuelve a poner en la idea que  en toda justa deportiva buscamos ganar a los otros que también participan en la carrera.  Como digo: es la carrera de los egos. Lo mismo si se trata de  deportes de competencia  que deportes por la salud. En ocasiones  logro llegar primero a la meta o ya de perdis en los primeros cinco lugares. Pero, ¿saben qué? lo más difícil es vencerme  a mí mismo.

A estas alturas ya no sé si “mí mismo” soy yo o es otro. Lo digo porque en las fiestas de fin de año yo quería seguir con mis hábitos sobrios pero algo fuera de mi control me hacía comer tamales más de la cuenta. En enero veo que la cinta métrica es implacable y no baja. Por más que suspendo mi respiración a la hora de medir en derredor de mi abdomen los noventa y siete no retroceden. Ya he tenido que recorrer otro tanto a mi cinturón. En fin de año abundaron los tamales, las barbacoas, los pozoles y las bebidas dulces de todo tipo. Y una que otra chela. Para que voy a decir que no si sí. ¡Deliciosas! Pero ahora la cinta métrica se ha recorrido hasta los noventa y nueve.

  Empiezo a pensar que todo esto es un plan del sistema para  que no llegue a la jubilación. La primera trampa fueron las malditas y truculentas Afores. Ahora los noventa y nueve centímetros. El panorama se presenta negro y ya veo venir sobre mí todo un rosario de enfermedades producto del sobrepeso. ¿De qué sirve ganarle a los otros si sigo barrigón. ¿Para qué le voy a servir  a mi familia, a mi universidad, a mi sindicato, a mi empresa, y a mi sociedad?

Sigo llegando en los primeros tiempos a la meta de la carrera pero le estoy exigiendo más a mi organismo. El corazón, las piernas y los pulmones hacen más esfuerzo porque ahora ya peso más. Después de Navidad y Año Nuevo siguió la rosca de Reyes. Y todavía me esperan los tamales y los atoles del dos de febrero. El problema no es comer, el problema es no moverse. Es una manera de decir porque la verdad es que necesito saber comer. Y con mis hábitos de comer y no moverme no voy a llegar muy lejos. Ya no digamos a la jubilación pero ni siquiera al próximo quinquenio.

  Más yo sé cuál es la solución contra este Apocalipsis pozolero, panadero, tortillero y tamalero. Caminar. Dejar en ochenta por ciento el uso del automóvil o del trasporte público.
Sí, caminar por las calles, los parques y si es posible por los senderos de la media montaña o por el llano fuera de la población, de población en población.

No necesito más para recomponer el caos del sobrepeso.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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