PITAGORAS, EL ALPINISMO Y GREENPEACE


El alpinista, como el campesino de tiempos pre-lógicos, llega a sentir que el planeta es una criatura viviente.

Convive  con los elementos que tanto inquietaron a los pensadores  antes de Sócrates. Escalando montañas o cruzando desiertos, a pie, entiende que sin agua, aire, fuego y la tierra misma, por donde va, no se explica la vida.

Samalayuca (Chihuahua).Por contraste, Tlaloc-Agua está omnipresente en el desierto.

 A diferencia del citadino que ve las montañas en la lejanía y piensa en una tarjeta postal. Como algo virtual, con el que apenas tendría alguna relación, sin saber exactamente qué.

En los centros comerciales, los mercados y los puestos de la calle, vemos futas y verduras de cómodo acceso para obtenerlas. La tierra, el aire, el agua y el calor que se necesitó, para que ese fruto germinara, nos es ajeno. Para que eso tenga lugar se necesitan condiciones óptimas, es decir, naturales. Pero el yoismo tiene prisa para conquistar la prosperidad aun a costa de atropellar su medio ambiente.

Extremo oeste de la sierra de Samalayuca. De este lugar, a la frontera con Estados Unidos, hay 90 kilómetros de llanura con 40 -50 grados de temperatura, sin agua y sin sombra.

En la ciudad se tiene prisa por conquistar la prosperidad, material, no el progreso, cultural. Cuando Edipo, gran descifrador de enigmas, explique este enigma, Greenpeace habrá ganado la guerra contra lo irracional. 

Vivaquear en el bosque, o entre la soledad del desierto y la llanura infinita, es estar dentro de fuerzas naturales. Del paralelo 21 hacia el sur, dentro de México, esto parece exótico. Pero de ahí  hacia el norte sus habitantes  saben de los que estamos hablando. Sólo de tres estados fronterizos (Sonora, Chihuahua y Coahuila) hacen 580 mil kilómetros cuadrados de un paisaje que tiene de todo, mar, serranías, pero mayoritariamente llanura y desiertos con dunas como las de Arabia: Altar y Samalayuca.

Desierto de Altar(Sonora).

Aquí la llanura infinita, con una temperatura  promedio de 40 grados, y la impresionante cantidad de estrellas, temblando sobre la tienda de campaña, se mete por los ojos y llegan hasta el alma. ¡Y ahí se queda grabada para siempre! ¡Imposible ignorar a Tonatihu Sol, a  Ehecatl Viento y, por ausencia, a Tlaloc Agua. Y menos a Tonacacihuatl Madre Tierra.

Caminar en esa llanura, mochila al hombro, y plantar su tienda al caer la noche, parecería todavía estar con las presencias a las que la gente ponía los nombres de Tlaloc, Zeus, Eolo, Ehecatl…

El drama (para el humano, no para la naturaleza, que siempre se rehace) comienza cuando el pensamiento se volvió tan racional (irracional) que expulsó a los dioses del planeta y s e puso él en su lugar.

Del místico pensamiento, de que somos parte de la Tierra viva, al pensamiento que somos dueños y señores de la Tierra, es donde Greenpeace, no obstante todas sus loables movilizaciones, tiene  la batalla perdida. Benedictus Spinoza, en su obra Ética, ya en el siglo diecisiete, se refiere así a los yoicos: “Se diría, en verdad, que conciben al hombre  en la naturaleza como un imperio  en otro imperio.”
Enmedio de 580 mil kilómetros cuadrados de llanura  hay que recurrir a la brújula.

Está luchando contra los intereses del yoismo suicida, ni siquiera contra el yoismo racional que sería reforestar, no contaminar el aire, el agua…

Más adelante Spinoza se refiere a esta actitud del humano con respecto de la naturaleza: “Creen, efectivamente, que el hombre turba el orden  en vez de seguirle, que tiene sobre sus propias acciones un poder absoluto y sólo toma de sí mismo su determinación. Buscan la causa de la impotencia y de la inconstancia  del hombre, no en la potencia común de la naturaleza, sino en no sé qué vicio de la naturaleza humana y, por este motivo, se lamentan o se burlan de ella, la desprecian o, lo que es más frecuente, la aborrecen.”

Flanco oeste del Citlaltepetl (Pico de Orizaba) 5,700 m.s.n.m..Ahora fuertemente afectada su vida geológica, animal y silvestre, por el aire sucio y caliente que le llega de la ciudad industrial.

El antropocentrismo es yoico por definición. No sólo destierran a los dioses sino también a sus vecinos los humanos. En el “viejo” mundo los pitagóricos,  de antes de Sócrates, creían que el planeta era un ser viviente.

En el pensamiento indoamericano también se creía en esto. Y se sigue creyendo por las más de cincuenta etnias indígenas  que hay en el país.

A tal punto que Nezahualcóyotl, rey o tlatoani de Texcoco, uno de los importantes señoríos del valle de México en el siglo dieciséis, llegó a escribir leyes muy severas, hasta con pena de muerte, al que cortara arboles sin tener necesidad de ello. Y esto implicaba tanto al que levantaba el hacha para cortar el árbol como al funcionario corrupto que había solapado al depredador. Es famoso el ritual de dirigirse al bosque cuando se iba a cortar el árbol: “No es que queramos hacerte daño, pero es que en verdad necesitamos la madera…”

“Nezahualcóyotl (también escrito como Netzahualcóyotl)[1] [2] [3] (1402-1472) (náhuatl: Nezahual.cóyō.tl 'coyote que ayuna') fue el monarca (tlatoani) de la ciudad-estado de Tetzcuco en el México antiguo. Ejerció el poder y se desempeñó notablemente como poeta, erudito y arquitecto.”

En cuanto a los pitagóricos antiguos, dice W. K.C. Guthrie, en Los filósofos griegos: “Creían ellos que el universo en su totalidad era una criatura viviente.”

 “Pitágoras de Samos (en griego antiguo Πυθαγόρας) (ca. 569 a. C.ca. 475 a. C.[1] ) fue un filósofo y matemático griego considerado el primer matemático puro. Contribuyó de manera significativa en el avance de la matemática helénica, la geometría y la aritmética, derivadas particularmente de las relaciones numéricas, y aplicadas por ejemplo a la teoría de pesos y medidas, a la teoría de la música o a la astronomía.”


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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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