DOS O TRES LÍNEAS DE CHESTERTON SOBRE SAN FRANCISCO


SAN FRANCISCO DE ASIS
G.K.CHESTERTON
EDITORIAL JUVENTUD S.A.
BARCELONA-1944

Verdades,  mentiras y puerilidades encontramos asociadas a la vida de San Francisco de Asís, dice Chesterton.

Lo que es, lo que imaginaron sus entusiastas seguidores, y lo que deliberadamente exageraron sus enemigos, para desacreditar su obra, son las aguas revueltas en las que bucea Chesterton para escribir tal vez la mejor semblanza del santo.

Convertido al catolicismo, Chesterton, inglés,  conoce  las balas de grueso calibre del escepticismo que se le dirigen al santo  desde la banqueta del otro lado de la calle. Incluido el ridículo, sincero, pero nada real, entusiasmo con el que el católico ha rodeado la vida de Francisco.

Francisco no es la figura que rasga los cielos, armado con la espada flamígera, para venir a la Tierra a relanzar a la Iglesia. Por el contrario, es una persona inocente e ignorante. Su inocencia no puede ver el mundo valioso, pero también depredador y poderoso, en el que se está metiendo.

A semejanza de los veinte “simples” obreros soñadores, pero ignorantes, que se reúnen para formar un sindicato dentro del poderosos consorcio industrial.

“En nuestro santo no es sólo necesaria la inocencia, sino la ignorancia. La esencia de su historia está en que pudo arrancar la verde hierba sin saber  que crecía sobre un  hombre asesinado, o subirse a un manzano ignorando que había sido la horca de un suicida.”

No se crea que Chesterton quiera explicar cómo es San Francisco. Lo que busca es motivar al lector para que, por cuenta propia, investigue y conozca al santo pero, llevando ya el conocimiento que se va a encontrar en campo muy revuelto en el que brota la flor, lo inocuo y la cizaña.
SAN FRANCISCO

“Francisco de Asís (en italiano Francesco d’Assisi, nacido Giovanni di Pietro Bernardone ) (Asís, 1181/1182[4]ibídem, 3 de octubre de 1226),[1] santo italiano, que fue diácono, fundador de la Orden Franciscana y de una segunda orden conocida como Hermanas Clarisas, ambas surgidas bajo la autoridad de la Iglesia católica en la Edad Media.”

“Me consideraré muy satisfecho si este esquema incompleto y superficial encierra una o dos líneas que mueven a los lectores a estudiar por su cuenta a San Francisco.”

Y agrega: “El sentido común era cosa más común en la Edad Media que en nuestra edad de periodismo acrobático; pero hombres como San Francisco no son comunes en ninguna edad, ni pueden ser comprendidos  totalmente por el simple ejercicio del sentido común.”

Los azuzadores de su grupo, con sed de poder, esperaban que Francisco irrumpiera en el Vaticano, armado con sendos documentos de, por otra parte, reales desviaciones, en lo que a la sazón había incurrido la Iglesia. Suficientes errores como para que Francisco le disputara el trono no sólo al Papa sino al mismo Jesucristo.

En efecto, la historia de la Orden franciscana registra que, andando el tiempo, a estos inconformes a los que se les conoció como los Fraticelli, cayeron en una  abstracción más del cristianismo y acabaron desapareciendo de la vida religiosa.

Empero, lo primero que Francisco hizo, cuando llegaron a Roma, fue tirarse de bruces y besar el suelo del Vaticano. De alguna manera intuyó que ellos no podían conocer todo lo que de bueno posee la Iglesia. Una institución abierta, a los cuatro vientos, que ha permanecido de pie, sin interrupción, durante milenios, algo vital debe tener más fuerte  que sus errores. La manifestación del error es testimonio que existe su contraparte…

Todavía quedaba otra esperanza para los azuzadores de dentro de su grupo  y de los de fuera. Que el Vaticano, con su vida intrínseca, de santidad, poder político y lujo, le cerrara las puertas a aquellos frailes surgidos de la nada y que con sus vestidos burdos y desgarrados, por el viaje que habían realizado desde Asís hasta Roma, llegaran a cuestionar la ropa púrpura y los anillos de oro de los obispos.

Lo inusitado fue que el papa decidió vivir la metáfora de dejar su lujoso trono, descender los escalones e ir a besar con humildad los vastos vestidos de los descalzos frailes. En su tiempo, un arzobispo en España hizo lo mismo con Santa Teresa de Jesús y otro Papa con la Madre Teresa de Calcuta.

Fue más que un acto inmediato, dice Chesterton. Con eso “La Iglesia podía admitir todo lo que tenían de bueno los Franciscanos, y estos no podía abarcar todo lo que tenía de bueno la Iglesia.”

 
CHESTERTON
“Gilbert Keith Chesterton ['gɪlbət ki:θ 'ʧestətən] (Londres, 29 de mayo de 1874 - Beaconsfield, 14 de junio de 1936), escritor británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes.”









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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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