Paul Auster y El cuaderno rojo

Es un libro de casualidades dentro de la causalidad. Un individuo con disciplina  al levantarse de la cama por la mañana traza su plan de actividades de ese día. Voy al trabajo, o a la escuela, al salir compraré provisiones en la tienda de autoservicio, a las cuatro estaré comiendo, a la siete tomaré una taza de café  con mis amigos y por la noche veré tal programa de televisión ya acostado en mi cama.

Lo que no se considera es lo imprevisto, por desconocido. Y lo imprevisto es lo que se va a hacer presente al punto de modificar el programa de se día o, incluso, poner un punto final en nuestra vida. En México, tierra donde habita la magia a pesar de la conquista del racionalismo occidental del siglo dieciséis, se tiene un dicho para ilustrar la existencia del factor casualidad: “El hombre propone y Dios dispone” dirían los occidentales para ilustrar desde la filosofía de Platón que Dios es el centro de la vida humana y a él corresponden los acontecimientos. Pero la rebelde lógica de la magia indígena lo explica de otra manera: “El hombre propone, Dios dispone, llega la mujer y todo lo descompone”. No es cuestión de misoginísmos humanos, sino de magia. En México la mujer sigue siendo Coatlicue, suprema diosa de la vida y de la muerte. Aun más allá de  sólo la muerte, que es Mictlancihuatl.

Pero Paul Auster no quiere complicar la vida del lector  de El cuaderno rojo, una serie de relatos verdaderos, y  se refiere al poder del azar que se mete de manera fortuita, no convocada, en el programa de actividades de ese día. Es como una meta lógica que nos educa más allá de nuestra lógica. A través de hacernos recordar lo que pudo haber sido y no fue. O bien para dejar constancia que sí fue.

Alguien fue golpeado por un automóvil a toda velocidad, pero sin consecuencia alguna, al pasar tan cerca que la lámina del vehículo rozó el pantalón de su pierna. Con el tiempo todas las actividades de se día se esfumaron de la memoria, pero el incidente que pudo ser accidente mortal quedó grabado para siempre. ¿Por qué no fue lo que era inminente que sucediera?  ¿O por que cayó el avión  encima de Fulano cuando nadie se imaginaba que eso pudiera suceder? 

"Mañana saldrá el sol pero quién sabe qué cosas traerá la marea", dice alguien en la película norteamericana Naufrago.

Paul Auster recuerda que, en el colmo de la pobreza, él y su compañera tenían tanta hambre ese día que hicieron un guisado a base de cebollas, que era de lo único que disponían. Era un guisado horrible y, además, en tanto que alcanzaba su punto de cocimiento, fueron a dar la vuelta y al regreso todo el contenido del  sartén se había quemado. Ese mismo día llegó del extranjero el patrón que los empleaba, les invitó a cenar y devoraron platillos esplendidos. Pero de estos platillos han acabado por olvidarse los detalles. Lo que quedó grabado para siempre fue el horrible guisado de cebollas y todo su contexto de pobreza.

Puede ser que el pintor con experiencia de treinta años en el oficio un día se le resbale la escalera y caiga dando con el pintor en el suelo. O que se dé una interrupción de energía  eléctrica en esa calle, donde vive el escritor, y por no “guardar” en la computadora al terminar cada  párrafo, de pronto, de un segundo para otro, se le borren para siempre las veinte cuartillas que llevaba escritas.

A todo esto Paul Auster llama el poder del azar. El cuaderno rojo está compuesto por una serie de acontecimientos que se meten en el programa de actividades de ese día sin haber siquiera sospechado de su existencia, o de su posibilidad. Es una especie de antes de la experiencia. Porque cuando sucedió sí se estará pensando en su posibilidad, en su  a priori. El libro nos hace pensar que la casualidad, el azar, siempre ha estado, como una extraña presencia didáctica, marcando la vida de los humanos.

Para poner orden en el aparente  caos aparecieron los racionalistas, con Protágoras, y sus sistemas de la causalidad. Pero ya Kant hizo una crítica de la razón pura. Y eso es lo que en nuestros días nos dice  Paul Auster, al escribir sobre la omnipresente casualidad.


Eurípides es el tatarabuelo de los "caoticos". Hace veinticinco siglos escribió, al final de su tragedia  Medea: " Zeus, desde el Olimpo,gobierna al mundo,y muchas veces hacen los dioses lo que no se espera, y lo que se aguarda no sucede, y el cielo da a los negocios humanos fin no pensado".

Muchas veces sucede lo que no se espera (hecer click en video)

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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