La sabiduría de la vida
A.Schopenhauer
El origen de
la tragedia en Nietzsche es cuando la cultura, cimentada en los clásicos, de la
antigüedad griega, deriva a lo que él
llama “cultura abrevada en los periódicos”. Al estilo de los ciudadanos
pacíficos que, en situación de emergencia por el peligro que corre la nación,
se les da un entrenamiento de tres meses de defensa personal y se les envía al
frente a luchar contra karatecas cinta negra.
Hay que
apresurarse a reconocer el aporte que el periodismo hace a la civilización del
los pueblos dada su labor informativa “a bote pronto”, pero no improvisada, de
lo que sucede y en lo que se refiere a los aspectos de redacción ágil y
sintética y más en la ortografía que difícilmente se deja atrapar por completo.
Inmensurable labor civilizadora y, con todo, el porcentaje de los que leen
periódicos con respecto a la población mundial es bajísimo.
Pero
Nietzsche s e refiere a los que poseen suficientes reservas culturales y son
capaces de atisbar que la información en no pocas situaciones es
desinformación. La tragedia, de la tragedia cultural, es que de cinco que leen
periódicos los otros noventa y cinco van a opinar lo que de oídas escucharon a
los cinco…
No siempre
esta desinformación tiene el fundamento de la mentira. Con frecuencia hay
informaciones reales, cuidadosamente documentadas, pero que cumplen la función de distraer la atención
del gran público respecto de otras cuestiones.
Así, entre
desdibujaciones se va forjando el origen de la tragedia que, dijimos apunta Nietzsche,
es la degradación paulatina pero imparable, de la gran cultura. Y entre tan
abrumadora cantidad de juicios subjetivos, a la medida del interés perseguido,
qué sucede con el tiene conciencia
documentada de lo que está sucediendo. Schopenhauer dice que el
panorama cultural es tan abrumador que
no queda más que tener paciencia.
Y es cuando
ofrece su metáfora del hombre-reloj: “Verdad es que en el ínterin hay que tener
paciencia. Porque un hombre de juicio justo
entre personas que están en el error, se parece a aquel cuyo reloj
marcha bien en una ciudad donde todos los relojes andan desarreglados. Él sabe
la hora exacta pero, ¿qué le importa? Todo el mundo se guía por los relojes públicos,
que marcan una hora falsa, aun los que saben que sólo el reloj del primero da
la hora verdadera.”
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