H.BERGSON, LA ÚLTIMA FIESTA DEL FIN DEL MUNDO



“A divertirnos y a beber que el mundo se va a acabar”

Es la versión (publicable) de un dicho muy  picaresco de los mexicanos. Recuerda el pensamiento de Bergson, en la parte de su obra Las dos fuentes de la moral y de la religión, en la que se refiere al subyacente temor de los humanos de que todo en realidad acabe definitivamente al morir. Como no tenemos seguridad, bebamos y comamos, que el mundo terminará…

Si tuviéramos plena seguridad que hay inmortalidad los placeres igualmente estarían ahí, pero sin la intensidad que se atribuye al epicureísmo popular.

Desde la caverna, hasta nuestros días, ha habido sociedades sin ciencia, arte o filosofía, pero la religión de alguna manera siempre ha estado presente “nunca ha habido una sociedad sin religión “escribe Bergson.

La religión tribal era una reacción defensiva, contra la posición disolvente de la inteligencia, que suele perderse en el solipsismo. No era el supersticioso temor hacia los dioses, como fácilmente se cree. Era una reacción contra el temor que inspiraba el mismo humano.

El enemigo no era el teocentrismo, al que siempre se le ha buscado con esperanza. Era la zozobra que inspiraba el antropocentrismo. En este mismo momento,  del siglo veintiuno, hay fuerzas desatadas, en algunas partes de todos los continentes, lanzando bombas molotov y gases lacrimógenos en todas direcciones. Es un antropocentrismo al que le falta estabilidad.

Igual que en la teoría de los fractales, donde todo se replica, así entre los humanos. De una escala social la encontramos en muchos hombres en lo individual. En su juventud su conducta tuvo más bien tintes más o menos hedonistas y posteriormente, aunque no todos, se retrajeron hacia  conductas más acordes con la sociedad. Bastaría ejemplificar recordando las vidas de Polemón, filosofo griego (314 aC-276 a. C) y San Agustín (354-430).

Está ya muy estudiado que el fin de los grandes imperios de la antigüedad no se debió a causas exteriores sino primordialmente al egoísmo disolvente de los hombres del interior. El mismo Polemón decía que no puede haber estabilidad en una parte donde griegos erigen estatuas, conmemorando victorias, contra los mismos griegos. La desintegración no tardará en aparecer. Contra esto tenía su razón de ser la intención cohesionadora de la religión.

Lo que ya está documentado, sobre lo profundo de los siglos,  es la aparición de la escuela filosófica llamada cirenaica, fundada por Aristipo de Cirene, quinientos años  antes de Cristo. Tenía su soporte filosófico pero en general sostenía que vivir la vida consistía en una conducta hedonista y buscaba agotar la vida en el placer y la sensación.

Los etruscos, pueblo  de la antigüedad romana, eran hedonistas a la par que grandes guerreros. Ellos sí creían en una vida después de esta pero, producto de su constante actividad guerrera, se aferraban  a situaciones concretas y desarrollaron una sociedad muy marcada por la sensualidad.  Buscaban aferrarse a algo frente a la incertidumbre de la nada.

La  contraparte a esa acción desintegradora de los cirenaicos  fue  la escuela conocida como cínica, fundada por el griego Antistene. Lejos de la connotación que ahora le damos a la palabra cínico. Se les llamaba así porque el lugar en el que enseñaban los cínicos se llamaba Cinosarges, cuya traducción es algo así como perro veloz. Así también era conocida esta escuela, como la “sociedad del perro veloz”.

Los cínicos buscaban  el bien. Despreciaban las riquezas al asegurar que “El hombre con menos necesidades es el más libre y feliz”. Sobre todo por las  injusticias que subyacen en la adquisición de muchas de  esas riquezas. Un mundo que cada tercer día sufre mega fraudes, desde el poder, es un mundo enfermo. Por eso los cínicos  decían diatribas en contra de la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad griega.

Sus seguidores serían, entre griegos y luego romanos, los estoicos, que se erguían en contra de la disolución de las costumbres hedonistas del epicureísmo ramplón. Y los estoicos tendrían sus continuadores en lo cristianos.

Estaba, a la sazón,  la manifestación de los dos modos de vivir. Los cirenaicos apurando el ritmo desde el hedonismo, “porque la vida se acaba y no hay otra vida”, y la de  los cínicos, que observaban una conducta  higiénica con repercusiones sociales sostenida por la fe en una posibilidad mejor a la de esta vida fenoménica.  

Bergson lo dice de esta manera, al final de su obra Las dos fuentes de la moral y de la religión: “ No haría falta más para convertir en realidad viva y operante una creencia  en el más allá que parece  encontrarse en la mayoría  de los hombres...Para saber la importancia que tiene, basta observar cómo los hombres se entregan al placer. No lo harían, o no lo harían hasta ese punto, si no vieran en el placer  un asidero contra la nada, un medio de burlar a la muerte.”
H.BERGSON

“Henri-Louis Bergson o Henri Bergson (París, 18 de octubre de 1859Auteuil, 4 de enero de 1941) fue un filósofo francés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927. Hijo de un músico judío y de una mujer irlandesa, se educó en el Liceo Condorcet y la École Normale Supérieure, donde estudió filosofía. Después de una carrera docente como maestro en varias escuelas secundarias, Bergson fue designado para la École Normale Supérieure en 1898 y, desde 1900 hasta 1921, ostentó la cátedra de filosofía en el Collège de France. En 1914 fue elegido para la Academia Francesa; de 1921 a 1926 fue presidente de la Comisión de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. régimen de Vichy El bagaje británico de Bergson explica la profunda influencia que Spencer, Mill y Darwin ejercieron en él durante su juventud, pero su propia filosofía es en gran medida una reacción en contra de sus sistemas racionalistas.1 También recibió una notable influencia de Ralph Waldo Emerson.”













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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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