Farreras y la Fenomenología del chisme

El chismoso pierde el tiempo lejos de su trabajo, por el cual está percibiendo un salario.

El maestro Farreras daba clases en la Prepa Siete. Murió hace algunos años ( 23 octubre 1930-17 marzo 2008) .Escribió un trabajo que tituló Fenomenología del chisme (Proyectos Institucionales, número 6, Escuela Nacional Preparatoria, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003). En alguna ocasión lo entrevistamos, para Unión (periódico semanal del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México),  en el mes de diciembre y esta nota tiene la intención de recordar a tan distinguido universitario.
José María Castillo Farreras

Entre otras cosas, nos decía aquella vez, entre el barullo de los estudiantes, que con frecuencia se asomaban a su oficina para preguntarle algo, el chismoso pierde el tiempo lejos de  su trabajo, por el cual está percibiendo un salario. Aumenta la tensión en su vida. Por lo mismo le sube la presión arterial. Sin darse cuenta  aumenta el ritmo de sus respiraciones. Se vuelve negativo en su estado de ánimo. Debilita su  sistema inmunitario. E s perezoso en su actividad cerebral porque, lejos de lo que se cree, el chismoso no tiene vida original, nada de cerebral y sí mucho derrame de bilis. Aumentan sus tensiones musculares. Tiene que entrarle a las pastillas para paliar el malestar físico.

Descompone la armonía en su entorno de labores. Siempre está haciendo un autorretrato de su personalidad porque sus opiniones hablan más de él y no de cómo es la gente a la que critica. Con mucha frecuencia se confunden los verbos socializar y chismear. Para cubrirse,  nos decía en esa ocasión el maestro José María  Castillo Farreras, que es su nombre completo, el chismoso cree que todos son chismosos y a él se debe la frase: “El chisme es el deporte nacional”. Desde luego, el maestro nos decía todo esto  citando a Voltaire, o bien se levantaba de su mesa de trabajo, iba a un estante  de su enorme librero-biblioteca y sacaba algo de José Ingenieros o de Séneca o hasta de Jardiel Poncela.

Al retirarse el estudiante, el profesor comentaba: “Eso es lo que necesita México, jóvenes que piensen, que pregunten, que estudien”. Lee en la página 26 de su trabajo citado: “Una especie de chisme menos ortodoxa, pero probablemente más martirizante y dolorosa para el ofendido es la ya anticipada en la comidilla: la verdad-chisme o, mejor, la verdad que es convertida en chisme. Es, en efecto, una verdad que circula en el vehículo del chismorreo, de la hablilla, la que, como chisme, es negada por los propios difusores  pero con ella el propósito se  logra, a saber, el deshonor del otro, el perjuicio del ausente. Quizá  sea la más perturbadora de las formas del chisme y puede ser que éticamente la más censurable pues destruye la solidaridad social y, con ello, la posibilidad de la convivencia sana, ya que se puede convivir con quienes “te dicen tus verdades”, pero no con quienes trasforman tus verdades en el alboroto y la murmuración general.

¿Cómo podemos distinguir el chismear del socializar? Le preguntamos. Leyó en la página 61: “El chisme es una forma de la comunicación social entre los hombres. Por lo tanto es una expresión humana. El o los chismosos se comunican con los demás al informarles del chisme y la reacción de estos, admitiendo o rechazando la versión, establece la interacción mínima para la existencia de la comunicación y la convivencia, aunque fuera negativa”. Por eso, como les digo, es necesario estar pendientes de cuando se trate de socializar o de chismorrear.


 "José María Castillo Farreras realizó estudios de licenciatura en la Facultad de Derecho y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente cursó estudios de posgrado de derecho y filosofía en la Universidad Central del Ecuador (1960), en el Goethe Institute en Iserlohn y en las universidades de Bonn y de Hamburgo en Alemania (1965)" Wikipedia

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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