SPENCER TRACY Y UNA VIEJA PELÍCULA EN BLANCO Y NEGRO



Spencer Tracy agarra la Biblia, sonríe, luego toma el Origen de las especies de Darwin, y también sonríe. Abandona la sala del Juzgado de Hillsboro, Tennessee, Estados Unidos. Es la última escena de la película Heredarás el viento, de 1960 del director Stanley Kramer.

En los días anteriores la vida de los habitantes de Hillsboro se había visto muy perturbada dado que los principios religiosos de la gente estaban resentidos. El maestro de la escuela secundaria enseñaba la evolución del hombre a partir de una especie de criatura semejante al mono. A raíz de eso el maestro fue puesto en la cárcel.

El film se basó en un hecho real sucedido en  esa población, en 1925, y el maestro se llamaba John Scopes. El caso se conoció como El juicio del mono.

J.Scopes
Siguió un juicio, en la película, en el que se enfrentan creencias religiosas contra posiciones evolucionistas. Es una película llena de alharaca y frases punitivas gritadas por los evolucionistas y contestadas en igual manera por los creyentes.

Spencer, el viejo y experimentado defensor evolucionista, exhibe durante el juicio una roca que contiene un fósil de muchos millones de años. Cosa inadmisible por la contraparte que, haciendo una lectura literal de la biblia, asegura que el mundo tiene no más de 6 mil años.

La película recuerda, casi por completo, el libro  de Chesterton: El hombre eterno. También recuerda la polémica real que tuvo lugar, en ocasión del descubrimiento de las pinturas de la cueva de Altamira, España, en el siglo diecinueve.

Pinturas con una antigüedad de unos 30 mil años. ¿Cómo explicar eso si el mundo, también se trajo a colación en esa vez, según la Biblia, tiene no más de 6 mil años. ¿Cómo conciliar la presencia de unas pinturas cuando el mundo todavía no existía?

En rigor la palabra “mundo” se refiere a las cosas que nos rodean, gentes, costumbres, etc. Pero se emplea descuidadamente como sinónimo de planeta.

El film de Kramer es un buen ejemplo de cuando las cosas se revuelven, sea deliberadamente, por fanatismo o por ignorancia.

La ciencia rebasa, siempre por  ella misma, su última frontera en el campo de la fenomenología. Y ha renunciado, por lo mismo, al mundo inteligible. Y alguna gente religiosa, al hacer una lectura literal de la Biblia,  está atada de manos para explicarse cuando tiene ante sí un fósil de 185 millones de años.

Si vamos a creer a San Agustín, cuando dice que  un solo individuo tiene todas las potencialidades anímicas, entonces no somos del todo creyentes ni del todo ateos (así fue la vida de San Agustín). Agarremos (como él l hizo), el sitio en el que nos sintamos vivir bien. Pero  combatir al otro  en parte nos estaríamos combatiendo a nosotros mismos. Y pelearse consigo mismo es fuente de graves patologías psicofísicas.

Siempre asistiremos a esta clase de polémica. Y más vale informarnos, no para negar al “contrario” sino para no revolver las cosas. Otras culturas del planeta aspiran a ser puro espíritu, otras más buscan ser pura máquina.

 En la occidental afortunadamente  es distinto. Se vive, se fomenta, se  estudia y se  practica esa antinomia. Lo sensible y lo inteligible, la razón y fe o Romanticismo e Ilustración, espíritu y máquina, o como quiera llamársele, es lo que caracteriza a la cultura originalmente europea.

En el siglo dieciocho tuvimos el Romanticismo y la Ilustración. Una batalla  intelectual con inmensas trincheras más hondas que las que se excavaban en la Primera Guerra Mundial.

En el siglo tres Plotino intentaba ya aplacar las altas olas enconadas que se levantaban largo y tendido de lo sensible y de lo inteligible.

Más allá el emperador romano, Marco Aurelio, se afanaba diciendo que razón y virtud son las dos piernas con las que el humano camina, al menos en el mundo grecolatino.

Más lejos Platón con las Ideas y Parménides con los átomos.

Y todavía más allá, los Presocráticos, que son los que en realidad empezaron el baile, con su gran (y deseable)yuxtaposición de razón y virtud.

Para el siglo trece, el siglo de Tomás de Aquino y de Alberto Magno, los fundamentos de la cultura europea habían sido, no creados pero sí conservados, de alguna manera, por la fusión de cristianismo más paideia “pagana”, procedente de la antigüedad de los grandes imperios, siguiendo la ruta de la Patrística o Padres de la Iglesia-Monacales-Escuelas catedralicias- de Teología y Artes (esta última de Filosofía y Ciencia):

“Poco a poco, a lo largo de los siglos XII y XIII, las escuelas catedralicias, con su excesiva dependencia episcopal, su regulación jerárquica, van resultando un marco demasiado estrecho para el desarrollo de las disciplinas académicas y comenzarán una larga lucha por su autonomía científica o intelectual así como por su independencia organizativa y económica.”(José Egido Serrano: Tomás de Aquino).

La “Universidad Federico II”, de Nápoles, fue fundada el 5 de junio de 1224, por el Emperador del mismo nombre, 24 años antes que se pusiera la primera piedra de la famosa Catedral de Colonia, el 15 de agosto de 1248.

Esta universidad para las Artes es lo que ahora entendemos como el campus para las ciencias y la tecnología, lejos  cada vez más de los monasterios.

En el Libro Quinto de la Primera Eneada, Plotino, filósofo pagano (ya en el siglo tercero del cristianismo), llama a no revolver las cosas ni mucho menos a enfrentarlas:

“Conservemos presentes estos caracteres del ser sensible y del ser verdadero; abstengámonos de dar a uno u otro atributos que no les corresponden.”

Spencer Tracy parece decir lo mismo, en la última escena de la película, cuando guarda para sí la Biblia y la Evolución de las especies.

 
S.Tracy

“Spencer Bonaventure Tracy fue un actor estadounidense ganador de los premios Óscar y Globo de Oro. Nació el 5 de abril de 1900 en Milwaukee, Wisconsin, segundo hijo de un vendedor de camiones y una ama de casa.” Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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