El tercer hombre, novela de Graham Greene

Joseph Cotten,Holly Martins
Alida Valli,Ana
Orson Welles,Harry Lime
Harry Lime, el malo de la novela, tiene acidez y le pide a su amigo Holly Martins que le consiga unas pastillas norteamericanas, de más calidad que las europeas que se pueden conseguir en la Viena de la  segunda posguerra, que es el contexto en el que se desarrolla esta obra de Graham Greene.

Teólogo y filósofo de elevados vuelos, Graham Greene, escritor inglés conocido “sólo”  como novelista y cuentista, pone el punto del relato en sus obras en  un detalle al parecer intrascendente. Esta especie de leit motiv no lo destaca con cursivas, negritas, entrecomillas ni nada. Sólo lo dice entre tantas palabras y ya.

Harry Lime es un contrabandista que de manera fraudulenta consigue penicilina (recién descubierta) de los hospitales militares de los aliados y la altera para sacarle más ganancia. Con ellos asesina a mucha gente. Y ese es el secreto de la trama. Pide medicina de primera para su acidez pero para otros la altera sin importar las consecuencias.

Esta obra pudo muy bien titularse El hombre que murió dos veces. Cuando  Holly Martins llega a Viena, invitado por su amigo de la juventud, Harry Lime, resulta que éste acaba de morir a consecuencia de haber sido arrollado por un vehículo. Alcanza a asistir a su funeral. Piensa regresar al día siguiente a su tierra, se supone que es Estados Unidos (escribe novelas del medio oeste, con alguaciles y toda la cosa), aunque la película  que después  se hizo es inglesa.

Debido a su práctica de escritor empieza a preguntar detalles de la muerte de su viejo y querido amigo. Poco a poco s e va involucrando en el caso  no obstante que ese asunto es rodeado por un ambiente poco claro y cada vez más  lleno de peligros conforme pregunta.

El jefe de la policía militar, por el lado inglés ( a la sazón Viena estaba dividida en cuatro secciones, o mandos, a resultas de la segunda guerra mundial, que era el inglés, norteamericano ,francés y ruso y  se turnaban cada día  la vigilancia de la ciudad), le aconseja y casi lo urge para que se quite de enmedio y regrese a su país. Considera de buena fe que las circunstancias de la muerte de Harry  Lime ya están suficientemente aclaradas y no hay porque seguir hurgando en ello.

Holly Martins, un tanto cansado de buscar, decide abordar al día siguiente su avión y regresar a su tierra. Solo que en último momento s e entera que el cuerpo de su amigo Harry lo cargaron hacia la banqueta de la calle, donde fue  atropellado, tres hombres, no dos, como constaba en el acta policial.

¿Quién era ese   tercer hombre? Tal vez si lo entrevistaba pudiera conocer más detalles de la muere de su amigo. A la sazón se empieza a hacer esta pregunta: ¿fue accidente o asesinato? Y así es como se vuelve a involucrar en el caso y por lo pronto abandona la idea de regresar a su país.

Buscando  descubre que su amigo Harry en realidad no ha muerto. Para escapar de la policía que le sigue los pasos finge,  en complicidad con otros malvivientes, su muerte. Calloway, el oficial británico, le sigue aconsejando que abandone todo y vuelva a su tierra. Le revela que su amigo Harry no es la persona que Holly recuerda de su  juventud.  Ahora ha asesinado a mucha gente alterando la penicilina. Finalmente Holly el escritor de novelas del oeste se cansa y exclama: ya nada me importa si Harry vive o está muerto: me voy. O quédese y ayúdenos a captura a su amigo, le dice Calloway, el oficial británico. Desde luego que Holly se niega a semejante petición. Jamás haría una cosa así contra su antiguo amigo.

