SÉNECA, PRIMERO LECTORES QUE LIBROS


 

¡Ya tenemos libros!, ¿Dónde están los lectores?

En la fábrica hay una producción de 10 millones de pantalones y en la calle 10 millones andamos con el mismo estilo de pantalón. Semejante sucede en los libros, en la televisión y en el cine. Muchos, casi todos, pensamos y  decimos esas mismas cosas.

Un cómico en la pantalla dice algo que huela a contracultura y 500 millones repetimos esa contracultura y después de años ya pasó a ser parte de nuestra cultura. No la enriqueció sino que bajó un peldaño pero nadie lo nota ya.

Los países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) que están hasta abajo, en cuanto a conocimientos técnicos y culturales se refiere, ya no pueden bajar pues están hasta abajo, sólo no pueden subir.

Uno de los tres conocimientos que la OCDE marca es la lectura. La lectura de los libros de cultura.

¿Podemos imaginar lo grave que resulta, para los países de centro-norte de América latina que sus habitantes no conozcan ni el Popol Vuh ni La Ilíada?

Cada una de estas obras, como símbolo de las dos grandes culturas que tenemos en el continente, que son la indígena y la occidental.

Aunque los mexicanos nos autonombramos como los beneméritos de las Américas, no tapa el hecho que algunos países del sur son mejor en cultura.

El año pasado platicaba yo con un estibador argentino (se ganaba la vida cargando bultos en el mercado de Córdoba) y me recitó poemas de Gutiérrez Nájera. Entre ellos Para entonces. En voz alta decía, entre la gente que compraba verduras:

Quiero morir cuando decline el día,

En alta mar y con la cara al cielo

Donde parezca un cielo la agonía

 Y el alma un ave que remonta el cielo.

Morir y joven

Antes que el tiempo aleve destruya la gentil corona,

 Cuando la vida dice aun soy tuya

Aunque sepamos bien que nos traiciona.

Luego me pidió que le contara de Viento Blanco, de Juan Carlos Dávalos, “El poeta de Salta”, dijo.

Ni idea tenía quién era ese Carlos Dávalos.

Pero sí recordé haber leído una pregunta en el diario El País: ¿Somos más cultos ahora? Y su autor Francesc de Carreras, profesor de Derecho Constitucional: “¿Pueden entenderse los fundamentos de la cultura occidental, sin estudiar el decisivo paso que dieron los filósofos Presocráticos?”

En mi casa siempre hubo muchos libros. Tres paredes de una amplia sala. Pero ni idea tenía quiénes fueron esos Presocráticos. Menos de Carlos Dávalos ni del Popol Vuh ni de Cuicuilco ni de a Leyenda de los Soles, del Altiplano Mexicano.

Hay la impresión que al Popol Vuh se le considera como a un traste viejo pieza de biblioteca  de escuela de arqueología. Igual impresión con la Leyenda de los Soles del Altiplano Mexicano. Igual con las zonas de Cuicuilco o Teotihuacán, o Tiahuanaco o Machu Pichu.

Eso creemos los que vivimos el sincretismo desintegrador de las ciudades. Pero en “provincia” de México viven más de 50 etnias indias y en todo el continente tal vez 500, incluidos sus extremos geográficos como Chile y Argentina. El “desierto” de los ranqueles no desapareció con el avance de la “civilización”. Los de las ciudades que hablamos el español nunca fuimos ajenos pensar en la cronovisión indígena.

De igual manera los pueblos occidentales siguen actuales aunque La Ilíada tenga 3 mil años.

Es el bajo nivel de las escuelas oficiales, ese que señala la OCDE, lo que nos hace ver como cosas de museo lo que en realidad vive. Los pueblos indígenas en su mayoría tienen poco acceso a las escuelas y los de la ciudad, por la baja lectura, poco sabemos de los pueblos indígenas. Aunque, como escribe ese gran argentino Lucio V. Mansilla: “Todos tenemos algo de sangre indígena.”

Dibujo tomado del diario El País
 Creemos que los indios americanos son el efecto de la causa y no la causa del efecto. Hasta conocemos más de La Ilíada que del Popol Vuh.

Las celebérrimas redes sociales actuales son espejo de esa realidad. Un famoso futbolista se echa un flato y para la tarde de ese mismo día ya hay medio millón de visitas comentando el apestoso flato.

El blog de un filósofo universitario, amigo mío, tiene 200 visitas en diez años que lo abrió. Con ese nivel de lectura  que señala la OCDE ya es casi un milagro que a alguien le interese Heidegger, Emerson, Tolstoi, Diógenes Laercio, Carlos Dávalos…

Y aquí es donde Séneca salta y golpea sin misericordia. Muchos libros hay en el planeta pero faltan los lectores. Pocos leen muchísimo, muchos leen poco y el resto vemos  televisión...

Séneca no se lamenta del incendio que acabó con la biblioteca de Alejandría. Al contrario de algunos de nosotros, que creemos que da tono desgarrarse las vestiduras cuando comentamos ese incendio.

Séneca dice que  fue una demasía que no se aprovechaba:

“Aquello ni fue elegancia, ni fue cuidado, sino una estudiosa demasía, o por decir mejor, no fue estudiosa, porque no los juntaron para estudios sino para sólo la vista, como sucede a muchos ignorantes, aun de las letras serviles a quien los libros no les son instrumentos de estudios, sino de ornato de sus salas.”

Esto me llegaba directo. Sobre  todo que en las entrevistas que me hacen, los de la prensa y los de la televisión, procuro que, de fondo, estén las tres paredes llenas de libros de mi amplia sala.

Más directo cuando sigo leyendo a Séneca:

“Perdonáralo yo, si esto naciera de deseos de los estudios; pero ahora estas exquisitas obras de sagrados ingenios, entalladas con sus imágenes, se buscan para adorno y gala de las paredes.”

Séneca, Tratados filosóficos. De la tranquilidad del alma, IX.

 
SÉNECA

“Lucio Anneo Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca el Joven (4 a. C. – 65) fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor y Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.”WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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