ARISTÓFANES, LOS CABALLEROS, comedia


 

Cleon (Paflagonio en la comedia) era el líder máximo en Atenas del tiempo de Aristófanes. Demóstenes y Licias, ambos generales. Los tres desempeñaron un papel importante en la batalla  contra Mesenia en un lugar llamado Pilos. Vencedores en esta ocasión contra los espartanos, Cleon ve incrementado su prestigio como líder.

Sin embargo Aristófanes tiene cierta enemistad con Cleon y lo ridiculiza abiertamente en su obra de teatro Los caballeros.

Es, a grandes rasgos, el contexto histórico de algo que sucedió hace veinticinco siglos. Sin embargo Los caballeros es un tema siempre vigente porque  el desempeño de estos personajes, sublimados en la comedia por Aristófanes, dicen cosas que no son nada extrañas sin importar la época ni el continente.

Por lo anterior no debe entenderse que Aristófanes la tira contra el Estado, todo lo contrario. Aspira elevar la conducta de los gobernantes y del pueblo mismo. Considera que la cultura de Atenas puede incrementar todavía más los valores tanto prácticos como los valores esenciales. Los de la vida diaria y los de la cultura.

Tiene grandes pensadores originales que pueden realizarlo.

"Cosa" que no abunda en el planeta, a juzgar por las condiciones en que viven esos pueblos.

Para lograrlo es necesario hacerles ver a ambos, gobierno y pueblo, lo superficial que anida en todos lados. Subiendo el nivel cultural general el estado será más fuerte. Werner Jaeger en su Paideia escribe: “No es para Aristófanes una lucha contra el estado sino por el estado contra los que detentan el poder. La creación de una comedia no constituía acto político organizado alguno, y el poeta no tenía muchos deseos de ayudar  a nadie a encaramarse  al poder.”

Las duras y abundantes críticas, que forman el cuerpo de Los caballeros, como las veremos enseguida, no corresponden a un afán anarquizante contra el Estado sino a una intención de catarsis.

 Jaeger agrega: “Aristófanes no es un reaccionario dogmático y rígido. Pero el sentimiento de hallarse arrastrado por la corriente del tiempo y de ver desaparecer  todo lo valioso del pasado, antes de verlo reemplazado por algo nuevo, igualmente valioso…”

Ya en  la escena dos personajes tratan de ganarse el favor del pueblo y entran en debate frente a la audiencia.

Los caballeros son la fuerza armada, sostenida por personajes feudales muy poderosos, que harán valer la decisión que Demos, el pueblo, tome.

Demos es el que manda, es el kratos, pone y depone funcionarios pero, tiene un lado flaco, le gusta que lo halaguen. Mejor dicho, dos lados flacos, también es inocentón, no cuenta con reservas históricas frente a los oradores. El coro le dice:

“¡Demos, tú poder es bueno. Todo el mundo te venera como si fueras rey! Pero es fácil manejarte, llevándote como a un niño. ¡Te gusta que te adulen y que te hagan el tonto! Cada orador con su boca suelta te embauca.”

Como sea, Demos es el que manda y los oradores, Paflagonio  y Agorácrito, deben luchar entre ellos a través de toda la representación de esta obra de teatro, ante el público de Atenas, en el año 424 antes de Cristo.

Paflagonio es comprado como esclavo para servir en casa de Demos. De inmediato Paflagonio empieza a hacerles la vida imposible a Demóstenes y a Nicias (el público asistente al teatro sabe que se trata de Licias), otros dos sirvientes (sirvientes en la obra) de Demos. Paflagonio busca de inmediato el respaldo de Demos para seguir haciendo sus tropelías y despliega singular destreza en la manera de halagarlo.