 Y aquí es donde Ana, una mujer que tiene una actuación destacada en la trama, aparece como pieza que le da un giro a los sucesos. Fue amiga sentimental de Harry y   es de profesión actriz de teatro. Holly Matrins llega a interesarse  sentimentalmente en ella. Ana es de nacionalidad checoslovaca y, descubierta por la policía rusa que está de manera fraudulenta en Viena, con un pasaporte falso, quiere llevársela para su lado en plan de arresto y empezar a rastrear la línea de falsificadores de pasaportes. El provenir se presenta fatal para Ana pues supone interrogatorios, prisión…

Holly Martins se da cuenta y negocia con Calloway el oficial británico. Salvar a Ana de no ser entregada a los rusos y el colaborará a la captura  de Harry. El oficial acepta. Por tercera vez Holly Martins abandona la idea de regresar a su país y vuelve a involucrarse.

Así es como empieza la cacería de Harry. En la persecución Harry mata a uno de sus perseguidores  pero otro de estos lo hiere a su vez. En ese momento Holly acaba de convencerse que su viejo amigo en realidad ahora es un hombre malo y, adelantándose a los perseguidores,  logra dar muerte, o ultimar, a Harry.

La acción postrera es en el cementerio donde es sepultado Harry, ahora sí de verdad. Y la despedida de todos es a lo largo de una larga calzada  que da salida del cementerio. Holly Martins espera a Ana, en la esperanza de poder acompañarla pero esta pasa de largo junto a él. Recargado en un automóvil, Holly sólo  enciende un cigarro…

En 1949 en el Reino Unido se filmó El Tercer Hombre, del director Carol Reed, producción de Alexander Korda. Como Holly Matrins Joseph Cotten, Ana es Alida Valli, y Orson Welles es Harry  Lime. La música de Antón Karas. El guión de Graham Greene.

Por su actuación de los artistas, el ritmo, la dirección, la iluminación y por su música, es uno de esos filmes que, después de  sesenta  años, s e puede decir sin rubor el lugar común de todo tiempo pasado fue mejor en  cine. Parece que todo trascurriera en la noche. Aun las escenas de día son oscuras. Las calles solas, completamente vacías de gente en las que sólo los actores aparecen. Una luz muy lejana ilumina una parte de las calles y las sombra son largas. No es un tratamiento de pesimismo sino más bien arroja hacia el ánimo del espectador una revelación estética.
 Entre otras cosas  s e  recuerda El tercer hombre  porque   es una película de la posguerra tratada con  respeto para las nacionalidades ahí involucradas. Se cree que tal vez a esto último se deba que Carol Reed, el director de El Tercer hombre, haya sido tan denostado por algunos críticos de su tiempo, no obstante la gran aceptación que el film tuvo en el público. Y también porque Reed se apoyó en textos de Graham Greene para algunas de   sus películas. No hay que olvidar que Graham Greene abandonó el cristianismo liberal al convertirse al cristianismo  católico romano, dentro de contextos sociales mayoritarios de cristianismos liberales…


“Carol Reed (1906-1976) es un realizador británico. Tras una época de gran prestigio, basado principalmente en el éxito de Larga es la noche (1947) y de El tercer hombre (1949), su reputación se vio desmerecida por las películas de su última etapa, una lista que incluye, no obstante, éxitos internacionales como Trapecio (1956), Nuestro hombre en La Habana (1959), La agonía y el éxtasis (1965) y el musical Oliver (1968), obra de gran mérito en su género. Por otra parte la crítica más reciente, o bien ha ignorado sus admirables logros de los años cuarenta o lo ha encasillado dentro de ese «academicismo» que los ingleses saben hacer muy bien. En última instancia, se suele ver en Carol Reed un tributario de los intereses de Graham Greene, que fue su soporte literario en sus obras más justamente famosas. Ninguna de esas posturas es justa, o por lo menos no lo es en lo que respecta a unas obras que, en revisiones actuales, continúan conservando el vigor expresivo que las hizo famosas. Al mismo tiempo, sus atributos estéticos explican la fama de que gozaron en su día, y no es difícil comprender la admiración de la crítica ante una estética que, como mínimo, podríamos calificar de neoexpresionista. Ganó el Oscar de 1968 a la mejor dirección por Oliver. Había sido nominado en 1949 por El ídolo caído, y en 1950 por El tercer hombre” Wikipedia.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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