POLEMÓN INSISTE EN LA IDEA OPERANTE


La idea operante es la manera que los filósofos llaman a lo que en las calles conocemos con el dicho de”dime qué haces y te diré quién eres”. No qué dices sino qué haces.

En una película del cine norteamericano Jack Nicholson es un terapeuta y  le pregunta al muchacho, que acaba de llegar al grupo de terapia, “Cuéntanos quién eres”. El otro dice cómo se llama. No queremos saber cómo te llamas sino quién eres. Soy subgerente de la compañía tal. No queremos saber  en qué trabajas sino quién eres. Soy un tipo agradable y juego futbol. No queremos saber qué deporte practicas sino quién eres. Sigue una serie de preguntas hasta que el otro descubre que no sabe cómo es.

Palemón fue un filósofo de la antigüedad, de los llamados sofistas. Nació en la ciudad griega de Olete  y se le veneraba mucho en la ciudad de Esmirna, donde abrió una escuela de filósofos.

A Polemón le pasó algo semejante a lo que sucedió con San Francisco de Asís. De vida disipada, tuvo que experimentar un cambio radical en su manera de vivir. Sólo que en el campo de la filosofía, no de la religión. De tal manera que, como  San Agustín, no teorizaba de la vida, sabía de lo que estaba hablando.

Entre otras cosas se le quería porque llevó  concordia  entre los habitantes de esta ciudad que hasta entonces habían vivido una enorme división y antagonismos sin fin entre sus habitantes. Eran mentirosos y acabaron pelándose entre sí. Según noticias se comportaban como los jóvenes de algunas zonas precaristas que existen en muchas ciudades del planeta, del siglo veintiuno, como México, Brasil, China, Estados Unidos, Guatemala…

Los precaristas de un barrio entran en pleito grupal con los precaristas del otro barrio. No hay interés pecuniario ni alguna clase de idea sobre la libertad. Sólo darse de palos y pedradas. Más parece una necesidad de reconocimiento grupal, una carencia existencial que busca hacerse notar. Mas una precariedad de cultura que de dinero.

Una de las maneras de unidad que Polemón echó a andar está contenida en su pensamiento que ningún monumento, levantado por los griegos, sería permanente si conmemora victorias contra los mismos griegos. Algo para meditar…

Pero sobre todo se recuerda a Polemón por señalar nuestra conducta incoherente  como una señal patológica mental. Lo dice a su modo: “No me es menos odioso que las puertas del infierno aquel que dice una cosa con su boca y oculta otra en su corazón.”

En todos los siglos que estaban por llegar, después de Polemón, pensadores de todas partes se harían eco de las palabras de este filósofo de la antigüedad, en lo que respecta a la idea operante.

La religión dice “No mentirás” y  la expresión, tan  llena de vigor,  es, no obstante, tan breve, que la brincamos veinte veces al día. Jesús expresa de manera directa la idea operante con sus palabras:"Por sus obras los conocerás." Pero también parece una manera muy sintética  y seguimos con nuestro doble discurso.Entonces hay que ir con los filósofos que son más explicativos. Y no nos dejan salida por dónde escapar.

H. Bergson es reiterativo en este sentido. En su obra Las dos fuentes de la moral y de la religión, dice: “para saber lo que ocurre en el espíritu de un primitivo y aun de un civilizado, hay que considerar lo que hace, por lo menos tanto como lo que dice…para saber lo que la inteligencia piensa implícitamente, basta mirar lo que hace…si se quiere saber el fondo lo que un hombre piensa, hay que tener en cuenta lo que hace y no lo que dice.”

Es Alexis Carrel el  que considera el asunto de la idea operante, o como ahora se le dice, ”doble discurso” o “doble moral”, desde el punto de vista médico. En su libro La incógnita del hombre apunta que: “La histeria engendra la doble personalidad. El enfermo siente que se transforma en dos individuos diferentes. Cada una de estas personas artificiales  ignora los pensamientos y los actos de la otra…Además de aquellos que se desdoblan  así en dos personas, existen otros grupos cuyas personalidades están disociadas de modo incompleto. En estas categorías se hayan muchos tipos de neuróticos, aquellos que practican la escritura automática, ciertos médiums, y también los seres raros, débiles y vacilantes, que tan numerosos son  en le sociedad moderna…

El “doble discurso” es, pues, una patología, no es una graciosa muestra de habilidad mental. Pero, como en el caso  de los que conducen ebrios y provocan accidentes, es una patología que tiene su responsabilidad, que no puede alegar inocencia ante el juez.

Epicteto (50-130 d. C.) también insiste en  observar la idea operante, no sólo la que se practica en lo individual sino, sobre todo, en lo general. Cuando el asunto del “doble discurso” agarra dimensiones sociales hay el riesgo que se convierta en una nación de vida turbulenta, no de progreso. Al estilo de los muchachos peleoneros  de los barrios bajos.

Igual si se trata de guías sociales formados en toda regla, de manera institucional, como serían sacerdotes, políticos, terapeutas y sindicalistas. Como los que se hacen de manera empírica. A todos ellos Epicteto habla así: “No te des jamás el título de filosofo ni pierdas el tiempo en predicar hermosas máximas. Lo único que debes hacer ante ellos es practicar simplemente lo que estas máximas aconsejan.”

No pide Epicteto grandes demostraciones, bajo los reflectores, o en la primera página de los diarios, o en el noticiero de la noche, hora de mayor audiencia, de honradez política o de santidad. Sólo un detalle simple, discreto, anodino, para empezar a formar el habito de decir lo real, no lo inventado: “en un festín no te metas a predicar cómo debe comerse, sino practícalo.”

Como sea, en todo momento, la implacable  idea operante, de los filósofos,  estará midiendo lo que hacemos, no lo que decimos.

 
La implacable idea operante
Polemón, hijo de Filóstrato, fue ateniense y natural del pueblo llamado Oiete. Siendo joven, era tan incontinente y derramado, que iba siempre prevenido de dinero para hallarse pronto a la consecución de sus deseos, y aun lo escondía en agujeros. Hasta en la Academia se hallaron junto a una columna algunos trióbolos (276) escondidos por él para semejante referido uso. Entró una vez, junto con otros jóvenes, coronado y embriagado en la escuela de Jenócrates, y éste siguió y concluyó el discurso empezado sin alterarse en nada. Hablaba Jenócrates de la templanza, y oyéndolo el mozo Polemón, volvió poco a poco sobre sí, de manera que luego después superó a los demás en el estudio y aplicación, y finalmente le sucedió en la escuela, empezando en la Olimpíada CXVI.”


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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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