Desesperados, Demóstenes y Nicias buscan a alguien que pueda enfrentarse a Paflagonio. Encuentran en la calle a Agorácrito, vendedor de chorizos. Éste  acepta y en adelante la obra se centrará en el duelo de halagos que ambos deben hacer para ganarse el favor de Demos. Muchos, muchos halagos. Si uno dice veinte el otro dice treinta, son puras palabras…

Paflagonio sabe cómo halagar a Demos. Le promete el cielo, La luna y las estrellas. Pero con el tiempo, su oratoria se ha vuelto tautológica, exagerada, aburridamente repetitiva. Ya no queda nada por inventar. Debe recurrir a las mismas promesas, las viejas promesas que, Demos sabe, se han quedado en promesas.

Agorácrito, en cambio, viene desde abajo y sabe qué timbres tocar para ganarle al otro. Es choricero, vende chorizos en el mercado y conoce el lado flaco de Demos. Demos tiene muchas necesidades y él sabe cuáles son. Cargará en ese punto prometiendo aliviar todo. ¡Son palabras!Además lleva una ventaja: es la primera vez que promete cosas a Demos y, en Demos queda la duda: ¿Y si éste sí cumple sus promesas?

Demóstenes da la bienvenida a Agorácrito: “¡Entra, choricero amado, ven acá, ven buen amigo. Sube y llega, que tú eres el salvador de esta ciudad!”

Agorácrito se  muestra renuente al principio porque no sabe cómo gobernar al pueblo. Él sólo sabe vender chorizos. Demóstenes le da otro empujoncito:

“Gobernar al pueblo no es de hombres instruidos, ni de buenas costumbres…”

Como ve que el choriceo sigue dudando, Demóstenes le da otros “tips”:

“Al pueblo? ¡Ese se gana con palabras azucaradas y con antojitos de cocina! Y tienes todas las dotes que se requieren para ser  un guía de pueblos. Una voz estridente  y retumbante, un nacimiento bajo y modales de callejeros.”

Demóstenes llega a dudar que Agorácrito tenga lo suficiente para gobernar. Pero ya para entonces el Agorácrito se ha interesado en el asunto y empieza a decir  las trampas que hace como vendedor de chorizos: en sus chorizos mezcla carne de perro y de burro.  Eso acaba con las dudas de Demóstenes quien  exclama convencido:

“este muchacho tiene que llegar a ser regente de la ciudad”.

En pleno debate para ganarse la voluntad de Demos, entre el malvado Paflagonio y su oponte el choricero, en un momento éste parece llevar la ventaja. El coro pone lo suyo para relanzarlo con más bríos y le dice:

“¡El favorito de la fortuna todo haz logrado! Ese bribón se ha hallado con la horma de su zapato. Eres más listo que él, más lleno de marrullerías y  más astuto. Sigue, sigue en la contienda, no decaigas en la lucha, somos todos auxiliares tuyos!”

Paflagonio sabe que empieza a perder la partida cuando oye que Demos le dice:

“¡Cállate, éste, y nada de dicterios, ni majaderías! Ha tiempo que me di cuenta de que me  estás embaucando y haciéndome tu juguete.”

Agorácrito se envalentona y, como en todo el que participa en un  debate para dirigir a la ciudad, o al país, saca su carta escondida bajo la manga y dice a Demos:

“Mientras tú te alejas y das la vuelta, él se aprovecha y hace negocio. Busca a los que pagan al fisco y los traga como se traga  el tronco de una col.Y mete sus manos a puño abierto en las cajas mismas del tesoro público.”

Agorácrito ha manejado tan bien su discurso que finalmente sale ganador del debate al oír que Demos dice  su fallo: “ Yo me entrego a Agorácrito y despacho a Paflagonio.”

[U1]  Paflagonio se retira vencido, no sin antes leerle a Demos  su horóscopo:

“…si ya no quieres que yo administre tus bienes, sábete muy bien que vendrá otro peor que yo.”

ARISTÓFANES
“Aristófanes (en griego Ἀριστοφάνης; Atenas, 444 a. C. - 385 a. C.) fue un famoso comediógrafo griego, principal exponente del  género cómico Vivió durante la Guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su consecuente derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía ateniense a comienzos del siglo IV a. C. Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas (políticas, filosóficas, económicas y literarias) en la Atenas de aquella época. Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes lo presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico. “WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 






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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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