Irving Wallace y Las esposas mormonas de UTAH

 Este relato pertenece al género de la novela histórica y trata de la esposa número 27, de uno de los presidentes de la Iglesia Mormona, a mediados del siglo diecinueve. Se llamó Ann Eliza. La celebridad que alcanzó esta mujer y la mención reiterada de la iglesia, relacionada con este caso, se debe, sobre todas las cosas, no a ella en sí y ni siquiera a la iglesia misma, que tiene su importancia propia como cualquier otra institución religiosa la puede tener.

Es el sentimiento que despierta la sola mención del matrimonio múltiple que convierte el terna en un asunto polémico de interés exagerado. Igual acontece con la Iglesia Católica cuando se habla del celibato no cumplido de algunos de sus sacerdotes o del tutile gamuchi (intercambio de esposas) entre los yaquis o los varios grupos religiosos que, con esta última característica, se dan a conocer de vez en cuando en Estados Unidos.

Tanto el cine como la prensa escrita ven estos aspectos como filones seguros de taquilla y en tres horas la mitad del planeta ya está hablando de ellos. Sobre todo si son inducidos por una buena mercadotecnia. Pero advierte que tratándose de la poligamia todo mundo le entra a “desglosar” el tema y sin límite de tiempo. Si se tratara de la poliandria o del tutile gamuchi mencionado, que son los mismos en el fondo. La Plática apenas duraría dos minutos. La poligamia es un tema sabroso para hombres no la poliandria.

El cristianismo en sus orígenes fue perseguido en el Cercano Oriente y después en Europa, durante sus primeros trescientos años, debido a que no era la religión oficial del Imperio Romano. El mormonismo fue perseguido en Estados Unidos no porque fuera una creencia diferente al cristianismo religión predominante  entonces en ese país, si no porque vivió y defendió el postulado del matrimonio polígamo.

José Smith, fundador del mormonismo, había recibido la revelación de que en la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Ultimo Día, debía institucionalizarse el matrimonio múltiple. “Múltiple”, como se ha dicho: varias o muchas mujeres para un solo hombre, nunca al revés. Esta idea se arraigó mucho en la mentalidad mormona. Años más tarde, Brigham H. Robert, historiador mormón, escribió: “ Según el fiscal del distrito de los Estados Unidos en el territorio de Utah), 100,000, de una población de 144,000, practicaban o creían en la poligamia.” Era un modo de decir pues sabemos que el número 144,000 es simbólico.
Ann Eliza

Brigham Young, segundo presidente y guía de la Iglesia Mormona llegó a tener 27 esposas y 56 hijos. Precisamente Ann Eliza había sido la número 27. Por una serie de situaciones tanto familiares como de carácter personal esta mujer abandonó a su ilustre marido y a su iglesia en la que había nacido. Fue una acontecimiento por completo increíble en su tiempo, mediados del siglo diecinueve. Durante más de diez años se dedicó a dar conferencias por todo el país en las que abogaba porque se acabara el matrimonio polígamo y buscaba el fin mismo de la Iglesia Mormona. Contaba cosas horribles de los “santos” mormones. Acabó demandando el divorcio de su distinguido esposo.

Entonces el gobierno de Estados Unidos se vio en vuelto en situaciones de jurisprudencia que ni se esperaba. Todos condenaban el matrimonio polígamo como una cosa absurda y aberrante. Los mormones contraatacaban, refiriéndose a la práctica del adulterio de los no mormones: “Entonces el delito no consiste en tener muchas amantes, si no en casarse con ellas”, decían. Y si el gobierno ponía al margen de la ley el matrimonio polígamo (se entendía de manera tácita pero ahora se veía que era necesario hacerlo de manera explícita) entonces había que prohibir también lo que por hecho y costumbres ya se había aceptado con algunas tribus indias norteamericanas cuyos hombres también tenían varias esposas. Nadie en el gobierno quería entra en esa dinámica, pero tampoco podía quedarse así.

Y cuando un juez federal, furioso antimormón, aprobó el divorcio de Ann Eliza, y condenó al Profeta, su esposo, Brigham Young, a pagar pensión a su esposa número 27, los primeros que protestaron fueron los de Washington pues de esa manera el juez estaba legalizando la poligamia. Una cosa era el “matrimonio celestial” que ante la ley ponía a todas las esposas múltiples mormonas en el nivel de concubinas, y otra cosa era darles categoría de legitimidad y que era lo que en realidad querían los mormones.

Después de votar el Congreso varias leyes que prohibían el matrimonio múltiple, pero a las que nadie en Utah hacía caso, se aprobó otra ley, que ahora si definitivamente parecía ponerle un hasta aquí al matrimonio plural y se llamó “Ley Edmund-Tucker, en marzo de 1887.

De todos modos, como dice Irving Wallace el autor de este trabajo literario, el matrimonio celeste siguió practicándose de una y mil maneras:” En 1959, un alto funcionario de la Iglesia Mormona admitió ante este escritor que había 2,000 polígamos en Salt Lake City. Un fiscal relacionado con la administración de la ciudad dio la cifra de 5,000 polígamos-“

Ann Eliza, la heroína histórica de la novela de Wallace, en su vida se caso tres veces y tres veces se cambió de religión primero fue mormona, luego metodista y después estuvo militando en Ciencia Cristiana. Obtuvo mucho dinero de sus conferencias, de sus acciones en la Bolsa de Valores y de sus divorcios. A los ochenta y seis años de edad vivía completamente sola, en la extrema pobreza casi en la indigencia Y, de haber sido una de las mujeres célebres en su tiempo ninguno de los que después investigaron su vida supo qué pasó con ella al final. Simplemente desapareció. Supongo que vivió sola entre la multitud sus últimos años.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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