J.G. FICHTE, EL DETERMINISMO Y LA INTUICIÓN


El esquiador, que se precipita por la pendiente, sabe que la gravedad lo lleva al fondo del abismo. Vuela hacia abajo razonando lo más lúcido posible.

 Sobre el razonamiento intuye que el final no necesariamente podría ser fatal. Siempre hay la posibilidad de lo aleatorio. Muchas generaciones de esquiadores se han deslizado por las montañas y la mayoría con éxito. ¿Lo aleatorio es una cosa común?

¿Lo aleatorio camina junto a la causalidad? ¡La aleatoriedad y la fenomenología son  antagónicos o se complementan?  

Sobre todos los esquiadores hay algo que permanece en común. Podría ser la genética o podría ser el cielo que se manifiesta por medio de ésta. Hay tela de la que todos podemos  cortar.

J. G. Fichte, H. Bergson y Alexis Carrel  son al menos tres pensadores que han señalado esta energía que lo dirige todo a través de las generaciones y lo cambios.
 
fenomenología y aleatoriedad
La intuición en este descenso es algo que permanece inalterable, por sobre todas  las anfractuosidades del terreno que sube ocasionalmente para otra vez irse hacia el fondo y obliga a  zigzaguear salvando caídas, árboles y grietas del glaciar: “La conciencia de los objetos está, por decirlo así, unida a mi autoconciencia, por dos puntos: en parte por la intuición y en parte por el principio de razón” dice Fichte.

Lo anterior es parte de un diálogo de alguien que  se firma “Yo”, y sostiene con otro al que llaman “El Espíritu”, de la obra El destino del hombre, de Fichte.

Aquí lo que está en el tapete es de dónde viene esa energía que no se interrumpe con todos los altibajos de la fenomenología.

“El Espíritu: Y qué es ahora este objeto pensado, éste objeto deducido o inferido según el principio de razón?

“Yo: Una fuerza fuera de mí…Estoy firmemente persuadido que no lo percibo inmediatamente, sino mediatamente por sus manifestaciones. Sin embargo le atribuyo una existencia fuera de mí. Yo soy afectado, pienso, luego debe haber algo que me afecta.

Recuérdese que Bergson es creyente de la evolución darwiniana pero deja asentado que, por sobre todos los “intentos” de la naturaleza, respecto de la evolución de los homínidos hacia el hombre, hay algo que permanece.

Spinoza también trata de integrar razón con sinrazón: “El individuo sometido a los efectos  no actúa por su propio poder, sino gracias a un poder extraño o al destino (fortuna).” Ética.

Hay un determinismo, como la gravedad con la que se enfrenta el esquiador. Pero ese esquiador está provisto de la intuición que le señala las opciones.

En La incógnita del hombre, Alexis Carrel no quiere recurrir al deus ex machina y permanece rigurosamente pegado al suelo, cuando da su parecer de dónde viene ese determinismo, y para qué estamos equipados, con ese recurso o facultad que los filósofos llaman intuición:

“Como sabemos, nuestra individualidad  nace cuando el espermatozoo penetra en el huevo. Pero antes de ese momento, los elementos de ser existen ya,  esparcidos en los tejidos de nuestros padres, de los padres de nuestros padres y de nuestros más remotos antepasados. Estamos hechos de las substancias celulares de nuestro padre y de nuestra madre. Dependemos del pasado de manera orgánica  e indisoluble. Llevamos dentro incontables  fragmentos de los cuerpos de nuestros ascendientes. Nuestras cualidades y defectos proceden de los suyos. En los hombres, como en los caballos de carrera, la fuerza y el valor son cualidades hereditarias. La historia no puede ser anulada. Por el contrario, debemos hacer uso del pasado para prever el futuro y preparar nuestro destino.”

 En ese “preparar nuestro destino” es el lugar donde la intuición se hace presente y actúa.

Finalmente “Yo” se refiere a esa fuerza (sea de la Tierra o sea de las estrellas): “ella permanece la misma a través de todos los cambios, y es la que admite y sustenta las cualidades.”
 
Fichte
“Johann Gottlieb Fichte (Rammenau, 19 de mayo de 1762Berlín, 27 de enero de 1814) fue un filósofo alemán de gran importancia en la historia del pensamiento occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres del llamado idealismo alemán.”







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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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