Las cuerdas para escalar

Tomado del libro Técnica Alpina (autores: Manuel Sánchez y Armando Altamira G.). Publicado por la Dirección General de Actividades Deportivas y Recreativas de la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la dirección del Ing. Alejandro Cadaval Torres, 1978

La mejor cuerda para escalar  hasta ahora es la de perlón. Se consigue con facilidad. Las hay de fabricación nacional y del extranjero. Tiene la suficiente  resistencia para la tracción ( y también para el tirón, en caso de caída).

No pierde la flexibilidad ni con la humedad ni con la baja temperatura, condiciones para cuando se escala en la alta montaña con nieve.

Deben preferirse las cuerdas trenzadas pues cualquier deterioro  queda al descubierto. Aunque en la actualidad su fabricación es de tan alta calidad que una capa-forro  cubre el trenzado y lo protege.

El diámetro indicado para escalar es de 9 mm, para rapeles de 11 mm y para auxiliar (enviar material al primero de la cuerda en escalada artificial o asegurar al que está descendiendo por cuerda) de 6mm.

Modos de enrrollar la cuerda y llevarla en la espalda de manera provisional.
Las de 6mm tambien son apropiadas para asegurarse los miembros de una cordada por la nieve en pendientes que no requieren maniobras complicadas de escalada.

Las de ixtle (henequén) tan usadas en el alpinismo mexicano en la mitad del siglo pasado han caído en desuso. Lo mismo las de algodón. Ambas tienen el inconveniente que en situación de nieve se mojan y con las bajas temperaturas adquieren una inmanejable rigidez.

Las recomendaciones de siempre, pero que nunca sobran, es que en casa se les cuide con tal esmero como que de las cuerdas depende la vida cuando se escala. Lejos de substancias corrosivas o la humedad de los sótanos, el humo-cochambre de la cocina etc. Dentro de una bolsa de plástico, con pequeñas perforaciones, está bien. En el país se  dieron varios accidentes mortales por llevar las cuerdas hacia la montaña en la cajuela del automóvil. Puede haber substancias del carburador, aceites que las estropean u objetos cortantes, etc.

Nosotros simplemente las metemos en la mochila, al llegar a casa las exponemos al sol para que no guarden humedad. Otros prefieren enrollarlas. Una manera de hacerlo es formar anillos entre las manos y el codo (o entre el pie y la rodilla), hacerle un nudo al final  y meterla a la mochila. 

1 comentario:

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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