LA CORTESIA EN SCHOPENHAUER

 Es el tema de la representación

 Ser cortés es propio de la gente civilizada. Pero ser “muy” cortés es señal de alguien que nos quiere sorprender. Envolver, como hace la araña cuando el insecto cae en su telaraña.

 La cortesía en Schopenhauer es un tema que  nos recuerda las máscaras que se usan en el teatro desde la época de los griegos de la antigüedad. Es un disfraz. Tienen la intención de aparentar un rostro, porque así conviene al papel que se está representando, pero el que la lleva puede ser en la realidad de distinta manera. Sobre la escena hasta hay mujeres que representan el papel de un hombre y viceversa. O un neurótico puede estar representando el papel de un santo. O una mujer noble, de suyo, haciendo el papel de la terrible Medea.

 Somerset Maugham escribió su gran novela La otra comedia desarrollando el tema de le representación o actuación. Una excelente actriz que va por la vida actuando según las circunstancias lo requiera, no como ella es.

 Es necesario recordar lo que Schopenhauer entiende como cosa innata o “personalidad base”, desde la que se representa el papel que conviene representar y después, como el actor al final de la obra, se quita la máscara y vuelve a ser como siempre fue y será hasta el último día de su vida:”El carácter no cambia jamás”, dice este filosofo saltándose los criterios pedagógicos. Como cuando regresamos de la oficina, al final de la jornada de trabajo, nos quitamos la corbata y el traje y nos ponemos una ropa cómoda casera.

 Para los escépticos recomienda que pregunten a la madre de ochenta años si su hijo, de sesenta, es “básicamente” diferente a cómo era cuando niño. No sabía matemáticas pero reacciona igual ante una situación ahora que como lo hacía antes.

 La cortesía, entonces, tiene la misión de hacer posible la convivencia entre humanos. Lo que hace la educación universitaria es dotarnos de una máscara más en la perspectiva de la buena convivencia. Por intereses pecuniarios la vida en sociedad tiene que seguir y hay que buscar la mejor manera. En el mundo civilizado no se puede ir chocando de “entrada” como hacen las caricaturas de Conan y Hulk cuando se encuentran y al siguiente minuto ya están liándose a golpes.

 Para evitar lo anterior los sindicatos ( y los juzgados de lo civil) han puesto en sus contratos colectivos de trabajo la figura que se llama “primera instancia”. Tiene la misión de suavizar el trato entre personas e instituciones antes que la cosa llegue a mayores, trátese de huelgas, balazos o divorcios. Para que funcione el espíritu de conciliación, reconciliación, de la primera instancia, los inteligentes llegan con la máscara de la sonrisa y los buenos modales, no con el rictus neurótico y la espada desenvainada.

 Schopenhauer insiste que la cortesía es señal de buenos modales, principios civiles o morales, en la perspectiva de la convivencia y el progreso de la sociedad.

 Pero, previene de una sobreactuación en la cortesía que puede llevar la intención propia de rufianes. Es cuando la cortesía se vuelve una perversa herramienta de timadores. Los proxenetas empiezan por cortejar a su futura víctima “La anda cortejando”, se dice, es decir la está rodeando de cortesía.
A.Schopenhauer

 Ante la agresión nos ponemos en guardia. Ante la cortesía bajamos la guardia: “Así como la cera, dura y resistente por naturaleza, se hace tan maleable mediante un poco de calor, que toma las formas que quieran dársele, así se puede, con un poco de cortesía y de amabilidad, hacer dóciles y complacientes hasta hombres hostiles y rudos.” Los agentes de ventas que tocan a nuestras puertas, o los que nos quieren cambiar a nuestro Dios por el suyo, o nuestra filosofía por la suya, no llegan con amenazas y sí con una marcada cortesía.

Los timadores,a semejanza de "las grandes ofertas" que semanalmente hace el mercado,nos despierta la ambición de la ganancia fácil con la promesa de jugosas ganancias "sin poner casi nada de nuestra parte".

Los políticos en campaña siempre  están prometiendo el mejor de los mundos que nadie pudo imaginar siquiera.En campaña, para obtener  nuestro voto a favor de ellos, están por todos lados, con la sonrisa en la boca. Después, a algunos, no se les ve por ningún lado y la Interpol los busca con tarjeta roja...

 La opinión de Schopenhauer (La sabiduría de la vida, versículo 36) es que nuestro orgullo hace que alberguemos una opinión muy exagerada de nuestro valor y dignidad. Eso nos hace vulnerables frente a los que saben usar la cortesía como un arma de manipulación y aniquilación. En la diplomacia y en la política de carrera, donde se juega al gato y al ratón de las grandes ligas, la cortesía está a flor de labio como parte de una “herramienta de trabajo”.

 Lo mismo sucede en los puestos ejecutivos de todas las categorías imaginables, así se trate de funcionarios de la Iglesia que secretarios generales de la más revolucionaria laicidad.

 Schopenhauer termina así su versículo 36; “Más nos valdría recordar siempre que la cortesía no es más que un disfraz burlón.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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