BERGSON, LA SOLUCIÓN VITAL EN LA EVOLUCIÓN


LAS DOS FUENTES DE LA MORAL Y DE LA RELIGIÓN-H.BERGSON

Chesterton rechaza tajantemente la evolución que dice Darwin. En su obra El hombre eterno todo está terminado desde el principio. Lo demás son huesos esparcidos e inconexos utilizados “para justificar cierta ideología”. Con ellos no se puede  encontrar el eslabón perdido porque sencillamente este eslabón jamás  se ha perdido. Todo está completo.

Bergson, por el contrario, no niega la evolución. Se sirve de estos huesos desperdigados, para señalar que hay un ímpetu vital que da coherencia a esos “ensayos fallidos” de la evolución darwiniana.

Ensayos que parece se dejan volando sin lograr una síntesis. Lo más cercano es eso que siempre hemos oído que los neandertales desaparecieron. Y antes que ellos otros también desaparecieron. Y cualquier trabajo de antropología nos muestra una serie de cráneos que, luego de ser, también desaparecieron. Lo que dice Bergson es:

“Nadie dice que la aparición de la especie humana no haya sido debida a varios saltos en la misma dirección, realizados aquí y allá en una especie anterior  y que dieran por resultado modelos de humanidad bastante diferentes; cada uno de tales modelos  correspondería a una tentativa afortunada, en el sentido de que las variaciones múltiples que los caracterizan estén perfectamente coordinadas entre sí, pero quizá no todos tengan el misma valor, no habiendo alcanzado los saltos  en todos los casos la misma distancia. No por eso dejaron de tener  la misma dirección. Se podría decir, evitando atribuir a la palabra un sentido antropomórfico, que correspondían a una misma intención de la vida.”

Visto el asunto mecánicamente, son como aporías que no llegaron a ningún lado. ¿Por qué, para qué? Si lo supiéramos no serían aporías. Como piezas desconectadas una de otra. Y ahí es donde, reafirmada  la evolución darwiniana, aparece el ímpetu vital de Bergson. Como algo que va dando coherencia a las aparentes  aporías.

La naturaleza construiría algo así como un adelanto de Frankestein: “Considerada  así, la evolución aparece  como realizándose por saltos bruscos, y la variación, constitutiva de la especie nueva, como hecha de diferencias múltiples, complementarias entre sí, que surgieran globalmente  en el organismo salido del germen.”

Los que tienen cultura alpina lo entenderán mejor al recordar la primera escalada del Monte Cervino, o Matterhorn,  ente Suiza e Italia, en el siglo diecinueve. Un hombre, llamado Edward Whymper, acompañado con los mejores guías de la región, hizo varios intentos de conquistarlo. Una y otra vez eran rechazados. Estos intentos, considerados  de manera aislada,  eran trabajos que no llegaban a ningún lado. Empero, había una voluntad que iba cohesionando cada uno de estos intentos hasta que finalmente se logró la primera escalada a esa cumbre, en 1865.

 Esa voluntad, tratándose de la evolución darwiniana, es lo que Bergson llama ímpetu vital.

Para dar idea del impulso vital Bergson  se sirve de la metáfora de una mano (imantada) que atraviesa muchas partículas de hierro. Partículas inconexas entre sí que van a formar una unidad merced a una fuerza, una energía: “un movimiento súbito de la mano hundida en la limadura, que provoca un reagrupamiento de todas las pizcas de hierro.”
HOMINIDOS

Partículas y energía exteriores son como aquel  memorable diálogo entre el atomismo de Demócrito y las Ideas de Platón. Sólo existe  la función para satisfacer la necesidad o, la respuesta, las máquinas no hacen juicios subjetivos.

En otras palabras, Bergson no niega el mecanicismo, pero no se queda en el mecanicismo. Considera y acepta  la razón práctica y sobrepone a ésta la razón vital. El impulso vital de la vida. El impulso que nos recuerda la Voluntad de ser de Schopenhauer.
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En el invierno de 2012 vivaqué, con  Yuma y Toci, mis compañeros de cordada, en la repisa superior de la pared norte Rosendo de la Peña, en las montañas de las Monjas, arriba de Chico, Hidalgo, México.

 Recordábamos que hacía 55 años (2 de junio de 1957)  trazamos, Eulalio Rivera, excelente escalador de Pachuca, Hidalgo, y yo,la primera directísima a la norte de esta pared.Muriendo Eulalio al precipitarse exactamente de  la repisa en la que dormíamos esta noche (documentado en el libro Alpinismo Mexicano,Editorial ECLALSA, México, 1972,Pág. 108).

Luego de la cena, metidos en nuestros sacos de dormir, cuando veíamos ensimismados hacia la sima negra que da hacia el norte, desde donde brotaban en la noche los hacinamientos de pequeñas luces amarillas de los pueblos por el lado  de Amajac,  Yuma, mi compañero de cuerda, dijo de pronto, al respecto de este tema:
-¿Y si nosotros no fuéramos ese punto final que  dicen tanto los antropocentristas como los creacionistas?
-Para Chesterton y para Leibniz todo está completo y en armonía-comentó Toci.
-¿Pero si sólo fuéramos un hilo suelto más sobre los que está actuando ese ímpetu vital?- insistió Yuma.
-Lo ignoro-dije.
Un rato después, cuando creí que ya se había olvidado del asunto, le oí decir de nuevo:
-Como estamos hablando desde la cultura occidental habría que confiar en que ya no habrá más “experimentos.”
-¿Quién puede asegurar eso?
Toci le puso punto final al asunto con las siguientes palabras:
-No nos queda más que reinterpretar las últimas palabras de Jesús en la cruz: “Todo está terminado.”

H.BERGSON

Henri-Louis Bergson o Henri Bergson (París, 18 de octubre de 1859Auteuil, 4 de enero de 1941) fue un filósofo francés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927. Hijo de un músico judío y de una mujer irlandesa, se educó en el Liceo Condorcet y la École Normale Supérieure, donde estudió filosofía. Después de una carrera docente como maestro en varias escuelas secundarias, Bergson fue designado para la École Normale Supérieure en 1898 y, desde 1900 hasta 1921, ostentó la cátedra de filosofía en el Collège de France. En 1914 fue elegido para la Academia Francesa; de 1921 a 1926 fue presidente de la Comisión de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. régimen de Vichy El bagaje británico de Bergson explica la profunda influencia que Spencer, Mill y Darwin ejercieron en él durante su juventud, pero su propia filosofía es en gran medida una reacción en contra de sus sistemas racionalistas.1 También recibió una notable influencia de Ralph Waldo Emerson.”








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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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